Por Raúl Francisco Arias Sánchez, historiador
• Final del trabajo de investigación presentado a la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica, como requisito de ingreso como académico de número
El cirujano de Edimburgo y la Campaña Nacional de 1856-1857
Cuando el ciclo inglés del café llegó a su punto máximo, durante la década de 1850, los Montealegre eran los cafetaleros más poderosos de Costa Rica, junto con otras familias de la elite como los Aguilar, los Iglesias y los Mora, llegando inclusive a establecer lazos matrimoniales y negocios en conjunto entre ellos. Sin embargo, surgieron diferencias entre los miembros cabeza de familia, debido a la concentración de poder de una parte de la elite, así como a supuestos malos manejos de las ganancias generadas en el negocio cafetalero. Estas diferencias se pusieron en evidencia con la Campaña Nacional de 1856-1857.
El pueblo y la Iglesia apoyaron sin reservas la causa de la guerra sostenida por el Presidente Juan Rafael Mora y su grupo gobernante, presentada como la única salida posible para enfrentar el peligro de invasión filibustera que se avecinaba. En la acera de enfrente estaba el grupo de los Montealegre, enemistados con el Presidente y con su política interna y externa, manteniéndose al margen de la situación, esperando cualquier error del Gobierno para capitalizarlo como oportunidad para tomar ventaja política.
Centroamérica se había convertido en un tablero de ajedrez político en el cual se enfrentaban la joven potencia emergente de los Estados Unidos con la vieja y decadente Gran Bretaña. La potencia que ganara el “match” tendría como premio el camino abierto para construir un canal interoceánico en el Río San Juan. Como toda partida de ajedrez, el juego inteligente y la mejor estrategia son los elementos que dan el triunfo al ganador.
Ya en las décadas de 1820 a 1840, el Gobierno británico había movido algunas piezas claves tratando de someter a la entonces conformada República Federal de Centroamérica, concediendo empréstitos y envolviendo a los gobernantes con la hábil diplomacia del cónsul Frederick Chatfield, manteniendo como zonas estratégicas las islas llamadas Honduras Británica y la Mosquitia nicaragüense. No obstante, con la desaparición de la Federación, el juego cambió y los ingleses se quedaron demasiado tiempo esperando que se dieran algunos acontecimientos favorables para mover nuevas piezas.
Entre 1840 y 1850 le tocó el turno de hacer su jugada a los Estados Unidos, entrando directamente a mover sus piezas en Nicaragua, poniendo un embajador astuto, Ephraim George Squier, cuya misión era inclinar la balanza política a favor de los intereses norteamericanos, haciendo que el gobierno nicaragüense entablara acciones diplomáticas reclamando la propiedad absoluta del Río San Juan, el Guanacaste y las llanuras de San Carlos.
La situación de guerra que privaba en Nicaragua le dio pie a los norteamericanos de realizar una nueva movida de su juego. Los sureños necesitaban mantener su dominio y hegemonía política interna sobre los yankees del norte, que amenazaban con ganar las elecciones de 1860 y abolir la esclavitud en la Unión Americana. Los líderes sureños jefeados por Jefferson Davis y Pierre Soulé, tramaron un plan para tomar la región centroamericana y anexarla a la Confederación de Estados del Sur.
El plan consistía en colocar mercenarios en Nicaragua apoyando a uno de los bandos en disputa, tomar el poder y conseguir por todos los medios que el resto de países se unieran a la causa sureña. Efectivamente, en junio de 1855 llegó a suelo nicaragüense el primer contingente de soldados de fortuna al mando del filibustero estadounidense William Walker. La presencia de los filibusteros en Nicaragua obedeció a un plan diseñado en la Casa Blanca, esperando que Walker con el apoyo diplomático del nuevo embajador John Wheeler, pudiese jugar “jaque mate”, para terminar con la presencia británica en la región.
Los ingleses mientras tanto también movían sus piezas, atenidos a los negocios e intereses cafetaleros que mantenía Costa Rica con el Reino Unido. Entre 1854 y 1855, el Gobierno de Su Majestad Británica proveyó al ejército costarricense de armas de última tecnología, aunque no obsequiadas, sino vendidas a buen precio. Sin embargo, a pesar de existir grandes puntos de coincidencia con Inglaterra, internamente la elite económica cafetalera no tenía una posición homogénea en contra del filibusterismo norteamericano.
Mientras que el Presidente Mora estrechaba las relaciones diplomáticas con los gobiernos inglés y francés, procurando apoyo para combatir al filibusterismo, el grupo Montealegre, aún cuando mantenía fuertes lazos comerciales y familiares con los ingleses, no estuvo de acuerdo con la guerra ni con las acciones emprendidas por el gobierno morista.
Esta parte de la elite, pragmática en asuntos de negocios, consideraba que había que abrir la vía comercial como fórmula de trato con el dueño de la situación militar y política nicaragüense, el médico esclavista sureño William Walker; formado en las universidades de Pensilvannia y de Edimburgo; lo cual resulta interesante si se toma en cuenta que una de las principales figuras del grupo Montealegre se había formado precisamente en la capital escocesa. No se puede ignorar la posibilidad de que existiese algún grado de afinidad entre William Walker y José María Montealegre.
Existen suficientes evidencias documentales para sostener que una vez que dio inicio el conflicto entre la Costa Rica morista y la Nicaragua filibustera, se entabló un canal de comunicación entre los enemigos de Mora en San José y el poder norteamericano en Granada. Sólo así se explica el hecho de que las mismas acusaciones que se lanzaban en el país en contra de Mora, se repetían al pie de la letra en el periódico El Nicaragüense, editado en inglés por Walker. Sin embargo, no es posible establecer históricamente una relación formal entre los enemigos internos de Mora con sus homólogos externos.
Lo que sí puede afirmarse es que durante la emergencia provocada por la guerra, el Gobierno llamó a todos los sacerdotes y médicos residentes para que ayudasen a establecer los mecanismos sanitarios y asistenciales necesarios. A pesar de que la gran mayoría de los médicos respondieron afirmativamente, José María Montealegre no estaba dentro de ese grupo.
Algunos autores aseguran que se refugió en sus haciendas para no tener que recibir órdenes del Presidente ni del doctor Hoffmann, cirujano mayor del ejército y director del plan de sanidad civil. La ausencia de Montealegre es tan notoria y absoluta en la gesta gloriosa de 1856, que su biógrafo, don Carlos Meléndez, en su obra no toca el inevitable tema de la participación de los médicos en la Campaña Nacional, lo cual resulta extraño si se toma en cuenta la obligación de carácter ético a que estaban sometidos todos los médicos residentes en el país, incluido Montealegre.
El match de ajedrez entre los Estados Unidos e Inglaterra se mantuvo durante y después de la guerra filibustera. La jugada de colocar a Walker en Centroamérica fracasó debido a la posición beligerante y decidida del Presidente Mora, la fortaleza y capacidad del Ejército Expedicionario y el manejo diplomático de don Luis Molina en Washington. La pugna por el canal interoceánico continuó en el plano de la diplomacia.
El Presidente norteamericano Buchanan insistía en convencer a las nuevas autoridades nicaragüenses de que sacaran a Costa Rica del Río San Juan para poder reactivar el proyecto. Al mismo tiempo los británicos enviaban a un importante representante: Sir William Ouseley a Costa Rica con el mismo propósito. Los ingleses esta vez estaban unidos con el otrora enemigo mortal: Francia. Ambas potencias apoyaban las gestiones del empresario Felix Belly para lograr un acuerdo canalero entre Nicaragua y Costa Rica, sin la participación de los norteamericanos.
Al final, la situación política interna de Nicaragua, el ascenso al poder del bando abolicionista norteño en los Estados Unidos con la elección de Lincoln, la Guerra de Secesión posterior, y el cambio de mando político en Costa Rica, se confabularon para que el proyecto del canal quedara relegado para jamás llevarse a cabo en el Río San Juan.
En 1857, Nicaragua, apoyada por los Estados Unidos, exigió a Costa Rica la firma de un tratado de límites, para luego insistir en un nuevo tratado, firmándose el Tratado Cañas-Jerez en abril de 1858. A escasos dos años de terminado el conflicto filibustero y luego de enfrentar una amenaza de guerra proveniente de Nicaragua (octubre de 1857), el Gobierno de Mora estaba en su punto más débil y vulnerable, a pesar de lo cual ganó la elección presidencial para el período 1859-1865, desencadenando la reacción violenta de sus enemigos.
El 14 de agosto de 1859, convenientemente en horas de la madrugada, los altos militares Máximo Blanco y Lorenzo Salazar, sobornados por el grupo Montealegre, se pronunciaron en contra del Presidente Mora y del orden institucional, deponiéndolo del poder.
No se ha probado aún que el golpe de cuartel en contra de Mora formara parte del ajedrez político jugado por los norteamericanos y los ingleses, aunque si se ha demostrado que existieron comunicaciones confidenciales entre los diplomáticos estadounidenses con los miembros de la elite Montealegre. Pero no se puede negar que para el Gobierno de los Estados Unidos el derrocamiento de Mora representaba la eliminación de su principal problema en la construcción del canal interoceánico, siendo Mora precisamente el principal factor que hizo fracasar la invasión de Walker a Nicaragua y la posterior anexión de Centroamérica a la Confederación de Estados Sureños.
Consumado el golpe militar, Mora y sus seguidores más cercanos fueron encarcelados, amenazados de muerte y finalmente enviados al exilio, dirigiéndose a El Salvador. Mientras tanto, José María Montealegre se colocaba en la silla presidencial por los siguientes tres años, haciendo un gobierno sin brillo ni relieve internacional, visto con recelo y desconfianza por los otros gobiernos de la región, caracterizado internamente por la persecución política de quienes seguían manifestándose como moristas; al extremo de que cientos de costarricenses tuvieron que salir rumbo al exilio, los más pudientes, refugiándose en tierras salvadoreñas, junto con su líder don Juanito.
Enfrentando muchos problemas propios de la administración pública, Montealegre y su grupo intentaron gobernar decorosamente, dejando de lado la atención de importantes aspectos en materia de salud pública, como fue la no reactivación de la Ley de Reglamento del Protomedicato, aprobada por el Congreso de la República poco antes de la caída del Presidente Mora, ordenando también el cierre temporal del Hospital San Juan de Dios; luego de despedir por razones políticas al director fundador, el médico norteamericano de clara filiación morista Dr. James Hogan.
La administración Montealegre gobernó siempre bajo el temor que inspiraba el fantasma de Mora. Tirios y troyanos no podían evitar comparar el estilo de gobernante que poseía Mora: fuerte, decidido, emprendedor desde muy joven, firme de carácter, acostumbrado a tomar decisiones, proyectando siempre una imagen positiva y casi omnipresente; en contraste con un Montealegre sin personalidad política, sin la firmeza de carácter ni la capacidad decisoria de su antecesor, tomando todas las decisiones importantes en constante consulta con sus allegados más entendidos en asuntos de política y economía, especialmente el poderoso capitalista Vicente Aguilar.
En lo político, la administración Montealegre rompió todo vínculo con los países centroamericanos en cuanto al seguimiento que se le daba al problema del filibusterismo que aún estaba latente. Era como si Walker ya no representase un peligro para el país. Al mismo tiempo se estrecharon los lazos con los Estados Unidos, avalando en todos sus extremos los intereses norteamericanos en la región, significando la alegría para los profilibusteristas. Estos intereses se vieron interrumpidos por la Guerra de Secesión que afectó los Estados Unidos entre 1861 y 1865.
En 1860, después de permanecer un año en el exilio, Mora regresó al país con un grupo de sus adeptos para retomar el poder, protagonizando una sangrienta batalla en La Angostura de Puntarenas en contra de las tropas del Ejército Nacional, enviadas por el Presidente Montealegre y el Congreso de la República para enfrentar a los alzados.
Derrotadas las fuerzas de don Juanito y capturado este en la casa del cónsul inglés, el representante del Gobierno, Francisco María Iglesias, haciendo alarde de su supuesta condición de negociador plenipotenciario, prometió a Mora que si se entregaba, sólo él sería fusilado, respetándose la vida del gran general Cañas, su hermano el también general José Joaquín Mora y los demás involucrados. Sin pensarlo dos veces, la nobleza de alma de don Juanito lo hizo aceptar de inmediato la propuesta formulada por su enemigo, quedando como testigo de honor el propio cónsul mister Farrer.
Abandonando con paso firme la seguridad del consulado inglés, Mora creyó que su sacrificio personal salvaría la vida de sus queridos amigos y camaradas. No obstante, la palabra empeñada por el señor Iglesias no tenía ningún valor ya que al consultarse al Presidente Montealegre en la capital, vía mensajero expreso, su respuesta fue que no reconocía ningún acuerdo puesto que la decisión de fusilar a todos los comprometidos en el alzamiento morista estaba tomada de antemano, de manera que la orden debía cumplirse sin demora.
Efectivamente, la orden fue cumplida a medias, se fusiló finalmente a Mora, su lugarteniente Arancibia y al general Cañas. Pero ante la negativa del general Máximo Blanco de fusilar a los demás, fueron expulsados hacia El Salvador don José Joaquín Mora y su sobrino Manuel Argüello, convertido años más tarde en un brillante abogado y Ministro de Estado. Al resto de los implicados se les llevó amarrados hasta San José, condenando a muchos a morir fusilados, padecer prisión durante años o ser enviados al destierro. En todo el país se desató una verdadera “cacería de brujas”, pasando muchos moristas por los tribunales militares, acusados de estar enterados de los hechos de Puntarenas.
Mucho se ha escrito y discutido a lo largo de los años acerca del desconocimiento de la palabra empeñada por un Presidente de la República y un caballero, pero la balanza de la historia se inclina en su contra, hasta el mismo Máximo Blanco en sus memorias, publicadas en 1886, dice que Montealegre fue un fantoche en el poder y se portó como un hombre sin palabra ni honor.
Conclusión del caso
Para concluir el polémico caso Montealegre, su estrella como médico y como político nunca brilló, toda su vida fue un personaje obscuro, condenado por la historia a no ser recordado jamás como el gran médico ni el gobernante que pretendió ser, porque nunca hizo nada para ganar ese sitial inmortal. Su obscuro reinado de poder económico y político, junto con el de los generales Blanco y Salazar, así como el resto de incondicionales, llegó a su fin en abril de 1870, cuando el entonces coronel Tomás Guardia dio el famoso cuartelazo que lo convirtió en el nuevo hombre fuerte del país, inaugurando la era de gobiernos liberales que marcaron los destinos de Costa Rica hasta el siglo XX.
Guardia nunca perdonó a los Montealegre el haber fusilado a los héroes Mora y Cañas, desatando una furiosa persecución en su contra que los obligó a marcharse para jamás regresar. Así es como don José María y don Francisco, buscaron refugio en California, Estados Unidos, falleciendo el primero en el año 1887, y el segundo doce años antes, en 1875. Mariano partió para su entrañable Londres, donde murió en 1900. El resto de sus hermanos y seguidores murieron en los años inmediatos o se vieron obligados a aceptar que la “Nueva Era”, como se le llamaba al poderío político de los Montealegre había terminado para siempre, plegándose mansamente a los designios del enérgico general Guardia.
Pero al margen de las circunstancias que rodearon su existencia, la luz de gran médico que el historiador Carlos Meléndez y algunos médicos actuales han creído ver en Montealegre nunca se encendió. Ni siquiera en los peores días de la Patria aprovechó la oportunidad de demostrar su saber médico, sin importar el lugar donde se hubiese graduado. Mientras otros profesionales, nacionales y extranjeros, provenientes de grandes o pequeñas universidades, dieron lo mejor de su sapiencia para salvar a un pueblo gravemente enfermo, el gran médico de Edimburgo se negó a cumplir con su deber. Ninguno de los heroicos médicos que prestaron sus servicios al país recordó jamás que existía un doctor Montealegre que les aliviase la pesada carga que llevaban sobre sus espaldas.
José María Montealegre pasó por la Historia Patria como un accidente político, con más pena que gloria, envuelto en una densa niebla profesional que lo acompañó toda su vida, hasta el punto de tener los historiadores que preguntarnos, más de ciento veinte años después de su muerte, ¿quien era en verdad José María Montealegre?, el gran médico y estadista que creen ver algunos, o si por el contrario era “el Cirujano de Edimburgo”.
(fin)
Columnista huésped | 25 de Junio 2008
4 Comentarios
Para cerrar con broche de oro el tercer reportaje del historiador Arias se confirma plenamente lo que yo presagiaba, primero un complot familiar para quitar del poder a don Juanito Mora y por otro lado un complot o contubernio de los Estados Unidos y el Reino Unido por establecer su zona de influencia en nuestro país e imponer la política del destino manifiesto de América para los americanos, pero se les vino abajo con la llegada de Lincoln al poder y ganar la guerra de seseción contra los sureños y la supresión de la esclavitud, situación que en parte se vió truncada con el asesinato de Lincoln en 1865. De todas maneras con lo aportado por el sr. Arias se dá como un hecho la desteñida labor del sr. Monteleagre en la función pública. Quisiera por este medio preguntarle al sr. Arias si al morir el Dr. Montealegre en California en 1887 si sus descendientes más cercanos se quedaron en Estados Unidos o regresaron a nuestro país.-
FELICITACIONES. EXCELENTE
Es muy interesante todo lo que el sr Arias escribe sobre el Cirujano de Edimburgo, es mas creo que en Costa Rica nadia había ahondado en este tema. Lo que si deberemos entender es que en todo el mundo la educacion medica era muy irregular(Walker se gradua de médico en 2 años sin apenas poner el pie en una escuela médica, y no se sabe si era “eclectico”, “homeopata” o que. Por otro lado en Edimburgo se levantavan enormes figuras “quirurgicas”, verdaderas ,leyendas que con la union de los medicos y los cirujano-barberos en un colegio, se creo la primera idea de medico completo. No quisiera entrar en detalle sobre lo malo o bueno de Montealegre como político, eso no es mi idea, sino mas bien defenderlo de la mas bien irregular y anarquica formación medica de los pioneros en todo el mundo, y que en Costa Rica nacía el colegio(con muchos nombres en 150 años)el año 1858, por ende no creo que tenga relevancia “cientifica” la formación de cirujano de Montealegre. Debemos recordad que Robert Louis Stevenson, medico, escritor y pirata, se formó en la escuela Quirurgica de Edimburgo, y de un profesor suyo sacó la imagen del Dr. Jeckill(y mr Hyde), quizá la mayoria de los medicos tenian una deplorable formacion cientifica por esa epoca, y los grandes cirujanos emergian como alternativa a lo poco curativo de la administracion de brevajes y colocacion de sanguijuelas. Por desgracia sería Abraham Flexner, un judio americano, que no era medico, quien dictaria en el año 1910 las pautas al congreso de lo que debería llevar la formacion academica de un medico cirujano. Recomendaría leer el “informe Flexner”(conocido en circulos médico como “el infame informe Flexner”). Me parece importante hacer notar que hasta casi terminando el siglo XIX se creia que la gente enfermaba por una especie de “vapores” o “emanaciones” que producían cambios que llevaban a la enfermedad. Por otro lado, soy medico de formacion, Cirujano Ortopedista por elección y muy interesado en la historia de la medicina. Siendo ya un hombre de 57 años, me tocó ver “barbarismos” en Mexico y aqui en Costa Rica hace apenas 34 años mas o menos. La medicica como la conocemos hoy, sigue con limitaciones increíbles en el ambito de la curación, y si hay enormes logros en metodología diagnostica, en terapeutica seguimos siempre “ensayo y error”
Estimado don Raul Francisco,felicitaciones por su trabajo, en el relata hechos dolorosos para mi familia. Me extrano no menciona a algunos personajes como el Coronel Pedro de la Ascension Saborio Alfaro, y a Monsenor Llorente y la Fuente, ellos tambien formaron parte de la conspiracion. Al fallecer el triste celebre Dr. Montealegre su cuerpo fue sepultado en La Mision de San Jose en California, fue traido a Costa Rica por familiares y yace hoy en Jardines del Recuerdo. El monumento en honor a don Juanito, al frente del edificio del correo, se edifico gracias al esfuerzo de mi tio abuelo Octavio Castro Saborio,nieto de Amalia Saborio Yglesias, quien siendo muy joven presencio un encontronazo en el Barrio Amon entre la viuda de don Juanito, Dona Ines Aguilar Cueto y Francisco Maria Yglesias, ella le decia “porque?? si mi marido era un hombre tan bueno”, porque lo mataron? y Francisco Yglesias la escuchaba, sin decir una palabra.. Este monumento o “la beatificacion de Mora”, como lo llamaron, ayudo a sanar las heridas y a que se acabaran los rencores. Jose Joaquin Mora Porras, fallecio en el destierro en el Salvador a los pocos meses de su llegada. A Miguel Mora Porras, le dejaron solo un potrero de 3 manzanas en Tibas. A mi bisabuela Rosa Mora Porras c.c.: Joaquin Manuel Gutierrez Penamonge le fueron respetadas sus propiedades por su parentesco con los Yglesias y los Llorente.