Libertad de prensa y libertad de expresión
Publicado por Luis Guillermo Solis R. en jun 12, 2008 en Articulos | 3 comentarios• Reflexiones crÃticas sobre la coyuntura actual en Costa Rica, publicadas en el libro *Voces para acallar el silencio: libertad de expresión y de prensa*, editado por la Oficina de la UNESCO para Centroamérica, 2008.
Durante décadas, mi predisposición como ciudadano fue de una irrestricta admiración hacia los medios de comunicación costarricenses. A éstos atribuà siempre -más allá de mis preferencias polÃticas y partidistas- una función esencialmente constructiva en el fortalecimiento democrático. Pensaba, apelando incluso a la más rancia historiografÃa nacional y quizá incluso a muchos de los mitos fundacionales difundidos por ésta, que esos medios, aún cuando tuviesen agenda propia y representasen intereses económicos y polÃticos especÃficos, eran indispensables para garantizar la sana conducción de la República y que, incluso más importante todavÃa, eran un bastión esencial sin el cual el régimen polÃtico podÃa ser pasto fácil de la demagogia gubernamental.
Claro, añoraba la posibilidad de escoger -como podÃan y todavÃa pueden hacer quienes viven en paÃses con mayor tradición cultural y recursos- entre opciones comunicacionales que me permitieran leer, escuchar o mirar interpretaciones más cercanas a mis preferencias ideológicas y visiones de mundo. Pero aquello no pasaba de ser una aspiración que era rápidamente superada no sólo por los lÃmites que imponÃa la realidad local, sino porque los medios costarricenses -unos más, otros menos- posibilitaban el debate medianamente equilibrado, incluso incorporando en algunos casos a la disidencia a sus páginas de opinión. Digamos que era un mal menor soportable que la llegada de la Internet volvió más llevadero todavÃa, cuando me permitió, sin demasiada dificultad, acceder cotidianamente al *New York Times*, el *Christian Science Monitor*, *El PaÃs*, *Le Monde* o cualquier otro periódico capaz de someter a un mÃnimo escrutinio, algunas de las “verdades” incontrovertibles del pensamiento único.
**Este año** llego a la cincuentena con una opinión bastante distinta de aquella. He sido no sólo curtido, sino profundamente afectado por el establecimiento de una realidad mediática en Costa Rica que, a diferencia de aquélla que alguna vez me ilusionó, atenta contra el sano debate democrático y pareciera más bien estar empeñada en inhibirlo.
Semejante afirmación podrÃa parecer exagerada. Muchos dirán que me obnubilan mis prejuicios y que, pese a mi (generalmente buena) reputación como analista, proponer que la libertad de expresión se encuentra amenazada en Costa Rica constituye un atrevimiento cuyo castigo tendrá que alcanzarme más pronto que tarde. Algunos otros pensarán que mis experiencias como férreo opositor del Tratado de Libre Comercio con los EEUU me han hecho naufragar en el arrecife anti-sistémico, convirtiéndome en una vÃctima más del radicalismo que tiñe de demagogia a muchos de los regÃmenes neo-populistas de América Latina. En fin, todavÃa algunos otros me achacarán haber caÃdo en manos de los paranoicos miembros del “Observatorio de la Libertad de Expresión”, en su opinión un reducto indeseable de periodistas renegados y otros resentidos sociales cuyo único objetivo es el de mancillar la prÃstina reputación democrática de Costa Rica.
No haré generalizaciones respecto de los alcances de mi hipótesis respecto de la amenaza que para la democracia costarricense representa el advenimiento del fenómeno del control mediático por pequeños grupos de interés aliados con poderosos bloques polÃticos, porque afortunadamente la decencia no ha abandonado todavÃa ni a todos los medios de comunicación social, ni a la mayorÃa de quienes laboran en ellos. Sin embargo sà diré, para quienes todavÃa creen en brujas, hadas y demás seres mitológicos incluyendo los unicornios y los elfos, que cualquier mÃnimo análisis de contenido de las noticias que se publican en los cuatro o cinco espacios mediáticos más tradicionales del paÃs revelará un clarÃsimo desequilibrio informativo que siempre y por razones que no son accidentales, favorece a los detentadores del sistema de dominación y perjudica a quienes les adversan.
Pero hasta ahà los lectores me podrÃan decir, con razón, que tal era la situación que existÃa en *ilo tempore*, cuando el que creÃa en brujas era yo. Lo que pasa es que ahora la cosa es peor que entonces porque a la defensa del status quo de los medios tradicionales (que nunca ha cambiado), se suma una para nada disimulada intención de acallar a los opositores cerrándoles espacios para la emisión de sus opiniones. En efecto, usando todo tipo de artilugios, unos más sutiles que otros, los dueños de los medios, los dueños de la pauta comercial en los medios, los jefes polÃticos y toda la fauna que les rinde pleitesÃa, se han dedicado durante los últimos dos años a una verdadera campaña de descalificación, difamación e intimidación de quienes no endosan el proyecto “oficialista”. Ello ha conllevado el cierre de algunos programas radiofónicos, la suspensión de espacios televisivos, la invitación para que analistas independientes dejen de contribuir en las páginas de opinión de los diarios, o el permanente acoso de los hierofantes más consagrados de dichos medios, quienes un dÃa sà y otro también, se regodean hablando de los “intelectualoides”, pseudo académicos y otras criaturas producto de la sociologÃa, a quienes acusan de ser responsables de imaginarias traiciones de lesa majestad que no merecen sino el más ejemplarizante castigo de los pueblos.
**No me atreverÃa a afirmar**, por un prurito de mÃnima responsabilidad cartesiana, que la libertad de prensa esté amenazada en Costa Rica. No lo está y aunque con altibajos, generalmente goza de buena salud. Habrá alguna necesidad de afinar, aquà y allá, las regulaciones que garantizan y tutelan dicho régimen. No obstante ello, para todos los efectos, incluso los crÃticos como yo hemos de admitir que -definida en su acepción más clásica- la libertad de prensa constituye un elemento tan perdurable en el imaginario de la Nación costarricense como la desmilitarización. Eso pareciera no estar en discusión.
Lo que sà sostengo es que desde algunos años a esta parte, a medida que el sistema polÃtico deja de estar detentado por las que en algún momento Jorge Rovira Más llamara las “élites mesocráticas”, y pasa a someterse a los designios del complejo financiero-exportador-gran comercial-transnacional, la libertad de expresión ha sufrido un grave y progresivo desmedro que lejos de aminorarse, se agrava cada vez más rápidamente. La colusión de medios de comunicación en manos de pocas corporaciones o incluso personas -algunas locales, otras extranjeras-; la adopción de prácticas periodÃsticas que lesionan el derecho a la privacidad y el derecho de la ciudadanÃa a disponer de información veraz; la manipulación de las encuestas de opinión y sus resultados; la manifiesta intención de algunos medios de convertirse en verdaderos actores polÃticos sin tener la legitimidad para serlo y la cada vez más frecuente tendencia de dichos medios de constituirse en parte explÃcita y visible de las coaliciones polÃticas oficialistas, todos son indicios de esa tendencia. Más aún, conforman un cuadro particularmente ominoso de la falta de lÃmites éticos de algunas empresas y comunicadores que, haciendo caso omiso de la responsabilidad moral que tienen como constructores de opinión pública, se han convertido en poco menos que propagandistas a sueldo del régimen de cuyas mieles disfrutan sin pudor ninguno.
¿Por qué se vuelve imprescindible convocar a un debate sobre este particular? En primer lugar, porque lo que está en juego, al final de cuentas, es la democracia costarricense y su institucionalidad. En efecto, aunque parezca un poco cursi afirmarlo, la suerte de esa democracia y de esa institucionalidad en buena parte depende de la legitimidad del sistema de dominación o, si se quiere usar un concepto menos clasista, del sistema polÃtico a secas. En un paÃs en donde la clase polÃtica tradicional se ha dedicado desde hace ya bastantes años a desdibujar la frontera entre el interés público y el interés privado; en una República en donde la división entre los poderes es cada vez más difusa; en una nación en donde los grados de desigualdad son cada vez más amplios y la concentración de la riqueza cada vez más obvia, la legitimidad no puede basarse en la mentira, en la desinformación o el chantaje mediático.
Pero en segundo lugar, hay que hablar sobre las amenazas a la libertad de expresión en Costa Rica porque quienes las generan constituyen también una amenaza para los propios medios de comunicación, los cuales corren el riesgo de derivar irrelevantes en un contexto en donde el escepticismo ciudadano es cada vez más marcado. En pocas palabras, si se amenaza la libertad de expresión la primera vÃctima de ello, y no en el largo plazo, será la libertad de prensa. Contra todo pronóstico, la “serpiente se estará comiendo su propia cola” y en poco tiempo no habrá espacio ninguno disponible para ejercer, sanamente y sin restricciones artificiales, la libertad de pensamiento.
**Me horroriza pensar** cómo serÃa la Costa Rica resultante de un triple expolio: el que puedan producir las corporaciones transnacionales al calor del TLC; el que ejerzan los poderes fácticos por medio de un control absoluto y crecientemente autocrático de las instituciones del Estado; y el que se produzca fruto de los excesos que no puedan ser neutralizados por una opinión pública emasculada de su voz. Los dos primeros factores, nefastos como son, al menos forman parte de las variables que constituyen el corazón de “la polÃtica” y pueden ser atendidos, por lo tanto, polÃticamente. Pero el tercero es perverso porque se entroniza desde los oscuros espacios del silencio, revestido de cánticos de amor por la libertad de expresión que, no obstante, sólo puede ser ejercida por unos pocos en detrimento del bien común.
Quisiera creer, de verdad, que en última instancia esos temores son infundados y que existen condiciones objetivas que, desde el interior del propio sistema, serán capaces de neutralizar a las fuerzas que amenazan a la libertad de expresión en Costa Rica. Lamentablemente esas condiciones o no existen, o bien existen pero no pueden manifestarse porque son inmediatamente reprimidas en medio de una violenta arremetida propagandÃstica. De allà que me sienta cada vez más proclive a aceptar, como lo han propuesto ya algunos compatriotas bien informados, que empieza a configurarse en el paÃs una “dictadura mediática” de la cual, con las excepciones del caso que son notables y valientes, participan cada vez un número mayor de empresas de comunicación social.
¡Pobre Costa Rica si asà fuera! No sólo porque habrÃa perdido la posibilidad de avanzar en su proyecto democrático -bastante venido a menos por cierto-, sino porque también se habrÃa convertido en un modelo fallido de convivencia. Quizá, de ocurrir, esta situación no produzca turbulencia ni violencia social, pero con turbulencia o sin ella, con violencia social o sin ella, lo cierto es que el paÃs habrá perdido una parte importante de su calidad republicana. Y aunque para algunos eso de la “calidad republicana” resulte irrelevante, no lo es para mÃ, orgulloso heredero y fruto de un modelo de Nación en el que dejamos de regatear el precio de la libertad después de que se peleó la guerra civil en 1948.
Asà las cosas, habrá que empeñarse en impedir que esos poderes que se ocultan detrás de algunos de los proyectos mediáticos del paÃs, logren capturar la totalidad de los espacios públicos y polÃticos que están todavÃa disponibles aunque cada vez son menos. Eso pasa no sólo por aumentar la capacidad de denuncia en los medios alternativos de comunicación, sino también por la articulación de las fuerzas sociales que se resisten a la hegemonÃa de quienes hoy mandan y gobiernan en Costa Rica.
Y conste, no creo en las conspiraciones anónimas. En lo que sà creo es en las realidades del poder mediático y en quienes lo ejercen a favor de unos pocos y en la necesidad de limitarlo -por vÃas democráticas en lo posible- como parte de un ejercicio profundamente cÃvico de rescate del derecho de los seres humanos a expresarse en libertad.
Certero análisis, de una realidad cotidiana que: experimentamos como vivencia, todos los dÃas, en nuestra prensa escrita y televisiva. Suscribo la intuición de que sà hay, una muy clara dictadura mediática,la cual cumple la función similar,a la que ejecuta la proa de un rompe hielos en el ártico, que va abriendo el camino, para la imposición sutil,a un pueblo,que previamente ha sido, desensibilizado, desinformado y engañado, por tácticas de dominación del inconsciente colectivo, a punta de ¨sele¨,cantando y gritando por un sueño,etc, etc. Isidro Perera Rojas
Excelente análisis, oportuna llamada de atención sobre hechos muy graves que están acogotando la libertad en Costa Rica, clarinada no se si con la suficiente sonoridad como para despertar a tantos ciudadanos que siguen creyendo que aquà no están amenazadas las libertades.
Y -como lo dice Luis Guillermo- no es la libertad de prensa la que está amenazada en Costa Rica. Lo que sà está sofocado es el Derecho a la Información que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó en Resolución #
59 del 14 de diciembre de 1946 como un “DERECHO HUMANO FUNDAMENTAL”.
Es importante que personas respetables como don Guillermo SolÃs, se ocupen de escribir en torno a este tema que está adquiriendo tonalidades de gravedad. Coincido con su preocupación y con sus argumentos. Por otro lado, quiero expresarle que existen conductas tan extremas de parte de medios y de periodistas que quizá don Guillermo no conozca. Simples ciudadanos como yo, que en nada amenazan los poderes que ellos defienden, hemos sufrido con el mayor ensañamiento esta conducta de los medios de comunicación extraña a Costa Rica. Ha tenido que ser la presión de una demanda en los Tribunales de Justicia y la intervención de un gran periodista, don Armando Vargas Araya, lo que permitió una disculpa forzada, a regañadientes y sin ningún propósito de enmienda, ni respeto alguno por la dignidad humana. Por esta razón y muchas más que don Guillermo menciona, su artÃculo es importante.