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Un diccionario sobre la biodiversidad

Luko Hilje | 10 de Junio 2008

Por diferentes factores, tanto de tipo socioeconómico como geográfico y político, históricamente Costa Rica ha sido un cálido alero para numerosas personas extranjeras que, a su vez, han enriquecido de manera notable su educación, ciencia y cultura. Al respecto, basta con repasar de manera somera el libro Historia de la influencia extranjera en el desenvolvimiento educacional y científico de Costa Rica, de don Luis Felipe González Flores, para percatarse con grata sorpresa de cuántos hombres y mujeres contribuyeron desde muy temprano en la forja de nuestra nación, desde esos campos profesionales.

Lo bueno es que esa tradición de hospitalidad se ha mantenido casi invariable, para fortuna del país, y ojalá que siempre la cultivemos.

En el caso particular de los científicos, cuando uno analiza por qué cada uno de ellos llegó a nuestro país, detectará una multiplicidad de razones y motivaciones, y cuesta hallar dos casos que coincidan plenamente.

Hago estas acotaciones a propósito del hoy reputado Dr. Maarten Kappelle, holandés establecido aquí desde hace muchos años. Llegó al país en 1985 como estudiante de doctorado de la Universidad de Amsterdam, bajo la guía del Dr. Antoine M. Cleef, quien tenía un importante proyecto colaborativo sobre páramos con la querida y recordada colega Adelaida Chaverri. Por tanto, hizo casa en nuestra Escuela de Ciencias Ambientales de la Universidad Nacional, aunque permanecía la mayor parte del tiempo en las frías y nubladas alturas de Talamanca.

De indumentaria sencilla, sus blue jeans y botas de campo eran tan invariables como su casi infantil sonrisa. Casi de inmediato se ganó el cariño de todos nosotros con su gentileza, humildad y don de gentes, y muy pronto demostró su incansable espíritu de investigador, laborando en las ásperas condiciones de nuestras altas montañas, sin que nada ni nadie lo detuviera.

Pero ese era apenas un anticipo del potencial que había en él pues, tras obtener su doctorado y quedar embelesado por esas cumbres pletóricas de maravillas, por muchos años continuaría estudiando en detalle las formas de vida no solo de esos bosques nublados habitados por colosales encinares, sino también de los achaparrados páramos, parajes esos aptos para comulgar con la naturaleza, en medio de tan profundo, grato y sobrecogedor silencio.

Por fortuna, Marta Juárez también lo embelesó y hoy, con sus pequeños Derk y Bernard, está bien establecido entre nosotros, y ojalá resida aquí para siempre. Desde el Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio) primero, y hoy desde The Nature Conservancy, Marteen ha sido de veras infatigable, no solo como investigador, sino también como prolífico escritor, de lo cual daban fe siete valiosos libros, que versan sobre encinares y páramos, al igual que sobre los ecosistemas de esa arca de Noé encallada en nuestro territorio que es la península de Osa.

No obstante, alejándose por un rato de las investigaciones sobre plantas y bosques, ahora aparece Marteen con el octavo libro, bastante atípico para sus estándares, pero de gran mérito y utilidad para investigadores, profesores y estudiantes, además de bellamente concebido, diagramado y editado por el INBio, en una genuina edición de lujo, incluso empastada.

Sobrado motivo de celebración, como él me solicitó que lo prologara, accedí con inmenso gusto, pues es más bien un honor que me invitara a hacerlo. Y es por eso que hoy quiero compartir con los lectores el contenido de ese prólogo -que me permití leer la noche del 15 de mayo, cuando el libro fue presentado al público en un cálido convivio-, el cual dice así:

“Uno de los temas más comúnmente debatidos en la actualidad, incluso de manera polémica muchas veces, es el de biodiversidad. Pero, ¿por qué ha adquirido tal notoriedad si, como sostienen algunos autores, es un tema de larga data?

En efecto, en la literatura ecológica convencional, la diversidad de especies se ha considerado por muchos años -con toda razón y fundamento- en uno de los atributos de las comunidades naturales, junto con su estructura trófica (relaciones de alimentación entre sus miembros) y su conformación espacial y temporal (vale decir, cómo varían en el espacio y el tiempo, pues son dinámicas). Asimismo, sabemos que la diversidad depende de dos componentes: la riqueza de especies (cuántas especies hay) y la equidad (cuántos individuos hay de cada especie en cierta comunidad).

No obstante, hacia finales del decenio de los 80, el entomólogo y ecólogo Edward O. Wilson acuñó el concepto de biodiversidad, acicateado por la necesidad y urgencia de conservar las últimas grandes masas boscosas del planeta, ubicadas en los trópicos, las cuales son ricas en formas de vida aún desconocidas para la ciencia. Dichas masas, de la que es emblema la Amazonía, continúan sufriendo una acelerada destrucción, sobre todo bajo la presión de intereses económicos ciegos, que no reparan en las consecuencias de esto.

¿Vino nuevo en odres viejos? Sí y no, pues dicho concepto contiene elementos claves de la noción ecológica convencional, pero además le agrega nuevas dimensiones y escalas. Vale decir, alude al componente de riqueza, omitiendo el de equidad, pero considera la riqueza no solamente en términos de especies de organismos, sino que lo lleva a tres planos de complejidad creciente: genes (dentro de cada organismo), especies (ya citadas) y ecosistemas o hábitats (entornos donde viven e interactúan esos organismos).

Es decir, cuando hablamos hoy de biodiversidad estamos implicando tantos elementos, desde aspectos genéticos hasta ecosistémicos -también en continua evolución conceptual y semántica-, que corremos el riesgo de incurrir en confusiones de comunicación, al perdernos en cuestiones que a primera vista podrían parecer de pura retórica, pero que pueden desembocar en la incomprensión de lo que procuramos decir.

Sin embargo, como eficaz y rico antídoto contra tal confusión, ahora tiene en sus manos el lector este valioso y original texto, que por denominarse Diccionario de la biodiversidad, de manera tan lacónica, podría ocultar la vastedad de su contenido: más de 6800 términos en casi 400 páginas de papel de altísima calidad, así como profusamente ilustradas por cientos de fotografías en color, dibujos, esquemas y diagramas, para lograr una comprensión más cabal de dichos términos. ¡Un verdadero tesoro de información!

Bienvenida pues esta obra, surgida de la acuciosa mente de alguien que, como el Dr. Maarten Kappelle, ha convivido por tantos años entre nosotros, no solo contribuyendo a desentrañar tantos de los secretos de nuestra naturaleza -y especialmente de los páramos, junto con nuestros bosques nublados y robledales-, sino también ayudándonos a entender cada vez mejor -para valorarla, protegerla e incluso aprovecharla-, nuestra pródiga e inefable biodiversidad”.

Luko Hilje | 10 de Junio 2008

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