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El cirujano de Edimburgo: revisión necesaria de un caso de nuestra historia patria (1 de 3)

Columnista huésped | 23 de Junio 2008

Por Raúl Francisco Arias Sánchez, historiador

• Trabajo de investigación presentado a la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica, como requisito de ingreso como académico de número

En el año 1844, el viajero escocés Robert Glasgow Dunlop, de paso por la ciudad de Alajuela, tuvo que ejercer como médico para tratar la enfermedad que padecía el Jefe de Estado José María Alfaro, anotando en su diario: “En este (país), sólo hay un profesional verdaderamente instruido, el señor Montealegre, que estudió en la Universidad de Edimburgo. (…) Montealegre es un hombre muy bien educado y caballeroso, pero muy indolente, y demasiado acomodado para cuidarse del ejercicio de su profesión en un país donde le pagarían tan mal”.

Sin saberlo, Glasgow Dunlop retrataba de cuerpo entero a uno de los personajes más controversiales de nuestra Historia Patria. Por mucho tiempo, su condición de doctor en medicina, graduado en la prestigiosa Universidad de Edimburgo, se aceptó como una verdad inconmovible. Historiadores y médicos seducidos por el tema de Historia de la Medicina tomaban este referente profesional como base para crear una imagen idílica de José María Montealegre, digna de admiración y de pleno reconocimiento público, merced a una vida ejemplar y sin mancha; pasando a la Historia no obstante como una víctima de las circunstancias.

Pero esta imagen luminosa no ha sido compartida por todos los historiadores de oficio. Por el contrario, el tránsito de Montealegre por el devenir histórico ha sido objeto de serios cuestionamientos, no siempre ventilados a la luz pública, por razones que no viene al caso discutir en este trabajo. Mi investigación constituye la primera en tal sentido, publicada en un medio de comunicación escrito; poniendo sobre el tapete su formación académico-profesional, así como su aporte a la historia política costarricense. Teniendo como objetivo fundamental el contribuir efectivamente al esclarecimiento y mejor comprensión de aquellos aspectos históricos de una época que no ha sido suficientemente estudiada.

Todo comenzó en el año 1986, cuando me iniciaba en las lides de la investigación histórica. Mi interés estaba en dos campos que todavía me apasionan, la Historia de la Medicina y la Campaña Nacional de 1867-1857, con miras a la preparación de mi Tesis de Grado en la carrera de Historia. Ambos temas hicieron que centrara mi atención en el ejercicio profesional de los médicos durante el siglo XIX y su participación en la máxima gesta bélica del pueblo costarricense. Uno a uno fueron emergiendo de los documentos de archivo los héroes de la medicina que marcharon con el Ejército Expedicionario a los campos de batalla de Santa Rosa, Rivas y la Campaña del Tránsito; ofreciendo generosos su saber científico para aliviar el dolor del pueblo moribundo, durante la terrible epidemia del cólera que azotó el interior del país entre mayo y agosto de 1856, acabando con el 8% de la población civil costarricense.

Pero dentro de tanta gloria, sufrimiento y heroísmo había un gran ausente, el Dr. José María Montealegre. Surgieron entonces una serie de grandes interrogantes que se agolpaban en mi mente sin hallar una explicación satisfactoria. Si Montealegre era el médico mejor calificado en el país, ¿porqué no se conoce ningún aporte, significativo o no, en el campo de la medicina atribuido a este hombre?, ¿porqué su nombre no aparece ligado de ninguna forma con la emergencia nacional que se vivió entre 1856 y 1857?, ¿porqué los médicos participantes en la atención de heridos de guerra y enfermos del cólera no mencionan para nada al colega excelsamente formado en Edimburgo, poseedor de grandes conocimientos que a ellos sin duda les resultaría beneficiosos en su humanitaria tarea?

Muchas preguntas y ninguna respuesta. Lo que sí estaba claro era que no había ninguna razón suficientemente válida para que un médico con los adornos profesionales que ostentaba el primer costarricense graduado en Europa, permaneciera en la más absoluta obscuridad histórica. En momentos en que la dureza de las circunstancias probaba el temple, la capacidad y el espíritu de sacrificio de médicos, sacerdotes y gobernantes. Más allá de sus diferencias políticas o personales, todos ellos estaban obligados a contribuir a aliviar el dolor de la Patria.

Los cuestionamientos parecían destinados a quedarse en el tintero, sin posibilidad aparente de llenar un vacío histórico que nadie había intentando cubrir. Ante un panorama de investigación tan sombrío, decidí seguir los dictados de mi conciencia, sabiendo que el camino estaría lleno de escollos de todo tipo; sin seguridad alguna de éxito en mi aventura intelectual. Por otra parte, mi instinto me decía que debía de comenzar investigando los antecedentes relativos a la formación profesional obtenida por Montealegre en Edimburgo, Escocia; esperando que allí estuviese la clave para hallar las respuestas que buscaba.

La tarea efectivamente no resultó nada fácil. Intentar ubicar fuentes de información que me acercaran al ámbito de la medicina británica y escocesa durante la primera parte del siglo XIX, y hallar a José María Montealegre dentro de ese contexto histórico era, como dice el refrán popular “buscar una aguja en un pajar”. En Costa Rica ningún historiador poseía materiales de consulta específicos sobre el tema; recurriendo entonces a ubicar y entrevistar a algunos médicos costarricenses con estudios de postgrado en la Universidad de Edimburgo; obteniendo resultados altamente positivos. A mediados de 1988, después de tocar muchas puertas y gracias a los contactos personales en la capital escocesa de uno de estos distinguidos profesionales, obtuve respuestas definitivas sobre la condición profesional alcanzada por Montealegre a finales de la década de 1830-1840.

Finalmente tuve acceso a una una gran cantidad de documentos de archivo, únicos en su género y de enorme valor histórico, obtenidos directamente en el Real Colegio de Cirujanos y la Universidad de Edimburgo; incluyendo una certificación oficial que indicaba que no existía en los archivos de estas instituciones ningún registro a nombre de José María Montealegre como graduado doctor en medicina, aunque si existía un registro que indicaba que había obtenido la “Licencia”; pudiendo haberse convertido en fellow o miembro del Colegio, según decía literalmente el documento.

Con gran entusiasmo por los resultados obtenidos pero también confundido ante la nueva información que presentaba a Montealegre como “licenciado”, sin explicación alguna de lo que eso significaba, me dediqué a estudiar minuciosamente los materiales bibliográficos que había recibido de Edimburgo, analizando especialmente el ámbito en el que se formaban los médicos y los cirujanos; antes, durante y después de la fundación de la Facultad de Medicina de la Universidad, en 1726, y el Real Colegio de Cirujanos, en 1778.

La primera conclusión a la que llegué, luego de robarle a la noche incontables horas de sueño, era que la formación médica en Gran Bretaña durante el siglo XIX era sumamente compleja, coexistiendo, hasta 1858, dos sistemas de enseñanza médica con condiciones académicas y profesionales muy diferentes para quienes aspiraban a convertirse en doctores universitarios (physicians), y aquellos que optaban por seguír una formación abierta, extra universitaria, más de carácter técnico que académico, para calificarse como cirujanos (surgeons). Estos cirujanos al finalizar su entrenamiento obtenían un diploma o licencia, denominado en inglés “licentiate”, que los autorizaba para ejercer únicamente la cirugía, considerada entonces como una técnica y no como una disciplina científica.

Al cabo de un año de intenso trabajo tenía el rompecabezas casi completamente armado, decidiendo que era el momento apropiado para dar a conocer la investigación; publicando en el periódico La Nación un artículo que titulé “El Cirujano de Edimburgo”, en el cual expuse en dos cuartillas, la verdadera trayectoria profesional del expresidente de la República don José María Montealegre. Cuestionando seriamente el sitial histórico que se le ha otorgado como el primer médico-cirujano costarricense graduado en Europa, específicamente en la Universidad de Edimburgo.

Las reacciones no se hicieron esperar. En los días posteriores a la publicación recibí una gran cantidad de opiniones que iban desde efusivas felicitaciones que me alentaban a seguir adelante, hasta directas amenazas de ser llevado a los Tribunales de Justicia, por injuriar y calumniar a uno de los más ilustres patricios de la Historia Patria.

Dichosamente no ocurrió nada que lamentar. La investigación se ha mantenido vigente hasta la actualidad, pudiendo satisfacer finalmente mis expectativas como investigador. En los últimos años la magia de la Internet me ha abierto las puertas del Real Colegio de Cirujanos y de la Universidad de Edimburgo, estableciendo un permanente canal de comunicación con los funcionarios encargados de la custodia del acervo histórico de la medicina edimburguesa. Gracias a ellos he podido verificar con absoluta certeza los pasos del señor Montealegre por tierras británicas; develando la nebulosa histórica que ha rodeado su formación profesional; permitiéndome abordar con mejor criterio analítico el comportamiento que exhibió en Costa Rica como médico, como ciudadano y como político.

A lo largo de veinte años, desde que inicié la investigación, he trabajado en concebir un retrato histórico realista de José María Montealegre, mucho más completo del que nos legó Dunlop, en 1844, y complementario del que hiciera el insigne historiador Carlos Meléndez, con su Tesis de Grado, presentada brillantemente en 1951, y su libro, publicado por la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica, en 1968.

Cirujanos de Edimburgo: ¿doctores o licenciados?

El gremio de los cirujanos de Edimburgo se fundó en 1505, por gracia del rey Jaime IV, al autorizar a los barberos de la ciudad para que practicasen la disección de cadáveres con el fin de estudiar Anatomía. El fenómeno se repitió en toda Gran Bretaña. Los barberos escoceses siguieron el ejemplo impuesto en el siglo XIV por sus colegas ingleses. Así da inicio una de las carreras profesionales más sacrificadas, despreciadas, odiadas e incomprendidas de la historia.

En Edimburgo, dado que el Town´s College, convertido después en Universidad, no contaba con Facultad de Medicina y el Real Colegio de Médicos fue fundado hasta 1681, por mucho tiempo la única alternativa para ejercer la medicina era formarse como cirujano en la Corporación o gremio, donde al lado de un maestro cirujano era posible ingresar como aprendiz por dos o tres años, al cabo de los cuales se procedía a realizar un examen teórico y práctico sobre Anatomía, Práctica Quirúrgica, Farmacia y Botánica. Si el examen era superado se le concedía al candidato una autorización que le permitía ejercer oficialmente. La situación de los cirujanos tuvo una marcada mejoría a partir del año 1778, cuando el gremio se transformó en el Real Colegio de Cirujanos de Edimburgo, colocándose como el único ente oficialmente reconocido para calificar cirujanos y dictar los reglamentos y normas en materia de ejercicio y formación profesional.

El autor escocés John Cresswell, en su libro “El Real Colegio de Cirujanos de Edimburgo: 1505-1905”, analiza con detalle la formación de los cirujanos a lo largo de la historia de la capital escocesa, asegurando que hasta la desaparición de los licenciados con el Acta de unificación de 1858, el Colegio se vio obligado a modificar muchas veces el plan de formación, debido fundamentalmente a que se detectaban serias deficiencias formativas que redundaban en ignorancia de los candidatos en áreas tan importantes como la Química y la Farmacia. Así, en 1806 se aprobó la primera reforma curricular desde la fundación del Colegio en 1778, según la cual los aprendices podían optar por dos caminos para aspirar a ser calificados:

“Opción 1: Atender 3 años de aprendizaje bajo la tutela de un cirujano miembro del Colegio (escuelas privadas). Además debía asistir a conferencias y demostraciones en la Universidad sobre Anatomía y Cirugía (cátedra única), Práctica Médica y Química”.

“Opción 2: Atender los 3 años de aprendizaje con un cirujano miembro del Colegio, asistiendo a conferencias ofrecidas no en la Universidad sino por algún miembro del Colegio de Médicos de cualquier ciudad británica”.

En estos cursos, con una duración de cinco o seis meses, el alumno estaba obligado a asistir al menos a veinte sesiones, quedando comprometido el conferencista a llevar un libro de asistencia, el cual debía estar siempre a la orden del Presidente del Colegio de Cirujanos, Con pocos cambios, el plan de estudios se mantuvo de acuerdo con la reforma de 1806 hasta mediados del siglo XIX, cuando se integró la cirugía dentro del plan de estudios universitario de la carrera de medicina.

La reforma obligaba a los instructores a llevar un control estricto de asistencia a lecciones. No obstante, muchos conferencistas se oponían, negándose reiteradamente a mostrar sus registros. Para el año 1817, las constantes pugnas y recelos entre médicos y cirujanos obligó a los Colegios de Médicos en conjunto a exigirle al Gobierno de Su Majestad que adoptara una solución satisfactoria que definiera de una vez por todas la condición profesional del cirujano, sin que afectara el campo profesional del doctor.

En procura de la ansiada solución, el Parlamento Británico tomó la decisión de que todos aquellos diplomados como cirujanos de cualquiera de los Reales Colegios existentes en el Reino Unido, a partir de ese momento: noviembre de 1817, serían llamados “licenciado” (Licentiate), en función de la licencia que otorgaban los reales colegios para el ejercicio de la cirugía. De esta forma los cirujanos se diferenciaban profesionalmente de los médicos universitarios que ostentaban el título de “Doctor en Medicina” (MD). Durante los siguientes cuarenta años, hasta 1858, la totalidad de cirujanos calificados en Gran Bretaña recibieron un diploma conocido como “licentiateship” o licenciamiento, el cual hacía constar que el sustentante de la examinación había aprobado satisfactoriamente las materias de Cirugía y Farmacia. Dicho diploma no otorgaba grado académico puesto que no era de nivel universitario.

Conforme avanzaba el siglo XIX, el número de estudiantes que ingresaban a la Universidad y que se graduaban como doctores en medicina superaba a aquellos que optaban por convertirse en cirujano. La enorme fama que conquistaba la Facultad en todo el mundo desde mediados del siglo XVIII, hacia que cientos de extranjeros llegados de todos los continentes viajaran hasta Edimburgo para convertirse en médicos.

El autor Logan Turner en su libro sobre la Historia del Hospital de la ciudad de Edimburgo, presenta interesantes estimaciones. Examinando esos datos, puede apreciarse como la demanda para la carrera de cirujano fue cediendo terreno a la formación universitaria del médico. Para la década de 1830 a 1840, la formación de un doctor en medicina tenía una duración de cinco a seis años, mientras que la de un cirujano se establecía en tres años. Estos plazos eran totalmente flexibles, ajustándose a las condiciones subjetivas de cada estudiante, dándose casos en los cuales el aspirante completaba su formación en el plazo mínimo establecido o bien se retrasaba diez o quince años.

Como complemento, el autor escocés Alexander Grant señala que para los años 1827 a 1840, la matrícula en los cursos del primer año de la carrera de Medicina de la Universidad era en promedio de ochocientos cincuenta estudiantes, de los cuales sólo cuatrocientos llegaban al área clínica (53 %), y de estos se lograban graduar un promedio de ciento veinticinco (31% de los que habían pasado al área clínica y apenas el 15% del total de primer ingreso a la carrera).

Las cifras indican que un diploma de doctor no era algo fácil de obtener, debiendo el alumno de cumplir, al finalizar el programa, con la elaboración de una Tesis de Grado, escrita en latín o en inglés, aprobada por al menos seis profesores de la Facultad, culminando con una disertación magistral pública, en presencia de todo el cuerpo docente y las autoridades universitarias. Al final de la exposición y después de ser aprobada su Tesis, el sustentante se hacía acreedor al diploma de “Doctor en Medicina de Edimburgo”.

Contrario a los engorrosos requerimientos exigidos a los estudiantes de medicina, el plan de aprendizaje que debía cubrir un cirujano era el siguiente:

4 cursos de invierno (winter sessions) que debían incluir: Principios de Medicina, Fisiología, Anatomía Práctica, Química Práctica, Cirugía Clínica y Medicina Clínica. Además, debía cursar 2 cursos de invierno en Cirugía o 1 de Cirugía General y 1 de Cirugía Militar. Complementariamente estaban obligados a atender casos quirúrgicos en el hospital por 18 meses y en Obstetricia por 5 meses.

Los cursos de invierno eran cursos y conferencias con una duración total de cinco o seis meses, pudiendo ser matriculadas en cualquiera de las universidades escocesas o del Reino Unido. Acerca de la calificación para ser cirujano a finales del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX, la historiadora oficial del Real Colegio de Cirujanos de Edimburgo, Helen Dingwall, dice:

“El licenciamiento del Colegio era una calificación otorgada a quienes aspiraban a ejercer la cirugía, siendo común también que los estudiantes de medicina tomaran esta examinación para estar calificados tanto en medicina como en cirugía. En otras palabras, se convertían en “practicante general”.

El practicante general era aquel doctor graduado universitario con capacidad y licencia para ejercer profesionalmente tanto la medicina como la cirugía. Por el contrario, los cirujanos no podían aspirar a calificarse como médicos, aún cuando estuviesen debidamente autorizados.

Para la primera mitad del siglo XIX, la situación de la cirugía había cambiado mucho respecto de los siglos anteriores. Poco a poco iba adquiriendo un alto nivel técnico-científico, convirtiéndose en un campo de conocimiento llamativo para muchos médicos y para algunas escuelas de medicina. Ya en 1833, por ejemplo, existía una cátedra de cirugía clínica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo, optativa para los estudiantes de medicina, impartida por un médico y cirujano de gran fama llamado James Syme, convertido años más tarde en suegro del padre de la antisepsia Sir Joseph Lister, quien desarrolló gran parte de su formación como investigador en Edimburgo.

Sin embargo, a pesar de los avances logrados por los grandes maestros cirujanos, tendría que pasar mucho tiempo para que la cirugía y los cirujanos fuesen integrados totalmente a la formación de los doctores en medicina. Mientras tanto, dentro del mundillo interno de los hospitales se mantenía un roce profesional entre los dos tipos de practicantes, debido a que los enfermos llamaban “doctor” a los diplomados en cirugía o licenciados, provocando la protesta airada de los médicos, quienes argumentaban que la cirugía era una disciplina eminentemente técnica, auxiliar y subalterna de la medicina, careciendo los cirujanos por tanto de un grado profesional equiparable con el de doctor. Siendo en última instancia considerados como peones operativos, obligados a atender las indicaciones del médico.

La falta de grado académico de los cirujanos hizo que dentro del ambiente hospitalario se les llamase simplemente “mister” (señor); manteniéndose hasta la actualidad en la tradición británica la costumbre de que los médicos especializados en alguna rama de la cirugía se identifiquen como “Mister”, en lugar de “Doctor”. Desde 1817 y hasta 1858, los cirujanos calificados en Edimburgo, al igual que en el resto de las islas británicas, recibían un diploma en latín, siguiendo la antigua tradición medieval de las corporaciones de cirujanos-barberos; quedando debidamente inscritos como licenciados en un listado ordenado alfabéticamente y por año de calificación, contenido en un libro de registro cuyas páginas estaban debidamente numeradas e identificadas con el emblema y membrete oficial del Real Colegio de Cirujanos de Edimburgo.

Asimismo, los licenciados tenían la opción de convertirse en miembros del Colegio (Fellows), ya fuese porque aspiraban a ocupar cargos superiores o bien para impartir cursos en los hospitales o academias privadas. La membresía se obtenía mediante una recomendación directa del Presidente ante el Consejo Director, quienes evaluaban la trayectoria familiar, personal y profesional del candidato. Una vez acogida por mayoría de votos la candidatura, el nuevo miembro tenía que realizar ante el plenario la exposición de un tema relacionado con la cirugía, debiendo como último requisito el cancelar una cuota anual por derechos de membresía.

Después de la aprobación del Acta de 1858, gracias a la cual se logró la unificación de las áreas médica y quirúrgica en un mismo programa de estudios conducente a la obtención de un único grado de “Doctor en Medicina y Cirugía”, todas las universidades aceptaron la norma, así como los Reales Colegios de Cirugía adquirieron el compromiso de no volver a impartir cursos ni a calificar cirujanos; manteniendo como única misión la de fungir como gremio asociativo de aquellos médicos especializados en las diferentes ramas de la cirugía.

La medicina y la cirugía de Edimburgo traspasaron las fronteras nacionales para influenciar de manera determinante a las escuelas médicas más relevantes de Europa, Norteamérica e inclusive Hispanoamérica. La Facultad de Edimburgo graduó algunos médicos provenientes de países suramericanos, siendo uno de los más connotados un discípulo del profesor Dr. Robert Cullen, el patriota peruano Dr. José Hipólito Unanue, quien llevó e instauró en Lima el Método de Edimburgo e introdujo el uso de la vacuna. También participó activamente en la Guerra de Independencia del Perú, fungiendo como Ministro de Hacienda en 1821. En 1806 publicó una monografía titulada “El Clima de Lima”, considerado en Escocia como un clásico de la medicina colonial española.

El caso del doctor Unanue es claro ejemplo de cómo las nuevas corrientes de pensamiento en la medicina escocesa, llevadas al mundo colonial por los hijos de las elites que habían estudiado principalmente en Edimburgo, tuvieron una influencia directa sobre los procesos de independencia al unirse con las posiciones sostenidas por los grupos de comerciantes pertenecientes a la burguesía criolla que pugnaban por un cambio radical, intentando independizar sus respectivas colonias.

(continúa)

Columnista huésped | 23 de Junio 2008

7 Comentarios

* #8074 el 24 de Junio 2008 a las 02:39 PM José Rafael Flores Alvarado dijo:

Como historiador y discípulo de don Carlos Meléndez Chaverri, me ha causado impacto las afirmaciones de mi colega don Raúl Arias Sánchez en su artículo sobre el Cirujano de Edimburgo, dando a entender que don José María Montealegre y Fernández fue un aprendíz de cirujano y su labor en ese campo no dió los suficientes frutos que se esperaban de él en nuestro país, sobre todo en la campaña del 56-57 contra los filibusteros, me imagino que no tuvo vocación para médico sino que lo fuerte de él fueron los negocios con el cultivo y exportación del café al viejo continente, lo cual se nota muy ampliamente con la creación del Banco Anglo Costarricense en 1863 con socios ingleses, tal vez por ese lado tenga razón mi colega Arias Sánchez, además este servidor laboró por 25 años en dicho ente bancario y tuve acceso a documentos sobre el origen de dicho Banco.-

* #8078 el 24 de Junio 2008 a las 04:38 PM Alvaro Suárez Mejido dijo:

Siempre se ha dudado de la existencia del título. Lo que si ha quedado claramente demostrado es que, cuando era preciso demostrar sus conocimientos médicos, el “Doctor” Montealegre salió huyendo

* #8085 el 24 de Junio 2008 a las 10:40 PM Luko Hilje dijo:

¡Buenas noches, Raúl! Me alegra que, por fin, de manera más amplia, podás esclarecer el muy lamentable papel de Montealegre en la historia patria, que culminara en el fusilamiento de nuestro prócer mayor don Juanito Mora.

Gracias a tus investigaciones, generosamente compartidas conmigo cuando escribí los dos libros sobre el Dr. Karl Hoffmann, pude aseverar lo siguiente:

“Es muy llamativo que el Dr. Montealegre, siendo cuñado de don Juanito y, supuestamente, el más destacado médico nacional entonces, no fungiera en el puesto asignado a Hoffmann (Cirujano Mayor del Ejército Expedicionario Nacional), y ni siquiera como miembro del equipo médico. Esto podría obedecer a que tenía numerosos hijos, por los qe debía velar. Sin embargo, como lo ha demostrado de manera fehaciente Arias, Montealegre no era lo que decía ser, pues nunca se graduó como médico en la Universidad de Edimburgo, en Escocia, la mejor del mundo entonces. Allá obtuvo apenas el grado de cirujano, algo así como un técnico en medicina, y por un tiempo ejercería en el consultorio del Dr. Víctor de Castella. Quizás por vergüenza de quedar en entredicho, supo convertirse en el gran ausente en toda la Campaña Nacional, en la que sus servicios podrían haber sido importantes para el país, al menos durante la epidemia de cólera. Eso sí, como gran empresario cafetalero que era, años después sí aparecería para cogobernar con los militares que derrocarían y fusilarían a don Juanito”.

* #8087 el 24 de Junio 2008 a las 10:41 PM José Rafael Flores Alvarado dijo:

Para ampliar lo indicado por el sr. Suárez Mejido, tengo que indicar que el dr. Montealegre fue hermano político de don Juanito Mora y como tal fue el que dió orden de fusilar al héroe de la guerra contra los filibusteros y años después salio huyendo del país talvez por la crítica ante tan nefasto proceder y por el remordimiento de conciencia.-

* #8089 el 25 de Junio 2008 a las 12:25 AM milton ruiz guzman dijo:

Verdaderamente interesante lo que nos cuenta don Raúl Francisco. Ha sido muy ilustrativo su documento y me pregunto ¿cuántos casos más similares existirán en otro orden de vida y no necesariamente en el de la medicina?. Me refiero a quienes ante una coyuntura singular, especial y determinativa para la vida del país y su futuro, no se han sumado a la causa y han optado por el anonimato o simplemente han pasado de lado?

* #8109 el 25 de Junio 2008 a las 10:07 AM Raúl Arias Sánchez dijo:

Quiero agradecer sinceramente los comentarios hechos a mi artículo sobre El Cirujano de Edimburgo. Ya es hora de que caigan los mitos de nuestra Historia Patria, rescatando los auténticos héroes como Mora y Cañas, quienes merecen un sitio de honor. Desgraciadamente el poder del dinero, la influencia de un apellido y los errores de algunos historiadores complacientes, han hecho que se arrastren graves errores y omisiones de fondo sobre personales históricos obscuros, como es el caso de Montealegre. Los invito a todos a mi disertación en la Academia de geografía y Historia, el próximo 1 de julio a las 9 a.m en el Archivo Nacional. Atentamente Raúl Arias

* #8534 el 3 de Julio 2008 a las 09:00 PM Rogelio Arce B dijo:

Creo, si me equivoco me disculpo de antemano, que se está manejando un tema político dentro del marco conceptual de la formación medico quirúrgica de hace 150 años. Quisiera aclarar algunos puntos, no defendiendo a Montealegre el politico, sino la debilidad de la ciencia médica apenas 1 siglo atras, y la practicamente nula formación de los profesionales en medicina de estos parajes, que por lo general se quedan con la anatomia que aprendia, un poco de farmacia, y las teorias fisiopatológicas en boga en los paises donde se formaban, si estas pasaban de moda(cosa harto frecuente) pues el medico de aqui quedaba en una especie de limbo científico. En mi especialidad que es la ortopedia, nuestros ancestros fueron los verdugos y los herreros del pueblo, y eso no me apena, al contrario, veo que hemos progresado(el corset de Catalina la Grande se lo hacia un herrero alemán, paisano suyo, ya que ella padecía una severa escoliosis, y esto fue mas bien secreto de alcoba). Los cirujanos-barberos apenas en 1857 se estaban dejando atraer por los medicos de tradicion en Londres. A los cirujano-barberos les tocaba digamos “el trabajo sucio” o sea lo que las eminencias medicas no querían hacer, el medico decía al barbero o cirujano: “corte aqui” y aquel obedecia, pero en la practica se daban “alianzas científicas”. Bueno, eso sucedia en Gran Bretaña, pero en Paris las cosas andaban por otros fueros, si cuesta muchisimo “enyugar” a los ingleses con los europeros continentales en todo, aun hoy en la Comunidad Europea son los “chicos malos”, imaginen ustedes que la teoria de la circulacion de la sangre se aceptó en Francia 75 años despues de ser dictada por William Harvey, por el solo hecho de ser inglés, pero pese a eso la sangre siguió circulando por todos los cuerpos de los medicos franceses. En la Europa continental las cosas era diferentes y las mas de las veces el médico actuaba con ayudantes pero era a su vez cirujano. En Paris hay ejemplos por doquier de medicos que ademas de dar brebajes hacian cirugias que hoy mismo se hacen, o como Dupuytren, que era medico y era cirujano o Maissonieve, o casi un siglo despues Galeazzi era oftalmologo y medico de Pio XII(pues era ademas de oftalmologo medico homeopata, terapeutica predilecta de ese Papa). Debo aclarar, en aras del mejor conocimiento, que en los Estados Unidos de America hace apenas 30 años a muchos cirujanos se les ponía de etiqueta en el hospital que estaban el titulo de “operative”, o sea operador, y que a mi en el Hospital San Juan de Dios, hace 30 años me tocó escuchar muchisimas veces a los cirujanos estelares de esa época referirse a los medicos No cirujanos con el despectivo nombre de “pastilleros”. ¿Fue Montealegre médico o no lo fue? Desde mi punto de vista si lo fue, no se si mediocre o no, pero lo era, porque aqui apenas estabamos empesando a tratar de clasificar las ciencias médicas. Con esto no deseo ni remotamente echar por tierra la brillante exposicion del tema de parte del señor Raul Arias Sánchez, cuyo libro sobre el colegio es un excelente texto historico que tengo en un sitio de honor en mi biblioteca. ¿Por qué Montealegre no fue médico de campaña? No hay claridad en esto, quizá era un medico miedoso, quizá fue un hombre muy bien sentado en su silla oligarquica y sintiera que no era para rebajarse a tratar soldados. Quizà no quería alejarse del poder politico de ese entonces y exponerse a perder lo que en su mente era una especie de destino manifiesto(siempre me incliné por esto último). Debo aclarar aun mas, que antes del año 1980, en Costa Rica en Ortopedia se incorporaba al Colegio quien tuviera 2 años de experiencia en este campo, algo similar sucedia en las otras especialidades. A mi me tocó ser el primero en cursar los 4 años obligados por el Sistema de Estuios de Post-grado en Ortopedia y Traumatologia de la Universidad de Costa Rica. ¿Eran ortopedistas los anteriores a mi? Claro, quizá muchimo mejores que lo que yo logré ser, de ellos aprendió mi mente y mano a curar. En la UCR antes de 1981 se incorporaban y se daba el título de Doctor en Medicina y Cirugia, luego por razones estrictamente curriculares los medicos se incorporaron como Licenciados en Medicina y Cirugia, es decir fue un asunto mas bien de orden, yo me gradué en México como Medico-Cirujano, y aqui en 1977 me hieron “doctor en Medicina y Cirugía”, título que mis amigos de México jamás lograron, ¿soy yo doctor y ellos no? Por supuesto que no, ambos somos lo mismo. En los pasillos del Hospital Mexico se suscitó una guerra no declarada entre un medico de los del 81 y una enfermera, ella se negaba a acatar órdenes de él por conciderarlo “igual de grado academico: ambos eran licenciados”. Hubo de mediar la dirección médica de dicho nosocomio, mediante el Colegio de Medicos para hacer una aclaración extra portas de que el médico este del conflicto era Médico Cirujano, único título que otorga el Colegio en mención, y la bella señorita era enfermera. Creo que lo malo o lo bueno de Montealegre es asunto mas bien de órden político que otra cosa, no encuentro conflicto entre lo escrito por el señor Arias y lo que estoy exponiendo, que es de carácter mas bien aclaratorio.

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