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Bocanadas, bufonadas, berrinches

Columnista huésped | 18 de Abril 2008

Por Gerardo Bolaños González, periodista

El periodismo hace que nos interesemos por las cosas que nos importan, aunque también, y cada vez más, hace que nos interesemos por cosas que no nos importan. Sin embargo, a juzgar por las reacciones últimas de algunas figuras prominentes de la política, la Iglesia y el deporte, para ellas sería preferible que las cosas que importan no nos interesen y que las interesantes no nos importen.

Argucias retorcidas. Para alejarnos del diálogo, estas figuras recurren a oscurecer los argumentos, valiéndose de argucias semánticas, explicaciones retorcidas o, simplemente, falsedades patológicas, quizás no exentas de encanto. Como una moda que se creía extinta y luego vuelve al primer plano, se refugian a veces en el doble o triple discurso. Dependiendo de la gravedad del tema, le suben o le bajan el ruedo a la falda, cayendo en cantinfladas dignas de otros tiempos y de otros gobiernos. Así, arremeten contra los periodistas quienes, como todos sabemos, siempre tienen la culpa de todo, incluyendo el dengue hemorrágico, el calentamiento global y el aumento mundial del precio de los alimentos.

Berrocal. La tragicomedia de su retirada/abandono del cargo/remoción, estuvo en cartelera varios días gracias a un galimatías semántico que no tiene desperdicio. Según él, no dijo lo que dijo. Tampoco renunció, ni lo renunciaron; ni se despidió ni lo despidieron; ni se separó ni lo separaron; ni se esfumó ni lo esfumaron; ni lo repudiaron ni repudió, ni cantó viajera ni lo vejaron. He revisado Las 48 leyes del poder, de Robert Green, y no encontré en este entretenido y documentado libro sobre el arte de la política ninguna explicación teórica ni ejemplo de la vida real que abarque el eufemístico harakiri asistido de Fernando Berrocal, el cual podría convertirse en la ley número 49. La ley del ni ni.

Ulloa. El presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica la voló por encima de la Catedral cuando el periodista Ernesto Rivera le preguntó cómo era posible que el fallecido administrador financiero de Servicios Pastorales, Jorge Torres, prestara plata sin avisar a los obispos. “Esta es la gran pregunta, preguntémoselo a él… cuando yo llegue al cielo, lo primero que voy a hacer es preguntarle por qué lo hizo”, respondió monseñor Francisco Ulloa. Como manera de evadir la pregunta, esta respuesta burlona e irrespetuosa puede pasar, pero la frase adelanta criterios y garantiza derechos excepcionales. Que se sepa, ciertas acciones penales se extinguen solo en la tierra, no en el más allá. Ya lo decía el Cardenal de Retz: “Es más dañino para un funcionario decir tonterías que hacerlas”.

Wanchope. Lo que la ciudad de Heredia no da, ni Manchester, ni Málaga, ni Rosario ni Tokio lo prestan. Verlo jugar era un regalo para los ojos; leer los improperios con que, falto de educación o autocontrol, Wanchope contesta las preguntas de los periodistas deportivos es, por el contrario, un suplicio para los oídos y una ofensa para el gremio. No es el único, ni será el último entrenador de fútbol al que se le riegue la bilis de impotencia delante de los periodistas, pero uno podría esperar más elegancia, finura y humildad de su parte. A menos de que, como en el cuento de don Ricardo Jiménez, Paulo César se marea cuando se sube a un banquillo, o quizás le flaquean las rodillas. ¿Qué les cobra La Cobra a los periodistas que en su momento lo encumbraron?

Zumbado. Las ostras se abren en luna llena. Los cangrejos les echan una piedra o algas para que no puedan cerrar la boca, y se las almuerzan. Al menos es lo que observó y anotó Leonardo Da Vinci. Enamorado de su presumida habilidad para manipular medios de comunicación y ayudar a elegir presidentes, Fernando Zumbado, todavía ministro de Vivienda pero ya exministro de los pobres, abrió la boca muy grande y muy tempranamente para cacarear sus logros posicionándose como si fuera una vernácula Evita Perón. Si uno dice en privado que quiere ser presidente de Costa Rica y hace campaña indirecta pero ilegal desde su ministerio, no puede evitar que le salgan al paso. La prensa está sobre la jugada. Es lo mínimo que debería saber quien se considera un experto en comunicación política, sin hablar de la posterior novatada que consistió en apoyar a una candidata que no es candidata todavía, por lo que le han encaramado un recurso de amparo electoral. Su reacción fue la habitual: hostigar a las periodistas, echando chispas por la publicación de hechos ciertos. Algo así como “me hirieron en mis ambiciones, pero les ensangrenté el puñal”…

(La Nación)

Columnista huésped | 18 de Abril 2008

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