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José María Rojas, héroe ignorado

Luko Hilje | 6 de Agosto 2008

¿Qué es un héroe? Bueno…, es que ahora ese título se ha devaluado tanto -¡cosas del crédito fácil y la mercantilización de esta decadente sociedad -, que lo he visto asignado a profesionales que rara vez se han movido de su escritorio para hacer algo realmente significativo, a empleados de compañías aéreas por el solo hecho de trabajar para ellas y -no sería de extrañar alguna vez-, que hasta al empleado “del mes” o “del año” de algunas empresas. Pues… sí, ¿qué es un héroe?

Traigo esto a colación, por lo que me parece que es un acto que no ha sido debidamente ponderado en nuestra historia. Porque, ¿ha oído hablar usted, lector amigo, del combatiente José María Rojas? Estoy seguro de que muy pocos saben quién fue, y esto sería entendible hoy, pero es que su mérito fue cuestionado, junto con el del emblemático Juan Santamaría, incluso por un contemporáneo suyo, el conspicuo abogado y político guatemalteco Lorenzo Montúfar, quien hizo de Costa Rica su segunda patria y que, por encargo de nuestro gobierno, en 1886 escribió el voluminoso libro “Walker en Centroamérica”, alusivo a la Guerra Patria de 1856-1857.

Ahí, bajo el subtítulo “Omisiones en los partes de guerra”, Montúfar crea serias dudas sobre la faena de ambos, al anotar: “No aparece en estos partes el nombre de José María Rojas; pero muchas personas que pretenden hallarse bien informadas, aseguran que Rojas mató al coronel Machado, en los momentos en que marchaba con una columna de nativos a atacar la parte norte de la población. Tampoco se habla en los partes de Juan Santamaría, a quien se atribuye haber incendiado el mesón de Guerra”.

Por fortuna, en una edición posterior de dicho libro, en un pie de página anotado por el Lic. Nicolás Hidalgo, se indica que a Rojas se le reconocieron debidamente sus servicios. Ahí se aclara que murió en 1884, siendo ya capitán, y que el Congreso -en decreto del 20 de marzo de ese año-, además de conceder una pensión de 850 pesos a sus deudos, ordenó colocar un medallón con su nombre y la fecha 11 de Abril de 1856 en el Ministerio de Guerra. Y, si bien la alusión a esta fecha resultaría auto-explicativa en cuanto al cuestionamiento de Montúfar, podría subsistir la duda.

Por tanto, es oportuno -porque no lo he visto publicado en otra parte- dar a conocer un documento fechado en 1863, que recién hallé en la Biblioteca Nacional, el cual se atestigua su acto heroico de ese día en Rivas, Nicaragua. Proviene nada menos que del coronel Lorenzo Salazar, miembro del Estado Mayor de nuestro ejército, y de notables méritos en las batallas de Santa Rosa y Rivas.

Para recapitular lo acontecido ese día, cabe recordar que la mayor parte de nuestro ejército se había instalado en dicha ciudad desde el 8 de abril por la mañana, en varias casas privadas, estando William Walker en su cuartel, en Granada. Al enterarse éste de tal hecho, reunió a sus tropas y a la mañana siguiente partió hacia Rivas. Mientras avanzaban, debido a deficientes servicios de información, el Estado Mayor había tomado la errónea decisión de enviar sendos batallones por las rutas hacia La Virgen y San Juan del Sur, para enfrentarse ahí con los filibusteros. Además, se pensó que éstos estaban algo lejos, sin sospechar que el muy sagaz Walker -quien conocía en detalle dicha ciudad-, pronto atacaría, y de manera sorpresiva y fulminante.

La esencia de su plan era capturar rápidamente a don Juanito Mora con todo su Estado Mayor, y acabar la batalla en pocos minutos. Para ello dividió a sus tropas en seis columnas estratégicamente posicionadas, pero focalizadas en la casa que funcionaba como nuestro Cuartel General. Y, a diferencia de las cinco columnas que ingresaron por varios puntos del este, la de 200 nicaragüenses comandados por el cubano José Machado -quien junto con Domingo Goicuría se había aliado con Walker para que después les ayudara a liberar su patria del imperio español- lo haría por el norte, para desembocar directamente en dicho cuartel.

Tal y como lo planearon, y sin mayor oposición, muy temprano el 11 de abril las columnas enemigas coparon la ciudad. En pocos minutos Machado y su gente ya estaban a apenas una cuadra del cuartel. Fue entonces cuando, al detectar su presencia, de súbito apareció el teniente José María Rojas, quien ni siquiera tenía un arma consigo. Ante la emergencia -en palabras del propio Salazar-, en “un acto de valor y denuedo, se apoderó inmediatamente del fusil que tenía un centinela, y requiriendo a dicho Coronel [Machado] con el quién vive, éste contestó Walker, y en el acto le dio un tiro con el que le causó la muerte”.

Es decir, Rojas tuvo el coraje de enfrentarse a tan numerosa tropa -Salazar menciona 400 en vez de 200 hombres-, sin reparar en su propia vida y sí en las de los miembros del Estado Mayor. Sin imaginar quizás el valor tan determinante y definitorio que tendría su acción en nuestra historia, su certero balazo hizo desbandarse de inmediato la tropa de Machado, abortando así su objetivo.

Pero a él no le bastó con tan providencial acción, y continuó peleando durante todo ese día “con la energía y valor propios de su carácter”, según lo relata Salazar, quien indica que incluso fue herido. No obstante, su ausencia en la lista preparada por el Dr. Karl Hoffmann sugiere que su herida fue leve, por lo que quizás permaneció en una casa privada -como sucedió con unos 30 heridos- y no en el hospital de campaña organizado por el médico alemán.

Patriota comprometido y aguerrido combatiente, marcharía de nuevo al frente de batalla a fines de 1856 y participaría en algunas acciones de las batallas navales en el río San Juan, para después trasladarse a Granada al mando de una de las dos compañías costarricenses que se unieron a las fuerzas aliadas centroamericanas, como lo indica Salazar. Pero, estando acampadas todas en San Jorge, fueron sitiadas por las hordas filibusteras y, ante la pérdida de un punto estratégico al oeste de la ciudad por parte de uno de los jefes aliados, se encomendó a Rojas reconquistarlo, lo cual hizo al mando de 15 o 20 compañeros, arrojándose sobre el enemigo y derrotándolo.

Posteriormente cumpliría otra memorable faena en El Jocote, contribuyendo de manera decisiva en el sitio de las fuerzas filibusteras en Rivas, lo que culminaría en la rendición de Walker el 1º de mayo de 1857. Pero antes de esto participó en forma destacada en otras batallas, como la del 23 de marzo, cuando incluso “recibió una herida en el pecho, producida por una bala de cañón”.

Estos testimonios de Salazar, remitidos al Ministro de la Guerra el 14 de octubre de 1862, fueron adjuntados por Rojas a un recuadro publicado en la Gaceta Oficial (3-II-1863) en el que, con el título “Manifestación”, entre otras cosas dice: “Estoy informado de que sobre mi separación de la carrera militar, han circulado varias especies que perjudican mi reputación. Aunque pobre y de humilde posición, estimo altamente mi honor, única prenda que he ganado por largos y penosos servicios. He abandonado la carrera de las armas espontáneamente y por mi quebrantada salud, y el Supremo Gobierno ha tenido a bien concederme el retiro con una pequeña pensión”.

Habría que indagar por que ocurrió esta enojosa situación, para un patriota con 30 años de carrera militar y, más aún, por qué el propio Montúfar ignoró estos hechos, que eran tan públicos y evidentes. Esa es tarea para historiadores. Yo cumplo con dar a conocer este documento, que certifica los abundantes méritos de este humilde hombre que, al margen de mezquindades u olvidos, fue un héroe nacional. Sí. De los de a de veras.

Luko Hilje | 6 de Agosto 2008

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