A raíz de los altos precios internacionales de los alimentos básicos, la semana pasada formulé una pregunta y puyé. La puya fue para los economistas… y reaccionaron (Varguitas friega y lo friegan). Esto no es lo más importante; en cambio, la pregunta sí lo es. Reitero: ¿debe Costa Rica tener una política de reservas alimentarias? Mi respuesta fue que sí.
La pregunta tiene un carácter práctico. La formulo desde y para Costa Rica. Muy distinta sería si la formulara desde Estados Unidos o Brasil. Somos un país pequeño con una economía abierta al comercio internacional, que dedica buena parte de su escaso territorio a la conservación ambiental (¡bien por eso!). Una proporción importante del terreno agrícola la utilizamos para la agroexportación y otra la desperdiciamos. ¿Invalida esto la necesidad de tener reservas alimentarias? No, solo hace la cosa más complicada. El punto de fondo es que cerca del 30% de nuestra población es pobre o muy vulnerable a esta condición, y que el país está manos arriba en materia alimentaria.
Mi pregunta enfatiza el objetivo de la seguridad alimentaria y no en los medios. Dije “seguridad”, no “autosuficiencia alimentaria”. Aunque no produzcamos todo lo que comamos, ciertos umbrales son necesarios cuando los mercados internacionales andan soliviantados como ahora. Ya no podemos confiar en el abastecimiento fácil de alimentos baratos. La discusión de los medios es clave, pero convengamos en el objetivo; si no, caeremos en la costumbre de pelearnos por el cómo sin saber el para qué.
En materia de medios tendremos que ser innovadores. En parte se trata de cómo estimular la producción nacional, mezclando competitividad, apoyo técnico y de infraestructura. En parte, tiene que ver con políticas de reordenamiento territorial; en parte, con cómo replantear las relaciones con los vecinos. Nicaragua es un país con un enorme potencial agrícola desperdiciado y aquí la cooperación regional tiene gran sentido. En parte, hay que cambiar hábitos alimenticios: menos “aterro” (arroz) y más consumo de frutos del mar, en los que somos ricos (algas, pescado, etc.).
Los cursos de acción son claros. Primero: no hacer nada y seguir a merced de la tormenta. Una variante de eso es meternos en una nueva y latosa discusión del Estado vs. el mercado. ¡Qué pereza! Más importante es que muchos otros (científicos, nutricionistas, agrónomos, comunicadores) aporten ideas prácticas más allá del tema de las ventajas comparativas. Segundo: hacer las cosas mal; por ejemplo, repartir subsidios a troche y moche. Tercero: experimentar con nuevas soluciones. Me inclino por esto último. Ojalá que nos suene la flauta.
(La Nación)
Jorge Vargas Cullel | 1 de Mayo 2008
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