Por Rodrigo Quesada, historiador, catedrático emérito UNA, Premio Nacional (1998) de la Academia Costarricense de Geografía e Historia
I. - Normalmente cuando una persona con ciertos estudios y grados académicos habla del ocio, en contra del aburrimiento, o del derecho al cansancio y a la pereza, algunos se sienten incómodos y visualizan tales criterios como si procedieran de un demente, un vagabundo de siete suelas o de un pequeño burgués, hijo de papi, frustrado y resentido porque no lo toman en cuenta en casa, en la escuela, o tiene serias dificultades para que sus padres les den la debida seriedad a sus opiniones, sueños y esperanzas.
El aburrimiento y el derecho a la pereza fueron ingredientes teóricos que empezaron a notarse en las primeras luchas sociales emprendidas por pequeños, y casi insignificantes grupos anarquistas, en las calles de las principales capitales europeas, al iniciarse la segunda parte del siglo XIX. Muy relacionados con el desgaste mental y físico de los trabajadores, así como de sus esperanzas políticas y sociales, el aburrimiento y el derecho a la pereza son elementos desde los cuales fue posible empezar a reflexionar sobre las rutinas del mundo burgués, la monotonía de la producción y el ritmo anodino de la cultura burguesa.
En ningún otro momento, ni antes ni después del triunfo de la revolución industrial, fue posible encontrar tantos puntos de partida y de llegada como durante la era victoriana en Gran Bretaña (1837-1901), sobre temas y problemas relacionados con el ocio, el aburrimiento y el cansancio generados por los repetitivos procedimientos productivos utilizados en la sociedad burguesa. Nos referimos a la producción de mercancías, de arte, de ideología y cualquier otra relacionada con la reproducción del sistema económico como una totalidad. Las utopías de William Morris o William Blake están en relación directa con aquella ausencia de utopía que promueve la civilización burguesa.
II. - Aunque desde el siglo XVII encontramos testimonios y reflexiones de mucha profundidad sobre estos asuntos, como en el espectacular trabajo de Robert Burton, La anatomía de la melancolía, la presencia del ocio dejó de verse como la ausencia de productividad hasta el siglo XIX, cuando la cultura dominante exigió una medición más precisa del tiempo en las fábricas, las aulas y los cuarteles.
Sostener que el ocio es simplemente la ausencia de trabajo, es un criterio burgués clásico, que se puede encontrar en los trabajos teóricos de los grandes cultores de la economía política burguesa. Porque el terror vacui de la burguesía está en relación directa con la producción de mercancías, y la mercantilización de todo lo que pueda convertirse en valor de cambio, eso incluye a las personas mismas por supuesto.
Pero quien reflexiona sobre el ocio productivo, piensa igualmente en el derecho a la pereza y a la posibilidad de destruir una sociedad que solo fomenta el aburrimiento, la desidia, la repetición y la displicencia más absolutas hacia todo lo que no tenga que ver con el entorno del ombligo del empresario barrigón y sudoroso que da ordenes y acumula con desesperación. Estas inquietudes ya se hacían sentir, decíamos, en las expresiones de protesta de los herederos más auténticos de la revolución industrial y de la revolución francesa, como fueron aquellos que se lanzaron a las calles y a construir barricadas en las capitales centro-europeas después de 1848, y, sobre todo, después de 1871, con el trauma de la Comuna de París.
III. - Pero en 1968 se volvieron a escuchar aquellas discusiones, con una textura muy parecida a la de los antecedentes mencionados, cuando estudiantes y trabajadores coincidieron sobre algo decisivo: la cultura burguesa es la cultura del aburrimiento. Y porque lo saben han dado el salto mortal del ocio productivo a la producción de ocio. Para las revueltas populares y estudiantiles que tuvieron lugar en varias partes del mundo en 1968, la agenda crítica recogía tres ingredientes claves, para darle conducción al sentido de la protesta:
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“No pretendemos nada subversivo, solo queremos destruir a la sociedad capitalista”.
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“Tenemos un mundo de placeres por conquistar, y nada que perder más que las cadenas del aburrimiento”.
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“Seamos realistas, pidamos lo imposible”.
Esos tres criterios de rebeldía suponían a su vez una agenda superpuesta, con la cual se pretendía canalizar la manifestación en la calle:
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El trabajo en la fábrica es anodino, repetitivo y extenuante, aunque la jornada laboral sea de seis horas, como sucedía en algunas fábricas norteamericanas por aquellos días.
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La educación en todos sus niveles, es espantosamente aburrida.
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Los partidos políticos han sido reemplazados por maquinarias ideológicas, lo que los ha transformado en trituradoras de personas y personalidades,
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Las máquinas trituradoras de seres humanos, el capitalismo y el socialismo soviético, nos quieren meter en guerras que no nos pertenecen, como la guerra de Viet-Nam en aquel entonces, y han convertido nuestra vida cotidiana en una verdadera lucha por la supervivencia, ante la inminente amenaza nuclear.
IV. - Si el derecho a la pereza, la construcción del ocio y el combate del aburrimiento adquirieron verdadera estatura teórica con las revueltas del 68 eso es algo que bien puede medirse con las reformas universitarias que tuvieron lugar en México, Francia, Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos después de aquellos eventos.
Pero la crónica va más allá, pues la gratitud histórica expresada por los franceses enviando a Degaulle de vuelta a casa, a cuidar de su ancianidad, recogía al mismo tiempo la sabia opinión de la gran mayoría, en el sentido de que los viejos héroes deberían dejar espacio a las actitudes heroicas, y éstas estaban ocurriendo en las calles de varias capitales del mundo.
El nuevo espacio que se le abrió a la solidaridad en las calles, entre estudiantes, obreros, migrantes y segregados de todo tipo, superaba con mucho los viejos límites establecidos por la última guerra mundial. Igualmente las protestas y rebeldía contra la guerra de Viet-Nam, sentaron una memoria histórica de gran consecuencia en otras guerras en las que se involucró el imperialismo norteamericano, posteriormente, como la actual guerra de Irak.
Por otro lado, los golpes que se le propinaban al aburrimiento en el capitalismo tenían una factura muy similar a los que se le asestaban al socialismo soviético, el modelo de sociedad más aburrido de que tenga memoria la historia, según Vitali Shentalinsky. Los estudiantes, trabajadores, intelectuales y profesionales conscientes, también se lanzaron a las calles porque veían con claridad meridiana, que no hay nada más tedioso que el totalitarismo y sus distintas expresiones, solapadas o brutales. Tales fueron los casos de México y de Checoslovaquia. Estas son cuentas que aún están por saldar.
V. - Curiosamente la pereza es un crimen en el socialismo estalinista y lo es también en el capitalismo. Como bien decía Reinaldo Arenas, el gran escritor cubano, “en el socialismo si a uno le pegan una patada en el culo, debe aplaudir, en el capitalismo puede gritar”. El colapso del socialismo histórico abrió sendas nuevas, para una reconstrucción de la civilización en la que los seres humanos sean lo que importe. Pero también repitió caminos recorridos por los hombres y mujeres del 68, cuando nos fue evidente de manera incontrovertible que los partidos políticos han perdido su momento, y el búho de Minerva hace rato que nos abandonó.
Recordar el 68 no es hacer arqueología de los movimientos sociales, es tomar consciencia de que muchas de sus aspiraciones, sus realizaciones y alcances todavía esperan ser valorados en su justa dimensión, aquella en la cual sea posible devolverle al ser humano el control total sobre su propia vida cotidiana, la que nunca le perteneció en el socialismo soviético y la que nunca le ha pertenecido en el capitalismo salvaje en el que vivimos hoy.
Recordar el 68 es darnos cuenta de que son viables los diálogos políticos entre estudiantes y trabajadores, jamás mediatizados por los cuerpos duros de la teoría o de la simple consigna. La muerte de Manuel Marulanda en Colombia, prueba eso, la posibilidad de un diálogo instrumentado sobre las necesidades más hondas de los desplazados, los marginados y abandonados de la tierra.
Columnista huésped | 7 de Junio 2008
1 Comentarios
Muy interesante el comentario del sr. Rodrigo Quesada sobre la generación del 68, yo vivé esa época y se podría decir que fue una lucha contra el estado de cosas, contra el régimen político, se aspiraba a una sociedad más justa, fue la época del gran apogeo de la Guerra Fría, la lucha contra dos polos opuestos, el movimiento estudiantil va en ascenso, eso se notó en Francia, Alemania,México y otros países, fue la época de la primavera de Praga, que buscaba un rostro humano en el socialismo, apareció el eurocomunismo, voces disidentes contra el movimiento socialista, que buscaba una apertura, en general fue una época de rebeldía contra el régimen imperante.-