Por Anabelle Ulate, directora del Observatorio del Desarrollo, Universidad de Costa Rica
Cuando yo era niña, a la salida de la Escuela podía comprarme cuatro conos de helados de vainilla. Para mí eso valía un colón. Hoy en día no lograría comprar ni medio cono con un colón. Es decir, para mí y para todos nosotros, el colón perdió valor, porque precisamente la economía costarricense lleva varias décadas con una tasa anual de inflación del 10% o más.
¿En qué nos afecta? Bueno, si en aquellos años había que trabajar una hora para recibir un colón de salario hoy en día podría ser que por esa misma hora de trabajo reciba mil colones, y que ese monto sea suficiente para adquirir los mismos cuatro conos de vainilla. Es decir, mientras los salarios crezcan al mismo ritmo que los precios, es posible continuar comprando la misma cantidad de bienes y mantener el mismo nivel de vida.
Pero para que los mercados logren esa sincronía entre los precios y los salarios tiene que pasar mucho tiempo, puede ser décadas. Mientras tanto, las familias tenemos que ajustarnos a la inflación reduciendo la cantidad o calidad de los bienes que consumimos, o trabajando más horas, quitándole tiempo al descanso y al entretenimiento. En otras palabras, nuestro bienestar disminuye. Ese es el problema fundamental de la inflación.
¿Cómo protegerse? Buscando otras alternativas como, por ejemplo, el dólar. Precisamente, eso es lo que alguna gente hizo cuando el colón empezó a perder valor, a partir de la segunda década de los años setentas, y especialmente después de la crisis de principios de los ochentas.
El dólar se utilizó primero para mantener los ahorros y posteriormente para cotizar el alquiler de casas y edificios, el precio de terrenos, de automóviles, el pago de salarios y hasta para la adquisición de deudas.
Es decir, se generaron dos economías, la que intercambia bienes, servicios y trabajo en colones, y aquella que lo hace en dólares.
Quienes se encuentran en la economía de los colones padecen los efectos de la pérdida de valor del colón, mientras que aquellos que participan de la economía dolarizada están protegidos de esos efectos. En otras palabras, la inflación es injusta, porque sus efectos no se distribuyen por parejo entre las familias costarricenses.
¿A quién le corresponde resolver esta situación? Sin duda alguna al Banco Central. Pero, por no salirse a tiempo del régimen cambiario de minidevaluaciones, cuando lo hizo, el mercado le dio más valor al colón frente al dólar, que es todo lo contrario de lo que sucedía con las minidevaluaciones que aplicaba el Banco Central.
Por no propiciar el desarrollo de un mercado de capitales, a diferencia de un mercado de dinero, y por emitir sus propios bonos, en lugar de intervenir en el mercado secundario y a muy corto plazo, el Banco Central contribuyó a alimentar el proceso inflacionario.
Y finalmente, por consentir el desarrollo de este sistema bimonetario y coquetear con una eventual dolarización, como la de El Salvador o Panamá, se perdió efectividad en los instrumentos para controlar la inflación.
Ahora no le será fácil al Banco Central revertir la situación. El contexto internacional tampoco está ayudando, porque el incremento del precio del petróleo es un factor externo, que incide directa o indirectamente en muchos de los precios de los bienes y servicios que consumimos. Por consiguiente, el colón seguirá perdiendo valor y usted y yo seguiremos perdiendo bienestar. No se avecinan buenos tiempos.
(Página Abierta - Diario Extra)
Columnista huésped | 14 de Mayo 2008
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