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Enfoque

Jorge Vargas Cullel | 20 de Marzo 2008

¿Por qué el Estado costarricense debe ser católico, apostólico y romano? No he visto una buena razón por la que a inicios del siglo XXI una democracia de larga data como la nuestra deba tener una religión oficial. Concuerdo con lo planteado en este diario por don Christian Hess acerca de la necesidad de una reforma constitucional que establezca un Estado sin religión oficial, pero respetuoso de todas las confesiones y garante de la libertad de culto.

Los dos principales argumentos a favor de una religión oficial son los siguientes: primero, el Estado costarricense debe mantenerse católico porque la mayoría del pueblo lo es; y, segundo, que esta definición constitucional no importa porque en nuestro país se garantiza, como en efecto se hace, la libertad de culto.

La primera tesis es fregada: para validarla habría que estar auscultando el sentir popular cada cierto tiempo y así medir filiaciones. Ello introduciría una competencia religiosa en el terreno político -para mantener o desbancar la religión oficial-, una situación que históricamente ha sido inconveniente y dañina. Ciertas definiciones fundamentales del Estado, especialmente las relacionadas con el ejercicio de nuestras libertades, no pueden estar sujetas al ballotage, pues podríamos llevarnos más de una desagradable sorpresa.

La otra tesis es más sutil. Reconoce, incluso, que el carácter confesional del Estado puede ser un legado de épocas pasadas, pero que lo central, la libertad de cultos, está ampliamente tutelado. Ambas cosas son ciertas, pero se trata de una pobre defensa del tema.

Nuestra Constitución Política debiera definir el carácter y la arquitectura democrática del Estado de la mejor y más congruente manera, removiendo las intrusiones arcaicas (así como se removieron las antidemocráticas). Habida cuenta de la pluralidad social, confesional y política en nuestra sociedad, al Estado costarricense debe exigírsele en materia religiosa una meticulosa neutralidad: nada más pero nada menos. La religión oficial simplemente no calza, crea desventajas.

No considero aquí otros argumentos como que la religión católica es la única y verdadera religión, y para qué ocuparse de un asunto que no está causando problemas. En cuanto a lo de la verdadera religión, esta es una definición que atañe a las creencias personales, sobre las que una democracia no puede ni debe pronunciarse sin caer en violaciones a las libertades individuales. En cuanto a la recomendación de evitar los “zambrotes” innecesarios, se trata de un buen consejo para un columnista al que se le ocurre escribir sobre este tema un Jueves Santo. Es un buen consejo, digo, pero un mal argumento.

(La Nación)

Jorge Vargas Cullel | 20 de Marzo 2008

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