¡Cosas de la vida y del destino! Hurgando en un cajón de viejos libros en una compraventa josefina, de súbito me topo con un breve libro, ajado y algo roto, pero de vistosa carátula con un rostro de mujer con sombrero, sobre cuyo fondo rosado resaltan en letras turquesa el título Para un álbum y el nombre de su autor, Juan Diego Braun.
Intrascendente para muchos sería, quizás, pero atractivo para mí. Para colmo, lo abro y me topo a bocajarro con una letra femenina de trazo fino pero algo ininteligible que, en inglés, dice “Piensa en mí con tus pequeños ojos y prometo hacerlo con los míos”, para rematar en español con la frase “Lindo pensamiento a una estrella fugaz”.
¿Estrella fugaz? ¿Cuál? ¿Quién? ¿El imposible o efímero amor de ella por alguien a quien no entregó nunca este libro? O tal vez sí, y entonces el burdo amado alguna vez lo vendería por unos pocos pesos en esa compraventa, con todo y la flor -efímera también- que ella puso a marchitarse en la página 83, quizás desde 1975, cuando escribió sus sentidas palabras de amor.
O es una fugacidad de todo, quizás alusiva al propio autor. Porque Braun murió muy joven, dolientemente joven, poco antes de cumplir 26 años. En la contratapa del libro se lee: “La brevedad de su existencia apenas si le dejó tiempo para poner en limpio, mediante el verso, sus sueños y soledades”. Y la foto que aparece ahí es la de un muchacho de rostro más bien atribulado, lo que en parte se aclara cuando se anota que “en cada uno de sus poemas -sentir dolorido con el corazón a solas, presentimiento de la muerte que le acosaba el paso-, logró plasmar un mensaje poético sencillo, intimista, de cálida concreción romántica”.
Amor apasionado pero imposible ese hacia María Teresa, a quien le canta desde lo más hondo de su soledad y su atormentado corazón: “Si tu memoria guarda, cual la mía, / las promesas de amor que tú me hiciste, / ¿por qué Teresa, al parecer sombría / te muestras a mis ojos ¡ay, tan triste!?”. Y todo así. Dolor y más dolor, de amar sin ser correspondido, de este que fuera uno de nuestros primeros poetas y a quien su amigo Máximo Fernández incluyera en el libro Lira costarricense.
Pero, ¿quién me tiene a mí hablando de poesía y de este olvidado poeta, si soy biólogo, aunque me guste tanto la literatura? Bueno… ¡también cosas de la vida y del destino! Porque he llegado a él en mis indagaciones sobre el médico y naturalista alemán Karl Hoffmann. Por cierto, Juan Diego nació en San José el 5 de agosto de 1859, una semana antes del derrocamiento del presidente don Juanito Mora y apenas tres meses después de la muerte de Hoffmann; curiosamente, moriría el 11 de mayo de 1885, en la misma fecha que él. Es decir, estaba en el vientre de su madre cuando ella y su esposo Juan se enteraron de la impensada muerte de los esposos Hoffmann en Puntarenas. Algo muy doloroso para ellos, de seguro, pues fueron amigos cercanos.
Nacido en Alemania, Braun había venido a Nicaragua, para establecerse en nuestra capital después, donde regentaba su propia farmacia. Pero, también, ejerció como profesor de latín, griego, geografía e historia en la Universidad de Santo Tomás y el Instituto Nacional. A su notable erudición sumó su interés por la naturaleza, por lo que junto con Hoffmann escaló el volcán Barva en 1855, y en 1864 organizaría una expedición al volcán Turrialba -entonces activo y humeante-, de la que nos legaría un lindo relato, que recién divulgué por Internet; además, a menudo escribía por la prensa promoviendo el estudio de las ciencias naturales. Y, fiel a su nueva patria, también suscribiría la carta que en marzo de 1856 enviaran 35 alemanes residentes en San José a don Juanito, ofreciéndose a defender nuestra patria ante la agresión filibustera comandada por William Walker.
Es decir, un padre bueno, educado, fino y ejemplar, mentor de juventudes, quien formaría un hogar con Elena Bonilla Carrillo, con Juan Diego como primogénito, más siete mujeres: Rafaela, Josefina, Carlota, Adela, Julia, Sara y Elena. En tan estimulante ambiente cultural y académico, de seguro que Juan Diego emuló a su padre en varios sentidos, como el interés por la salud pública -quería estudiar medicina, pero dicha carrera aún no se ofrecía en el país- y el gusto por escribir poesía, pues creo que él lo hacía, como lo hipotetizo en mi reciente artículo “El valiente y generoso Dr. Ellendorf”.
Pero, fatal sino, la alegría de tan noble familia se desvanecería pocos años después, con la repentina muerte del padre el 16 de junio de 1880, y tres años después y en la misma fecha, de su madre. Doblemente huérfanos, con apenas 24 años le tocó a Juan Diego la seria responsabilidad de sacar adelante a su numerosa familia, gracias a su profesión de abogado y periodista. Mas esta encomiable tarea quedaría inconclusa, pues apenas dos años después, y aún soltero, sería presa de la muerte; con ello se esfumó el apellido en el país, aunque subsistiría por una generación más en notables ciudadanos como Angela Acuña Braun, Federico Gutiérrez Braun y Rafael Villegas Braun.
No obstante su juventud y sus serios deberes familiares, su paso por la vida fue portentoso. Según don Francisco María Núñez, fue co-editor del semanario La Guirnalda y co-redactor de El Albor, de clara orientación liberal -cuando el liberalismo tomaba fuerza en nuestro medio-, así como alcalde suplente de San José, administrador de la Imprenta Nacional y prosecretario del Colegio de Abogados.
Además de su reconocida habilidad poética, destilaba fino humor, como se nota en el poema “Carta erótica en estilo forense”, para solaz de cualquier abogado. También escribía epigramas satíricos, uno de los cuales hallé en el libro La vida cotidiana de nuestros abuelos (1801-1910), del amigo Elías Zeledón Cartín. Ahí, en alusión al profesor español Adolfo Romero, que era calvo y no tan inteligente ni docto como aparentaba, escribe: “Viendo un plantel de enseñanza / le dije a Sempronio un día / que pronto el plantel daría / la más risueña esperanza. / Y me dijo: no se salva / usted de tamaño error, / que es estéril, cual su calva / la ciencia del director”.
Ese inquieto, agudo y hasta irreverente Mello -como le llamaban sus amigos- un día enfermó, y cuatro meses después, tras una leve mejoría, una noche su vida se extinguió ante la desesperanza de los fieles amigos que rodeaban su lecho, como lo narra con lacerante dolor su entrañable amigo Máximo en ese opúsculo -que publicara el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes-, y en el que también aparece un texto elegíaco de su profesor, el célebre educador español Juan Fernández Ferraz, así como un desesperado poema del periodista Pío Víquez, cercano amigo -a quien Braun dedicara el poema “Canta”-, al igual que un soneto fúnebre que le escribiera Rubén Darío.
No está clara la causa de su muerte, pero leyendo las apreciaciones de quienes lo trataron de cerca, que resaltan su carácter “decidido y tenaz” -que le permitió ver por sus hermanas de manera realmente abnegada- y su “espíritu penetrante, mirada perspicaz y comprensiva”, más “cierto tinte melancólico y soñador” -que se expresaba con desgarradora fuerza en su poesía-, pienso que, en medio de tantos avatares, le dolía la vida, que maltrató su apasionado corazón sin clemencia alguna.
Pienso, por ello, que -como Jorge Debravo- quizás intuía su precoz partida y supo anticipar el dolor de quienes tanto lo amaron, así como la vigencia de su canto, en el poema titulado “En la tumba de José Antonio Chamorro”, al decir: “¡Adiós! ¡Adiós! Sobre tu blanca losa / la palma de la gloria se levanta / y el ave de la patria quejumbrosa / tu nombre en ella agradecida canta. // Aunque la muerte con rigor sañudo / tronchara audaz tu juventud florida, / no llegará jamás su filo agudo / a extinguir tu memoria bendecida: *// *y así cual brilla entre la noche umbría / la estrella de los nautas, placentera; / siempre serás en su empañada esfera, / brillante un astro de la patria mía”.
Luko Hilje | 7 de Julio 2008
2 Comentarios
¡Qué bueno que un biólogo también gusta de la literatura y de rebuscar en cajas de libros usados! Para mí es un deleite, es una lástima que las prisas y la vida cotidiana no me dejan tiempo para hacerlo más a menudo.
¿Será posible que estas personas, como Debrado y Juan Diego Braun, presentían su temprana muerte? Tal vez por eso vertían su angustia sobre el papel de esa manera, porque no tenían tiempo que perder, era urgente que escribieran lo que les salía a gritos del alma.
Que emocionante reseña. Sabemos de Hoffmann lo allegado a nuestro país y cuan colaborador fue. “Nadie sabe para quien trabaja”, pues más aún me emociona más la relación sobre Juan fernández Ferraz, mi bisabuelo de quien útlimamente me enorgullezco; será que los años nos hacen ver las cosas de manera diferente y apreciar lo verdaderamente bueno? Gracias por sus libros