Hace dos años, don Eugenio publicó un pequeño libro titulado Cien momentos, vale decir, exactamente cien páginas de texto, en las cuales resumió de manera lacónica la travesía vital de su estirpe y la suya propia.
Alguien que, con su don de gentes y estatura intelectual, tuvo la disposición y el privilegio de servir a la patria como Contralor General de la República, Secretario General y Rector de la Universidad de Costa Rica, así como Ministro de Educación Pública, de seguro podría haber escrito un voluminoso libro recogiendo las memorias de una vida tan fecunda.
Pero no. Con ese temperamento en extremo humilde y hasta tímido, prefirió optar por algo más afín a su carácter. Recurrió entonces a ese tono coloquial y sabrosamente didáctico con que escribiera Los días de don Ricardo y su muy renombrada Biografía de Costa Rica, para conducirnos desde el momento del bautizo de su ancestro Andrés Rodríguez de Oñate en la Cartago de 1605, hasta el último, una grata tarde de febrero de 2004 -en la calidez de su casa de Santa Ana-, que describiera como “una chispa que se apagará en un instante en el transcurrir infinito de eso que llamamos el tiempo”.
Cien momentos. Una vida labrada con bonhomía, caballerosidad, civismo, espíritu de servicio y absoluta probidad, en medio de su incondicional y genuino amor por el terruño.
No soy quién para aquilatar su obra y sus aportes. Pero conservo de él no cien, sino tres momentos indelebles, que hoy quiero referir aquí, con admiración y profundo respeto.
Mi primer momento o recuerdo emerge en los años 70 cuando, como Rector, encabezara una multitudinaria marcha hasta la Asamblea Legislativa, en la lucha porque se le asignara a la Educación Superior el 6% del presupuesto nacional. A pesar de que gobernaba entonces su partido -en la figura de don Pepe Figueres-, tuvo la hidalguía y honestidad de anteponer los intereses de la academia a los partidarios. Esa era, en realidad, una marcha por la dignidad de una academia sujeta de manera crónica a inconfesables vaivenes políticos y a una mendicidad rayana en la humillación. La lucha no se ganaría entonces, sino muchos años después. Hoy nuestras universidades públicas disfrutan de una estabilidad financiera, si no óptima, en aquel entonces inimaginable.
Mi segundo momento se relaciona cuando, en una candente discusión sobre las consecuencias de la departamentalización -siendo yo Representante Estudiantil-, como Rector nos visitara en la Escuela de Biología. Aparte de su gentileza, apertura mental y genuina actitud de diálogo, aprovechó la visita para rememorar los bellos días de infancia en su San Ramón natal -de paso, remarcó que era primo de nuestro querido profesor Rafael Lucas Rodríguez Caballero, ahí presente-, cuando conociera a aquel viejito que a menudo se internaba en las montañas para salir cargando sobre su espalda sacos repletos de plantas. Ese naturalista y sabio era nada menos que el ramonense Alberto Manuel Brenes -uno de nuestros más grandes botánicos-, quien tras estudiar en París y Suiza y laborar después en el Museo Nacional, decidiera pasar los últimos años de su vida en su amado terruño.
Finalmente, mi tercer momento fue mucho más reciente, gracias a Flora Fernández, y tuvo que ver con la conmemoración del Sesquicentenario de la Campaña Nacional, hace dos años. Para celebrar tan significativa fecha en la historia patria, publiqué 24 artículos consecutivos en el semanario digital Informa-tico y, al concluir, Flora -a quien no conocía entonces, salvo por vía electrónica- me persuadió de que había que recogerlos en un libro. Y, no solo eso, sino que ella misma gentilmente se ofreció para contactar a don Eugenio y doña Norma -vecinos y queridos amigos suyos-, siendo él presidente del Consejo Editorial de la UNED, para explorar las posibilidades de su publicación. Semanas después, me consiguió una cita con él que, aunque breve, fue muy acogedora y le permitió -aparte de hablar del libro, por cierto publicado en setiembre de 2007- evocar con fruición sus recuerdos infantiles y juveniles asociados con don Alberto y su primo Rafael Lucas.
Cabe señalar que, en relación con la Campaña Nacional, de hecho, en su libro Cien momentos don Eugenio dedicó uno al cabildo abierto efectuado en San Ramón el 30 de noviembre de 1855, el cual, presidido por su bisabuelo Ramón Rodríguez Solórzano, Alcalde 1º Constitucional, refrendó el compromiso de acudir en defensa de la patria amenazada por el filibusterismo, ante el llamado de don Juanito Mora en su primera proclama. Asimismo, le dedicó otro, alusivo a los días en que, junto con algunos valientes ramonenses, él explorara las montañas sancarleñas en busca del río San Juan -por petición de don Juanito-, para tratar así de combatir a los filibusteros en esa ruta fluvial estratégica que dominaban a placer.
Pues, sí. Tres momentos -ciertamente, no tantos como cien-, pero suficientes para afirmar y acrecentar el cariño y el respeto por este humilde, noble y generoso ser humano que fue don Eugenio Rodríguez Vega, a quien tanto… ¡tantísimo!, debe nuestra amada patria.
Luko Hilje | 15 de Marzo 2008
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