¿De dónde viene? ¿Cuándo empieza? ¿Cómo se cultiva? Me refiero al tequio de la escribidera, sobre todo en quienes provenimos del mundo de la ciencia. Tal vez la respuesta esté, al menos en parte, en el breve ensayo “La escribidera”, que el Dr. José Calvo Fajardo -quien semanalmente publica en el medio digital Tribuna Democrática- incluyera en su libro “Vamos recogiendo”. Con humor, don José lo cataloga de enfermedad y, para colmo, hereditaria, y remata aseverando que “en mi propia familia hay cinco aquejados”.
Porque, entre entomólogos, ¿cómo explicarse que un taxónomo en mariposas y de gran reputación como tal, escriba una novela erótica, como Lolita? Bueno, pues lo hizo el ruso Vladimir Nabokov, quien residiera gran parte de su vida en los EE.UU. Más cerca, en nuestro medio, ¿cómo entender que don José se desenvuelva con tanta soltura escribiendo sobre temas económicos, políticos y filosóficos, mas con calidad literaria? ¡A saberlo! Pero es real, y lo entiendo plenamente, pues padezco de esa patología. Y, como “mal de todos, consuelo de tontos”, según reza el refrán, me tranquilizo no sabiéndome el único en el gremio de los autodenominados “entomólocos” o “bichólogos”.
Me sucedió hace 18 años, cuando fui contratado por el CATIE en reemplazo del colega salvadoreño José Rutilio Quezada quien, tras cinco años de laborar como entomólogo principal del proyecto de Manejo Integrado de Plagas, había renunciado, por motivos familiares. Era un inmenso honor, además de un grande y hasta atemorizante desafío profesional, sustituir a alguien de su calidad científica, para no mencionar su nobleza y bonhomía. Poco tiempo después, y tras enterarse de que me gustaba escribir poesía y cuento, mi jefe, el entrañable y recordado Dr. Joe Saunders, se quedó viéndome y, con su fino humor, dijo: “¡Pucha! ¿Será que estoy escribiendo mal los términos de referencia de los contratos del proyecto? Escribo entomólogos y lo que recluto son escritores”.
Sin embargo, para entonces yo no era más que un aficionado a las letras, mientras que Rutilio, además del libro técnico Manejo integrado de plagas insectiles en la agricultura, editado junto con el colega Keith Andrews, ya había publicado dos novelas (Dolor de patria en 1983 y La última guinda en 1987), al igual que un simpático y satírico librito sobre el propio CATIE, que intitularía Reflexiones profundas de un lago superficial, en el cual el narrador es el lago que engalana los predios del CATIE.
Tan pícaro el contenido del librito este que, para no lastimar predecibles epidermis hipersensibles, en la introducción Rutilio advirtió con gracia: “Talconetl, sabio pipil de la época pre-conquista, asesor de recursos humanos del soberano Atlacatl, consejero de Manco Capac y Xilam Balam, editor asociado del Popol Vuh, dijo una vez: Aquella tribu que no aprende a reírse de sí misma, está condenada a su dispersión y a que otras tribus se rían de ella”. Por cierto, en dicho libro bautiza a Joe como el Dr. Wonders y lo califica con tino como “el gringo más buena gente del mundo”.
De Rutilio, desde 1975 sabía de sus aportes en el control biológico de plagas, y tendría la fortuna de conocerlo personalmente en 1978, poco antes de marcharme a iniciar mis estudios de doctorado, cuando él trabajaba para el Organismo Internacional Regional de Sanidad Agropecuaria (OIRSA). En esa ocasión, en una cálida cena en casa de unos amigos salvadoreños, ofreció redactarme unas cartas de recomendación para que tratara de ingresar a la Universidad de California, en el prestigioso campus de Riverside, donde él se formara bajo la tutela del Dr. Paul DeBach, quizás la máxima autoridad mundial en control biológico entonces. Dada la premura de la situación, las redactó a mano al día siguiente, y serían providenciales para mi ingreso a ese querido centro académico, por su bien ganada reputación allá. En su tesis doctoral, él había abordado el complejo tema del “principio de exclusión competitiva” con un minucioso estudio de campo con avispitas parasitoides de una seria plaga de cítricos, y el artículo derivado de su tesis aún es un clásico en la ecología aplicada de poblaciones de insectos.
Pues, sí. Ese es Rutilio. Brillante y agudo profesional, meticuloso y detallista en sus numerosos aportes, así como infatigable en su labor científica, y… enfermo grave del tequio de la escribidera. Con 78 años bien vividos -y bien sufridos también, pues ha enfrentado incontables adversidades-, ahí está aún activo como consultor, desde su hogar en Hanford, California, cerca de su significativa Visalia.
De vez en cuando nos escribimos por internet, pero en estos días lo contacté emocionado, para felicitarlo, al percatarme en la X Feria Internacional del Libro realizada recientemente en San José, de que Dolor de patria tiene una cifra insólita de distribución, con ¡33.000 ejemplares vendidos! Increíble, cuando en nuestro medio los tirajes rara vez superan los 1000 ejemplares, y es casi imposible venderlos todos. Pero, para mi sorpresa, aún mayor, Rutilio me dijo que las ventas se acercan a los 80.000 ejemplares, y que de La última guinda se han vendido casi 60.000 copias. Es decir, no solo auténticos “best-sellers”, sino libros que no pierden vigencia tras un cuarto de siglo de aparición; además, hay interés de realizar una coproducción salvadoreña-española para llevar al cine el segundo.
Eso significa que, con su enorme sensibilidad y notable pluma, Rutilio ha sabido recoger desde lo más hondo e interpretar los dolores y anhelos de su sufrido pueblo, vejado por más de medio siglo por los poderosos, por supuesto que bien resguardados por su ejército, como brutal instrumento.
Ambos libros rezuman dolor y desesperanza y, enyugadas aparecen la denuncia social y la ambiental, al atestiguar el grave deterioro tanto las buenas almas campesinas como de los paisajes rurales otrora hermosos. Porque están enmarcados sobre todo en el mundo rural, en cuyos cafetales se explota sin misericordia a las peonadas que cada año emigran desde sus miserables tierras, para cosechar el grano y así redondearse los magros ingresos familiares. Descarnada expoliación que termina en represión y diáspora, en esa “guinda” que representa la huida de la miseria y la violencia, hacia donde sea, pero sobre todo como indocumentados hacia los EE.UU., para terminar calcinados muchos en los desiertos sureños. No obstante, entre tanto dolor, siempre hay una opción de esperanza al final de ambos libros.
Pero, aparte de estos crudos traumas colectivos, también están sus sufrimientos y desgarres personales, que Rutilio retoma en su último libro Aquellos exilios involuntarios. Memorias de un entomólogo. Porque en 1977, y cuando más ilusionado y activo estaba tras su regreso del doctorado en California, la Universidad de El Salvador fue invadida por el ejército y empezaría un largo y difícil peregrinaje que aún lo tiene lejos de su patria, y sobre todo de su natal Quezaltepeque, terruño al que dedica Las profecías de Adán Cangrejo, colmado de lindas y simpáticas remembranzas. Como la conquista de su amadísima Melba, novia por más de diez años y su esposa durante otros cuarenta, hasta que un alevoso cáncer la alejaría de su vida en el 2001, ante lo cual, para exorcizar tanta pena, escribiría Como los girasoles. Diario íntimo de una batalla desigual, en pequeño tiraje, para sus familiares y amigos.
Incansable e ingenioso, lleno de humanidad, además de otros dos breves libros a su haber, Heraldos del nuevo milenio y Memorias de mis alegres domésticas, hoy Rutilio espera con ansias que este año aparezca su novela Mientras viva esta orquídea, y quién sabe con qué otras sorpresas emergerá cualquier día tan querido colega y amigo. Para saberlo, quizás sería oportuno escudriñar en el inmenso mural en el cual el célebre Adán Cangrejo narrara la génesis, fulgor y apocalipsis de Quezaltepeque. Talvez ahí hallemos, entre indescifrables arcanos, las claves que permitan entender la misión y la trascendencia existencial de este errabundo y sensible hombre, hijo pródigo y escritor prodigioso.
Luko Hilje | 19 de Julio 2008
4 Comentarios
Muy ameno, humano y sustancioso el comentario de don Luko, que naturalmente nos invita a leer la obra literaria del hermano salvadoreño de formación científica, el Doctor José Rutilio Quezada. A propósito de la “escribidera” proveniente de hombres de formación científica cabe recordar a los humanistas renacentistas. En virtud del parangón con los citados entomólogos se nos ocurre traer a colación a Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), teórico político y social, pero, además, músico, botánico y filósofo, uno de los escritores más elocuentes de la Ilustración y que luego fecundó el pensamiento revolucionario francés que irradió por todo el mundo.
quisiera saber un poco de su obra la ultima guinda pero no lo encuentro respondame porfabor att: brenda
El Dr. Rutilio Quezada es como uno de esos faros que iluminan la historia con tanto aporte a la sociedad. Es un ejemplo de vida para muchos. Bendiciones para el y toda la gente buena.
La mania de la “escribidera” llega y no se va, asi han muerto muchos, empuñando una pluma contra la escopeta de los “otros”. En lo personal me encantan las novelas de Rutilio, el matiz picarezco y un poco sombrio de los personajes que anidan en su literatura me cautivan y me impulsan a seguir consiguiendo sus escritos.