Por Rodolfo Silva Vargas, vicepresidente ejecutivo del BCIE 1966-1971
A fines de 1967, la empresa cementera nicaragüense propiedad del Jefe de Estado, solicitó al Banco un préstamo para ampliar la capacidad de la planta. Los estudios, elaborados por firmas acreditadas, no deberían tener obstáculos en el Comité de Crédito, que el suscrito presidía como Vicepresidente Ejecutivo del BCIE. Aunque las instancias técnicas daban su anuencia, hube de cuestionar si era una política apropiada financiar proyectos de empresas propiedad de los Jefes de Estado, autoridades de Gobierno, o directores del propio Banco. Siendo un asunto sobre políticas de la Institución, correspondería al Directorio la resolución final. El Comité de Crédito decidió recomendarle que no se deberían financiar proyectos de empresas propiedad de tales autoridades.
A principios de 1968, en larga y tormentosa sesión, el Directorio conoció sobre el asunto, y por tres votos a dos acordó respaldar la recomendación del Comité. Desde luego, se adoptó como política general a aplicar a éste y a casos similares en el futuro.
Huelga describir la reacción airada que esta decisión provocó en el Jefe de Estado de Nicaragua, General Anastasio Somoza. Pero la decisión tomada no podía revertirse, a menos que la Asamblea de Gobernadores del Banco, que se reuniría en abril en Managua, revocara el acuerdo del Directorio. La reunión se celebró con la presencia de los Ministros de los cinco Estados Miembros, en su carácter de Gobernadores. No pudieron participar los Directores por El Salvador y Guatemala, Jorge Sol Castellanos y Alberto Fuentes Mohr, quienes habían votado la nueva política. El gobierno denegó la visa por “instrucciones superiores”.
La Asamblea de Gobernadores resolvió no pronunciarse sobre el tema, que consideró un asunto de política bancaria de la incumbencia del Directorio, por lo que el General Somoza convocó a los Ministros a reunión en el famoso bunker. Uno a uno les fue leyendo la cartilla: “Vos, Mario -dijo al Lic. Mario Fuentes, de Guatemala- decile al “Sastre” que si no coopera voy a meterle una guerrilla para que lo bote” -se refería al presidente Méndez Montenegro, a quien llamaban así porque se pasaba “tomando medidas”-. Siguió con el Ministro Rafael Glower, de El Salvador, a quien le espetó: “Decile al “Tapón” -mote que adjudicaba a su presidente Sánchez Hernández por su corta estatura- que si el Director Jorge Sol llega a poner los pies en Nicaragua, lo mando a destazar”. Tocaba ahora el turno al Ministro de Honduras, Lic Manuel Acosta. Le dijo Somoza: “Meme, vos decile al “Mecánico”- así llamaba al Jefe de Estado, general López Arellano, por su hábito de andar en overoles revisando aviones- que si no colabora, entonces me pague el millón de dólares que me debe del negocio que hicimos. Finalmente, le llegó el turno al Ministro de Costa Rica, Lic Manuel Jiménez de la Guardia: “Vos, Manuel, decile al “Profesor” -apelativo que daban al Presidente Trejos- que si necesita que le compre un par de diputados para pasar sus proyectos en el Congreso, que me avise cuales”. Don Manuel, lívido, respondió: “General, en Costa Rica no se hacen las cosas como en Nicaragua…”. Pero todo fue en vano, los Gobernadores no cambiaron de parecer.
Sobrevivió el Banco la tormenta, demostrando sus autoridades que no se dejarían intimidar por los desplantes de un Jefe de Estado, y mantuvo el BCIE una política a todas luces conveniente para la transparencia de sus operaciones en los países centroamericanos.
Columnista huésped | 7 de Julio 2008
1 Comentarios
Hoy, el Somoza de por aquí le dice a Guido: decile que por resultarme güero le voy a pasar la factura. Y a Rubén: redactate la sentencia. Y a Bienvendido: dejá de joder, ¿qué querés?. Y a la doña del carretillo: dame la lista de los menesterosos para pasársela al Banco.