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Los gatos

Anacristina Rossi | 9 de Abril 2008

Todos los felinos son esplendorosos pero los grandes son inaccesibles. Por su imposibilidad de vivir en nuestro mundo, por su ferocidad absolutamente honrada y por su loca belleza, están a punto de desaparecer.

Otra ha sido la suerte del gato doméstico, que ha proliferado por su capacidad de vivir en muchos mundos. Por esa capacidad podemos nosotros ser amigos del gato.

Desmond Morris nos dice que el gato es doméstico sólo por razones de supervivencia, y que es el animal más flexible que hay: de ser nuestro hijo tiernamente acunado pasa en cuestión de segundos a ser una fiera si así lo necesita. Jamás ataca si no es atacado, salvo para jugar, pero, ¿es jugar un ataque? Y si pasa en dos segundos de doméstico a fiera no debería llamarse gato doméstico. Debería llamarse solamente gato.

Los gatos son legendarios, tienen un código secreto que aún nadie descifra y un misterio que no desentrañaremos jamás. Hasta el profeta Mahoma prefería recortar su túnica con una tijera alrededor del gato que sobre ella dormía, antes que despertarlo.

Los escritores en general amamos los gatos. Recuerdo ver los de la escritora francesa Colette deambulando por las sombras de París. Y Céline, cuando uno de sus gatos se le acostaba en la hoja en que estaba escribiendo, escribía alrededor, para no molestarlo. ¿Y el poema a los gatos, no es el mejor del poeta Baudelaire?

Todos esos son tributos a la majestad del gato, que Neruda llamaba “mínimo tigre de salón”.

Yo confieso que me rindo ante su dignidad y en ciertas ocasiones quisiera ser gato. Navegar en su fluida materia veloz. Compartir sus gestos de pulcritud humilde, sus limpios lametazos. Reflejarme un instante en sus ojos al sol, transparentes, cruzados por la pupila convertida en línea negra.

Quisiera ser tan certera como sus zarpazos, tan afilada como sus uñas curvas, tan suave y delicada como sus pisadas blandas, tan larga y elástica como su cuerpo que se encoge en una U invertida para parecer más grande. Quisiera como ellos ser absolutamente inmune a las promesas de un amo.

Los gatos no tienen amo. Ellos lo escogen a uno y otorgan sus favores cómo y cuándo ellos quieren y siempre en sus propios términos.

Los gatos tienen la clave del tiempo. Buscan meterse en toda caja como si hoy fuera hace mil siglos y buscaran las cuevas. Y su lomo, hoy como en la antigüedad, siempre acusa recibo del cariño o del espanto.

Mirando sus largos bigotes de medir la oscuridad y pasando la mano por su pelaje brillante, pienso que ningún animal, incluido el humano, sabe cómo cuidarse, cómo correr, cómo amar, cómo vivir, cómo morir, con tanta dignidad como los gatos.

(Página Abierta - Diario Extra)

Anacristina Rossi | 9 de Abril 2008

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