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¿Desde dónde?

Columnista huésped | 27 de Abril 2008

Por Rolando Araya Monge

Nos resulta muy normal la idea de arreglar los problemas a través de métodos políticos, ajustes económicos y actos de Gobierno. Pero ninguna de estas acciones puede resolver los complejos dramas de la existencia humana. A lo sumo, lograrán alivio temporal, pues la situación de un país depende más de los valores, la educación y las virtudes de su pueblo, que de la calidad del Gobierno. El propio Gobierno refleja la realidad social. La criminalidad, los accidentes, la desintegración familiar, hasta el desempeño de los trabajadores y de los empresarios, son rasgos de la sociedad misma. Al final simplificamos, y pensamos que es posible resolver las cosas con leyes. Pero el bienestar verdadero solo puede ser conquistado, no puede ser decretado.

¿Y de qué otra manera pueden resolverse los problemas de la actualidad? El mundo entero, y esto incluye a nuestra cándida Costa Rica, se encuentra sumido en una interminable cadena de conflictos y frustraciones. Esto está llevando a la humanidad por un peligroso camino de degradación, amenazada por terrorismo, guerras, mafias, pobreza, destrucción ambiental, con crecientes males como la depresión, las drogas y el imparable estrés que genera esta supuesta cultura del confort.

En realidad, estamos ante una encrucijada, en un instante de bifurcación. O evolucionamos en pos de una transformación más profunda, o nos hundimos. Costa Rica se encuentra en un serio peligro. El aumento vertiginoso de la criminalidad corre parejo con nuestra incapacidad para resolver muchos problemas. Casi nada se resuelve. Toda solución es una posposición o un disfraz. Según el Gobierno, todo es cuestión de hacer crecer la economía.

En realidad, no conocemos del verdadero origen de los males. ¿De dónde vienen estas cosas? ¿No es acaso la codicia (el tener y el consumir) el valor dominante, la guía máxima de la cultura social para tirios y troyanos? La codicia ha sido el motor principal del sistema económico, ha producido un gran crecimiento de la producción y de la tecnología, pero no es capaz de lograr sociedades viables, sostenibles, felices. Ha desencadenado colosales energías, pero es ciega ante el largo plazo, la naturaleza y los efectos sociales.

La supuesta amoralidad del sistema económico auspicia el imperio de la codicia. Eso baja los estándares morales de la sociedad. Y tras los efectos, surge el miedo, la cólera, la violencia, el crimen, la corrupción. No importan los demás, ni siquiera los más débiles. Enloquecido por la búsqueda de ganancias el sistema capitalista global exhibe más bien una inconsciente voluntad de suicidio. “Business is killing business”, dice Danah Zohar.

La delincuencia, el narcotráfico y la corrupción se alimentan igualmente de codicia. Y entonces, la misma energía que mueve el sistema económico también es el sustento vital de las cosas más abominables. ¿Por qué nos sorprendemos entonces? La ansiedad creada por razones económicas intoxica al ser humano, lo aísla, lo frustra, lo hace irresponsable, colérico, más violento. El grado de criminalidad es una consecuencia de esas motivaciones, no solo de la incapacidad policial.

Eres lo que comes, reza una máxima de salud. Y esto es válido en materia psicológica: somos lo que consumimos y lo que deseamos, lo que respiramos en la cultura social. El origen de nuestros males es un retroceso espiritual en todos los ámbitos del quehacer nacional. En pos de las quimeras de la cultura consumista, hipnotizados por la avidez de tener más, olvidamos los valores básicos, la solidaridad, la familia, la comunidad, la cohesión social, la salud misma. Vivimos sí, pero solo para librar una guerra en el corazón de cada uno de nosotros. Resolver estos problemas sólo con actos de Gobierno es como usar pinceles para cambiar los colores en la pantalla del televisor.

Un orden social superior debe construirse sobre valores elevados. Lo que vivimos es solo un reflejo las motivaciones que hemos escogido para convivir y progresar. Si queremos detener la vorágine de violencia que nos subyuga, es bueno mejorar la policía, las leyes, el sistema judicial y penitenciario. Pero es absolutamente necesario generar una catarsis social, una nueva ética capaz de librarnos de la cadena de frustración, ansiedad y conflictos en que estamos atrapados. Si queremos paz en las calles, es preciso vivir con más paz dentro de nosotros mismos. La calle no hace sino reflejar nuestros pensamientos y emociones. ¿Desde dónde actuar, entonces? El Gobierno que cumpla con lo suyo, pero la solución a tanto sufrimiento solo saldrá de una radical transformación mental. Progresemos, mejoremos las empresas, sí, hagamos prosperar la economía, sí. Pero es preciso volver a las raíces espirituales que hicieron posible la paz y la democracia en Costa Rica.

(Diario Extra)

Columnista huésped | 27 de Abril 2008

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