De toda calamidad, siempre es bueno encontrar el lado bueno. La crisis mundial por falta de alimentos que se avecina como un imponente tsunami, obligará a la gente a disminuir el consumismo que a su vez es parte significativa del problema.
Comer por comer, comprar por comprar, gastar por gastar es un placer que no tiene sentido. Gandhi muy acertadamente decía “todo lo que se come sin necesidad, se roba al estómago de los pobres”, también todo lo que se compra sin necesidad se roba al planeta que degradamos con el chorro de chunches que luego le devolvemos convertido en chatarra.
Un celular o computador se fabrica con plástico, minerales y metales de la tierra. La ropa proviene de cultivos en tierra que se puede usar para comida. La mesa y silla de madera viene casi siempre de un árbol que se cortó de la montaña. Las joyas y piedras preciosas de minería en su mayoría a cielo abierto y altamente contaminante. En su fabricación de todo lo anterior se usa gran cantidad de agua pura que cada día es más escasa, mientras la población aumenta. Nada de lo que compramos tiene cero impacto, todo afecta, todo perjudica pero también sabemos que resulta imposible vivir sin consumir nada, el problema no es el consumo, sino el exceso, es decir, el consumismo.
La salida es racionalizar cada compra que hacemos o que disminuya la población para que alcance para todos, eso significa la muerte de hambre de miles de millones de seres humanos, porque el tamaño del planeta no es posible agrandarlo.
Hace muchos años mi casa estaba llena de chunches chochos. Cosas que había comprado sin necesidad, por impulso o creyendo que con ello ayudaba a alguien que necesitaba vender. A esos chunches chochos se sumaban juguetes de los güilas que al crecer habían abandonado, ropa que teníamos años de no usar, muchos chunches rotos a la espera de un minuto que no iba a llegar para repararlos o más grave aún, que era más costoso repararlos que comprarlos nuevos.
Fue entonces cuando comenzó la revolución doméstica, botar o regalar todo lo que no se necesitaba y comprar sólo lo necesario. Aún así constantemente se nos cuelan chunches innecesarios. Antes de comprar cualquier cosa lo discutimos y analizamos con frialdad. ¿es realmente necesario? ¿podríamos vivir sin ese chunche? ¿en 5 años todavía estará funcionando? ¿Cuánto lo vamos a usar y en qué? ¿si se daña puede ser reparado?. Es impresionante la cantidad de cosas que hemos dejado de comprar y cómo ha mejorado nuestra calidad de vida… además queda más dinero para comida que es realmente indispensable.
Y aunque esa última frase suena exagerada, o dejamos de gastar como locos y dejamos de consumir innecesariamente cosas que impactan el ambiente y la vida, o el planeta no aguantará para producir comida y luego acoger tanta basura creada a partir del desenfrenado consumismo. El caso no es ¿tenemos dinero para comprar todo lo que se nos ocurre?
La próxima compra que haga, pregúntese varias cosas: ¿Realmente lo necesito y no hay sustituto? ¿Cuánto puedo esperar para comprarlo? Cuando ya no lo necesite, ¿cómo me voy a deshacer sin causar impacto ambiental? ¿Si lo compro voy a beneficiar a una persona o a una corporación? ¿Quién ganará con la venta: un nacional o un extranjero? Es realmente impresionante cómo reducimos el consumo con solo racionalizar un poco más cada compra y vivimos con más paz y tranquilidad.
Quizás podríamos empezar dejando de comprar agua o gaseosas en botellas plásticas desechables, pues a todas esas preguntas la respuesta irremediablemente es: ¡N♥!
Flora Fernández | 11 de Mayo 2008
3 Comentarios
Hola, apoyo sus comentarios. me gustaría adicionar un chunche más, el vehículo particular para desplazarse al trabajo diariamente. ¿Será una práctica de consumo o de consumismo? Sería bonito deshacernos colectivamente de tantos chunches vehiculares en las calles y utilizar el transporte público, en especial en el conglomerado GAM. Podría ser la mejor estrategia para que nuestros jovencitos y niños disfruten del tren eléctrico o para que mejoremos el transporte público. ¿Quién se apunta?
Bravo. Una formidable requisitoria contra el consumismo y el desperdicio, escrito, como todo lo de Doña Flora, con una impresionante sencillez y penetración. “Chunches Chochos”, dos linda palabras del castellano criollo, deberían ser una asignatura del 4º o el 5º grado, cuando los niños y niñas comienzan a sumar su voz a las decisiones familiares.
Me encanta la forma muy a la tica y sincera de traernos a cuento el impacto que tiene el consumismo, no sólo en la economía doméstica, sino sencillamente en el equilibrio de nuestro planeta. A nuestros niños y jóvenes se les ha enseñado -y lo hemos permitido sin percatarnos- que el consumo es un fin en sí mismo, como si viviéramos suspendidos sin contacto con todo lo que nos rodea y sin conciencia de cuánto lo necesitamos y cuánto lo afectamos, pero especialmente, de cuánto lo carecen en otras partes del mundo en que el alimento y el agua limpia son el anhelo de todos los días, con independencia de cualquier chunche, viejo o nuevo que se ofrezca. Tenemos una enorme responsabilidad para no perder la poca conciencia que sobre esto sí logramos heredar de nuestros padres y abuelos, en revitalizarla, informándonos, colaborando (reciclaje por ejemplo, cuando mínimo) así como incentivándola con educación y con el ejemplo diario en nuestros niños y jóvenes y, como dice en su comentario, volverla una norma de vida.