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¿Jóvenes? ¿Son jóvenes?

Columnista huésped | 18 de Junio 2008

Por Isabel Ducca D.

¿Dónde están los jóvenes de este país? ¿Cómo se puede ser joven hoy día y no salir a las calles indignados por la representación que algunos “jóvenes” políticos hacen de esa etapa maravillosa que hizo a Rubén Darío lamentarse con su “Juventud, divino tesoro, te vas para no volver…”? Para llegar a la noción y a la identidad de joven que se tiene actualmente, hubo que derramar sangre, sudor y lágrimas. La matanza de Tlatelolco en el año 68 no la debemos ni olvidar ni profanar. Las luchas estudiantiles en toda América Latina y en diferentes partes del mundo, para lograr el respeto como seres humanos en una sociedad adultocéntrica, no deben quedar como un libro cerrado de una historia que ya no interesa. Finales de la década de los cincuenta, y sobre todo en las décadas del sesenta y setenta, los y las jóvenes del mundo entero cantan, bailan, escriben poesía, la viven y la gritan en contra de la guerra, la injusticia, el sistema capitalista, la libertad de amar y el retorno a la naturaleza. La sociedad actual respira un oxígeno y conoce una libertad y una tolerancia que sin esas gestas juveniles no se hubieran logrado. Hicieron o hicimos el mundo más humano, más placentero, más respetuoso y más creativo.

Con la irrupción en la década de los ochenta, de las estrategias económicas, conocidas como neoliberales, figuran dos personajes caníbales como emblemas de éstas. Ronald Reagan en Estados Unidos, conocido por sus películas de vaqueros, un actor de segunda o tercera categoría en Hollywood, gran colaborador de la CIA y delator de directores y actores progresistas durante la década del cincuenta. Margaret Thatcher en Inglaterra, conocida como la dama de hierro, amiga y defensora de Augusto Pinochet. Esos rasgos describen los íconos del neoliberalismo. En América Latina, desfilan por la pasarela, el ya mencionado Augusto Pinochet, Alberto Fujimori, Collor de Mello en Brasil, Menem en Argentina, Salinas de Gortari en México, todos se distinguen por llevar en el desfile una cinta que los une y los identifica: ladrones del erario público. Como herencia de esta generación de políticos queda la escuela del cinismo. En lenguaje popular, se les llamaría los “cara de barro”.

La metáfora cara de barro sintetiza en nuestro medio al o a la que perdió la vergüenza. Como tiene la cara petrificada por la arcilla, no se le suben los colores, no se chilla, no le tiemblan los ojos o los párpados, no se conmueve ni se inmuta. El barro y la arcilla son materiales muy dóciles, se manipulan y se moldean fácilmente, pero cuando se dejan secar, se petrifican y no se vuelven a ablandarse nunca más. Así son estos “representantes” populares. Fueron moldeados por los adultos, manipulados por el capital o los capitalistas, se expusieron mucho rato al calor de los intereses personales o privados y se petrificaron. Hablan de ética, dicen representar al pueblo costarricense y legislar para el beneficio de todos y todas las costarricenses. Son ya maestros en el arte del doble discurso y no se inmutan cuando aparecen en cámaras afirmando todo eso.

Dos de esos políticos jóvenes suscribieron la estrategia mediante la cual le lograron robar la lucha contra el TLC al pueblo costarricense. A uno, los vecinos de Heredia le han solicitado en múltiples ocasiones que renuncie, y él no escucha el clamor popular, pero dice representar a la provincia suya. A otro lo acaban de condecorar como ciudadano honesto pues el tribunal que lo absolvió consideró que no había violentado ni herido la dignidad ni los derechos humanos de los trabajadores más pobres. ¿Cómo no lo iban a condecorar, si le deben una victoria? ¿Cuándo han visto que, en una guerra, no condecoren a los estrategas que hicieron posible el triunfo?

La tercera sentó cátedra de ética el viernes por la televisión. De ella, una psicóloga amiga recomienda no ocuparse para no regalarle gratuitamente una dosis de narcisismo, su alimento preferido. Pero nada más, digo: “Dime quién te defiende y te diré a quién le serviste.” A Andrea Morales la defendió Rodrigo Arias S. y Fernando Sánchez.

Dicen los sabios y las sabias que, conforme el cuerpo envejece, el espíritu, cada vez más libre, se rejuvenece.

Ser joven a partir de los años sesenta es sinónimo de ir por el mundo enarbolando las banderas de la libertad, la creatividad, la justicia social y la paz. La pregunta inicial sigue en pie: ¿SON JÓVENES?

Columnista huésped | 18 de Junio 2008

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