Disminuir tamaño de letraAumentar tamaño de letraImprimir paginaEnviar esta pagina por e-mailAmpliar el ancho de la paginafluid-width

Moma y Genito

Flora Fernández | 12 de Marzo 2008

Don Eugenio Rodríguez Vega nos ha dejado para siempre y sobre él se escribirá mucho. Llenarán muchas páginas en los periódicos sobre sus grandes atributos como historiador, abogado, hombre de cultura y rectitud, por haber sido honesto y serio, por haber servido al país en tantos cargos relevantes y por las múltiples capacidades y virtudes que poseía; todos se quedarán cortos ante su verdadero esplendor.

Yo no quiero hacer comentarios en ese sentido, sino sobre la grandeza humana de él y de su maravillosa esposa, doña Norma Oconitrillo.

Aunque ambos eran amigos de mis padres, para mí eran personas distantes hasta que comenzamos a construir nuestra casa en Santa Ana, casi al frente de la de ellos, que cariñosamente se llamaban Moma y Genito. Fue entonces cuando pude apreciar y conocer bien a dos seres humanos extraordinarios y a la preciosa familia que tienen.

La primera vez que los visité en su acogedora cabaña, lo que más me impresionó fue que don Eugenio me preguntó si tomaba café, casi sin esperar la respuesta se levantó a prepararlo ¡él mismo me lo sirvió!

Mientras tomaba sorbos de café recién chorreado, me sobrecogía que un hombre que había sido Contralor de la República, Rector de la Universidad de Costa Rica, Ministro de Educación, candidato a Vicepresidente de la República y el “güila” de la Revolución del 48, me acababa de servir un café con naturalidad y como continuando una conversación iniciada tiempo atrás; me contó que con frecuencia tomaba café con un arreglado en Chelles con mi papá y varios recuerdos que tenía de él y de la relojería.

Después de asimilar ese espontáneo pero impresionante momento, no sabía que tenía mucho más que descubrir en su amante esposa, de quien tenía un ligero recuerdo como excelente profesora de matemáticas en la UCR, pero no sabía mucho de ella. En adelante, aquella mujer siempre me hablaría con amor y admiración por Genito como gran abuelo, amigo y esposo. No se mostró nunca sumisa porque ella también se reconocía en un brillo propio. Los cargos públicos que él había ocupado, ya no eran tan importantes, pues habían quedado en el pasado, sólo faltaba el Premio Magón, que lo recibió sin alardes.

Moma nos acogió cual abuela y madre, considerándonos parte de su familia. A mis hijos los atendía tan bien que ellos llegaron a sentirse como en su propia casa, al extremo que le pedían helados de palito que siempre tiene en su congelador. Una vez me vio acongojada al verlos llegar tan confianzudos y en lugar de darme explicaciones me dijo que era muy sabroso que mis hijos eran como nietos, pero le habían llegado ya grandecitos.

Los años como vecinos de Moma y Genito, nos han permitido conocer y admirar lo más importante de la vida. En esa casa el aroma a honestidad y frugalidad se respiraba combinado con el del café. El amor de toda esa familia se fue convirtiendo en parte nuestra. Luisito y Alita cómplices de travesuras infantiles, Eugenio y Mauricio hicieron yunta con mi hijo Óscar en picardías juveniles, mientras Ale y Nenia, universitarios más serios y cercanos a los adultos avanzaban con entusiasmo en su desarrollo profesional, pero siempre dulces y atentos a la gran familia. Las simpáticas cumiches, Elena y Cristina llegaron para inyectar el brío e inocencia de una familia que sigue creciendo.

La impresionante vitalidad de don “U” como lo llamaban en la Contraloría, le llegó hasta los últimos años. Madrugador caminante, cada mañana tras bañarse con agua fría, al pasar por nuestra casa daba unas cuantas palmadas para no pasar inadvertido y aprovechar a saludar.

Muchos lo reconocieron como un gran escritor, yo como un inagotable lector. Muchas personas se sintieron orgullosas de haberlo conocido, a mí me conmovía su humildad, su sentido del humor y sus dotes de gran “imitador” y como buen alajuelense bueno para los apodos, a mi esposo le puso “Ave María Purísima” por su forma de llegar a saludarlo.

Para él nada era tragedia: haber sido descalzo en su natal San Ramón constituía un placentero recuerdo, haber pasado comiendo pipas y bebiendo su agua varios días en un campamento, acompañando a su padre por quien sentía gran admiración, era una aventura divertida, y cualquier dificultad un aprendizaje positivo. En la lucha contra el TLC, nos apoyó con un Recado a los Maestros, con quienes se identificaba plenamente y lo escribió como tantos libros, en su inseparable maquinita de escribir.

La última vez que conversé con él antes de ponerse grave, con gran picardía me dio dos quejas en frente de doña Norma: ¡Le había botado sus zapatos viejos! (viejos no, viejísimos), más humillante aún, lo habían hecho usar bata para levantarse, algo impensable porque toda la vida se había negado a usarla.

Mientras tanto doña Norma le acariciaba los pies para ayudarle a mejorar su circulación y ella con la ternura y firmeza que la caracterizaba me decía “yo atiendo a Genito porque ha sido un gran marido, de no ser así, no tendría enfermera”… ¡Y qué clase de enfermera tuvo don Eugenio hasta el final! Siempre dijo que si ella moría primero vendría por Genito, pero que si él se iba antes ella lo seguiría rapidito, así sellaba un pacto de amor para la eternidad.

El décimo día de marzo, tras diez duras semanas del año 2008, don Eugenio inició la caminata a la eternidad. Esta vez no necesita zapatos viejos, va descalzo como llegó al mundo y ligero de equipaje como vivió su vida. Nos deja un gran vacío pero se lleva lo único que la gente puede llevar al morir: el amor de su familia, de sus amigos, de un pueblo que lo admiró y respetó profundamente.

A mí me dejó una huella profunda haberlo conocido y me queda la amistad con Palo y Lili, Nani y Rodrigo, Moni y Esqui, Javi y Patri, tía Ceci, tía Irma y Marisa y sobre todo por Moma. A ellos y ellas los seguiré queriendo con toda el alma.

Flora Fernández | 12 de Marzo 2008

2 Comentarios

* #3511 el 12 de Marzo 2008 a las 06:01 PM José Rafael Flores Alvarado dijo:

Muy bueno el comentario vertido por la sra. Flora Fernández en recuerdo del gran maestro don Eugenio Rodríguez Vega, yo también tuve el placer de conocerlo desde las aulas de la Universidad de Costa Rica hace cerca de 40 años y adquiré varios de sus libros, los cuales me autografió en el 2006. Volviendo al alma máter allá lo vi al lado de mis profesores de sociología don Marco Tulio Salazar, el padre Benjamín Núñez y otros destacados intelectuales. Aprecié su buena labor en la Contraloría General de la República, como rector en la UCR, como Ministro de Educación y como un prolífico escritor en temas de carácter histórico, los cuales son temas que me apasionan y dejó una gran huella en la cultura nacional.-

* #3568 el 14 de Marzo 2008 a las 10:40 AM Leda Mendez Arias dijo:

Excelente pincelada sobre la vida de un hombre ejemplar de este nuestro suelo tico. Leda Ma. Méndez Arias

Publique su Comentario




Recordar mis datos?


Reglas para publicar comentarios: Antes de publicarse, cada comentario será revisado por el moderador. Su dirección de e-mail no aparecerá.