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Ante la muerte de nuestro yerno Doctor Harlen Fonseca Reyes

Columnista huésped | 29 de Mayo 2008

Por Carlos Chaverri Montero y Ligia Oreamuno Castro

La prensa, con la premura para ordenar el pensamiento para presentar como primicia las noticias, ha expresado datos inexactos sobre la muerte trágica de nuestro querido yerno, padre de nuestra nieta menor, Lucía y novio comprometido de nuestra hija Doctora Ligia María Chaverri Oreamuno.

No es cierto que fue una bala perdida la que mató a Harlen: El norteamericano, residente ilegal en nuestro país, Frederick Marlon Kelch, estuvo observando nuestra casa durante los días anteriores al asesinato, desde las tapias altas que él mismo había construido y subiendo al techo de su propiedad, de donde lo observaban algunos vecinos de los condominios vecinos a la propiedad y desde donde decía improperios en inglés a nuestra familia. En la noche del jueves 21 de mayo, se subió al techo de su propiedad, con su arma de gran poder, apuntó a la cabeza de Harlen, quien se encontraba con mi hija en frente del televisor de la cocina de nuestra casa y le disparó amparado en la oscuridad de la noche. Hizo un segundo disparo inmediato, que iba dirigido a mi hija, pero lo pegó en una columna de cemento de la casa nuestra, lo cual impidió que el asesinato fuera doble. Escasos minutos después, mientras corríamos atendiendo a Harlen, inconsciente, quien sangraba profusamente, y mientras vino la ambulancia, el norteamericano hizo cuatro disparos más, cuyos casquillos de bala quedaron en el jardín de nuestra casa y que fueron recogidos como evidencias por la policía judicial. Uno de estos disparos entró en la compuerta del motor del automóvil de mi hija, cuyos fragmentos de bala fueron recogidos también como evidencia. Los oficiales del OIJ realizaron un trabajo minucioso en todo el ambiente donde este norteamericano perpetró el crimen.

Esto no fue una bala perdida ni un disparo fortuito. El norteamericano disparó amparado en la oscuridad de la noche, observando al blanco a través de la ventana de mi casa, que tenía la luz encendida, y por tanto observando a la víctima y a una distancia no mayor de diez metros, desde el techo de su casa. Falló en el segundo balazo. Tampoco fue bajo un estado de locura, como ahora algún profesional de derecho, quiere hacer caer en error a la justicia. Fue planificado. Pudo ser cualquier otra persona de nuestra casa la víctima. El expresó claramente, ese día en la mañana que sabía que nosotros éramos informantes de la CIA (lo cual no es cierto por supuesto) y que él tenía mucho dinero para pagar a los abogados que lo sacaran de la cárcel si nos mataba.

El resultado de todo: dos familia sufriendo un dolor emocional intensísimo, una hija de tres años sin padre, su novia, con quien había tejido un futuro promisorio en servicio a los demás, truncado; muchos amigos y amigas sufriendo igual que nosotros la pérdida de Harlen, por culpa de un monstruo, que mata a otros seres humanos, como ir de cacería, sin el menor respeto ni aprecio por la vida humana, producto de las aberraciones que producen las guerras y que en Estados Unidos les dan pensiones e indemnizaciones para que vengan a nuestra tierra a sembrar muerte y dolor y no se queden habitando allá, donde son una lacra que no quieren tener.

Por qué tenemos que aceptar estas fuentes de dólares sucios en nuestro país. Por qué las autoridades de migración no son un poquito más selectivas para impedir que estos monstruos vengan a nuestra tierra, a sembrar muerte, drogas, vicios y la desgracia irreparable a quienes nacimos, crecimos, vivimos y servimos en este país.

Deseamos que la justicia en este país haga honor a la balanza, signo visible en nuestros Tribunales de Justicia y que se no haga honor a lo expresado por el asesino de mi yerno que con su dinero tendría un abogado que lo saque rápido de la cárcel. Grandes asesinos han sido juzgados y castigados por las leyes norteamericanas, ex combatientes de guerra y han sido ejecutados. Allá no se les considera bajo estado de enajenación mental. No hay abogados que pretendan engañar a la justicia bajo un pago de honorarios que el asesino pretende que lo va a perdonar.

(La Prensa Libre)

Columnista huésped | 29 de Mayo 2008

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