Cuando en 1853 el viajero y cronista alemán Wilhelm Marr pasó por Costa Rica por primera vez, con su exquisita pero mordaz pluma casi no dejó “títere con cabeza”, sobre todo entre sus compatriotas, que en aquel entonces representaban la comunidad extranjera más numerosa.
No obstante, recién arribado a San José, una noche llegó en la casa del conde Hermann von Lippe -cerca de la iglesia de El Carmen-, donde conversaban varios de ellos, y nomás de entrada se topó con Franz Ellendorf. Y tal fue su empatía, que lo calificó como “un alemán tan alegre y bondadoso como nunca ha producido otro la roja tierra de su patria chica”, para continuar evocando que “me dio tal apretón de manos, que mis coyunturas pidieron socorro. Era un valiente parrandero y su trato tan ameno, que todavía no lo puedo olvidar cuando lo veo en la imaginación con la guitarra en la mano, cantando soberbias canciones, a la vez que trataba de cogerse la oreja derecha. Abnegado, complaciente con todos los que no son malhumorados, hombre fino y gallardo, había conquistado ya una brillante clientela y sería riquísimo si no tuviese tan buen corazón”.
Lindos juicios para alguien que, por lo visto, era un notable y caritativo médico, así como un hombre que sabía disfrutar de la vida. En realidad, es muy poco lo que se conoce sobre él. No se sabe cuándo ni cómo llegó al país, ni hay fotos suyas. No obstante, gracias a mi amiga Silvia Kruse -quien me ayudó a conseguir muy valiosa información en Alemania-, ahora sabemos que nació el 17 de octubre de 1810 en Wiedenbrück, en el hogar de Johann C. Ellendorf y Elisabeth Bartels. Se casaría con Elisabeth Biedenbohn, y moriría el 18 de mayo de 1884.
Según Marr, en cierta época tuvo una botica en San José -algo común entre los médicos de entonces-, en la que trabajó su paisano y colega Juan Braun, quien después instalaría su propia farmacia. Sé que fue uno de los mejores amigos del Dr. Karl Hoffmann -cuya vida y obra he podido estudiar con bastante detalle-, con quien incluso haría varias giras para observar y recolectar aves, junto con el también médico, naturalista y paisano Alexander von Frantzius.
Pero, sobre todo, amó de manera entrañable a Costa Rica. Una evidencia de ello es una carta que portaba el emisario alemán Louis Schlessinger -tristemente célebre por su posterior derrota en Santa Rosa-, jugando de diplomático de William Walker, al llegar a Puntarenas en febrero de 1856. Dicha carta estaba suscrita por su compatriota Bruno von Natzmer, quien fungía entonces como inspector general del ejército de la República de Nicaragua, luego de haber vivido y cometido fechorías en Costa Rica; de hecho, él era uno de los alemanes que estaba en casa de Lippe la noche en que Marr conoció a Ellendorf. En esa carta le aportaba datos de personas clave para sus turbios fines, pero le advertía que “El Dr. Ellendorf se le presentará como amigo y buen socio, y le ofrecerá sus buenos oficios, etc., pero no es más que un peón del Gobierno”. Léase, un incondicional de nuestra patria.
Y, tanto lo era, que apenas un mes después de esto, cuando don Juanito Mora llamó al pueblo a empuñar las armas para enfrentarse a las huestes filibusteras, el 1º de marzo de 1856, de su propio puño y letra -y no de sus amigos Guillermo Nanne y Horacio Lutschaunig, como de manera errónea se ha consignado en nuestros anales históricos, lo cual demuestro en mi segundo libro sobre Hoffmann- brotó la hermosa y certera carta, supongo que por iniciativa de él y de Hoffmann, en la que los alemanes residentes en San José se ofrecían para defender nuestra patria a cualquier precio.
Aunque se ha dicho que permaneció como médico de reserva en la capital, recién hallé pruebas fehacientes -de su puño y letra- de que participó en la primera etapa de la Campaña Nacional y que estuvo en Rivas y Managua. También lo haría en la segunda etapa, como lo demuestran varios anuncios en la prensa de 1857, indicando que ejercería de nuevo, tras su regreso de la guerra. Asimismo, gracias a las memorias del capitán Faustino Montes de Oca, hoy sabemos que, estando anclado un barco frente a la isla de Ometepe -en el lago de Nicaragua, donde se abastecían nuestras tropas y había un hospital de campaña-, Ellendorf lo abordó para, en menos de 24 horas, curar del cólera morbus a su capitán. No se indica cómo lo hizo. Quizás aplicó la “mixtura anti-colérica” inventada por el propio Hoffmann pero, al parecer, ésta funcionaba solamente de manera preventiva, antes de que el bacilo pudiera establecerse en el cuerpo.
Retornaría a Alemania en julio de 1858, cuando por la prensa advertía a sus deudores y acreedores que podían buscarlo en la casa de Hoffmann, o entenderse con éste una vez que él hubiera partido. Amante de nuestra patria, fungiría después como cónsul honorario en la ciudad de Rheda-Wiedenbrück, Westfalia. Asimismo, al morir Hoffmann en mayo de 1859 sería él quien comunicaría tan triste noticia al Museo Zoológico de Berlín y, casi de inmediato, daría atinadas sugerencias para el envío de las colecciones donadas por Hoffmann a los museos de zoología y botánica en Berlín. Por cierto, en su testamento Hoffmann legó sus implementos médicos a tan querido amigo.
Esto es todo cuanto yo conocía de tan peculiar personaje, hasta hace unas pocas semanas, cuando hallé una llamativa noticia en la prensa (La Gaceta Oficial, 5-I-1872, p. 4), enviada por algún compatriota anónimo. En ella se traduce una nota publicada por el Diario de Westfalia -estado en el cual aún fungía Ellendorf como cónsul nuestro-, indicando que éste había sido honrado con la condecoración de la Cruz de Hierro -símbolo militar máximo, como reconocimiento al valor y a la iniciativa en los campos de batalla-, por su destacada actuación en una de las batallas de la guerra franco-prusiana de 1871, que permitiera a Alemania su consolidación como nación.
Médico de un batallón alemán en Châtillon, jugaría un destacado papel en el combate librado en dicho sitio, siendo catalogado por testigos como “de comportamiento valiente y generoso”. En el fragor de la encarnizada lucha no desatendió nunca a sus pacientes y, cuando la tropa alemana había evacuado la ciudad previendo un fuerte ataque de las huestes del célebre Giuseppe Garibaldi, durante tres días permaneció solo atendiendo a los heridos y procurando sepultar a los muertos. Mas, como nadie quería hacer ataúdes para éstos, él insistió en que al menos se les enterrara de manera digna, para lo cual consiguió que un sacerdote católico los bendijera. Por desgracia, aparecieron cuatro cadáveres insepultos de francotiradores (no se sabe si franceses o alemanes), ante lo cual los pobladores se enardecieron y quisieron atacar a Ellendorf, pero él no se retiró hasta que el clérigo, temeroso de perder su vida, suspendió el entierro. Para complicar aún más las cosas, después el Consejo Municipal de Châtillon retuvo a Ellendorf como rehén, para cambiarlo por el alcalde, que estaba en poder de los alemanes.
Como reconocimiento a tan loables acciones, diez días después, bajo el título “Eco poético” apareció en La Gaceta Oficial un poema anónimo, en alemán -que mi amiga Silvia tradujo- y con algunos latinajos incrustados, en el cual se destacan imágenes alegóricas al volcán Irazú, las palmas de Nicaragua, y esa isla Ometepe “donde una vez como médico y salvador / se irguió contra el cólera y contra Walker”. Este poema estaba dedicado “a los alumnos de alemán en la Universidad de Santo Tomás”, cuyo profesor quizás era el médico Juan Braun -también lo era de latín-, lo cual me hace suponer que fue él quien lo escribió, quizás para que practicaran dicho idioma.
Así que, olvidado héroe, dejo como tributo a su memoria este breve artículo, para rescatarlo de las densas brumas del olvido y expresarle una vez más nuestra gratitud como costarricenses y centroamericanos, hoy libres y soberanos gracias a nobles y generosos luchadores, como él.
Luko Hilje | 22 de Mayo 2008
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