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¡Aquel Jueves Santo en Santa Rosa!

Luko Hilje | 10 de Marzo 2008

Aficionado como soy a la historia patria, en los últimos dos años he leído bastante y, tras hurgar en añosos documentos de los Archivos Nacionales y en periódicos de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, también he escrito tres libros alusivos a la Campaña Nacional. Y percibo ahora cuántos temas no han sido abordados a fondo, de la que fuera esa gesta épica que no deja de sorprendernos conforme más nos adentramos en sus intersticios humanos, culturales y bélicos.

Uno de ellos, en el que curiosamente los historiadores no han profundizado suficiente, se refiere al rol de la iglesia católica en lograr la unidad nacional en torno a los dirigentes políticos y, con ello y otras acciones, contribuir decisivamente al triunfo de nuestras tropas. Esto fue muy claro en dos mensajes del obispo Anselmo Llorente y Lafuente: un edicto emitido desde el 22 de noviembre de 1855, y la airada alocución cuando bendijo a los combatientes, reunidos aquella cálida y polvorienta tarde del 3 de marzo de 1856 en la Plaza Principal (hoy Parque Central).

En ambos casos se trata de verdaderas arengas en las que, entre varias justificaciones de sobra legítimas para marchar al frente de batalla a defender la patria amenazada, el obispo remarcaba que los filibusteros son “enemigos encarnizados de la religión Santa que profesamos”, y que intentarían “hollar nuestra religión santa”. Aludía así a que ellos eran protestantes -equiparando la maldad con el hecho de no ser católico, de manera indebida-, en contraste con la mayoría de la población nuestra de entonces, incluyendo al presidente don Juanito Mora, ferviente católico, a diferencia de tantos políticos que -de manera hipócrita- son católicos por puro cálculo electorero.

Pero, en el presente artículo, quiero referirme específicamente a la coincidencia temporal entre un episodio clave de la Campaña y la Semana Santa, el cual no ha sido resaltado hasta ahora.

Debo indicar que la única mención que hallé al respecto fue una breve cita del recordado historiador don Carlos Meléndez en su libro Santa Rosa. Un combate por la libertad, en cuya página 18 dice que “alboreaba apenas el Jueves Santo de 1856, el día 20 de marzo, cuando el ejército expedicionario se puso en marcha hacia el norte, dejando atrás la hacienda El Pelón”. Esto me indujo a escribir y publicar, hace dos años, un artículo titulado Jueves Santo de gloria en Santa Rosa, pues fue ese día por la tarde cuando se libró la célebre batalla en la cual -como han dicho con acierto algunos historiadores-, se le marcó la raya sur al expansionismo de quienes anhelaban anexar vastos territorios de nuestro continente a los EE.UU.

Pero me surgiría gran confusión un día del año pasado, cuando en un programa de televisión escuché decir que la Semana Santa -que nunca es fija en el calendario- depende de la última luna llena de marzo. Y, como en 1856 ésta ocurrió exactamente un día después de la batalla de Santa Rosa -y fue bajo su espléndida luz que don Juanito recibió, de madrugada, la gratísima noticia del triunfo de nuestras tropas-, consulté con conocedores del tema.

Según les mal entendí -fue mi error, de hecho-, la Semana Santa no se podría celebrar antes del 22 de marzo. Para entonces ya estaban listas las galeras de mi libro “De cuando la patria ardió”, en el cual incluía el citado artículo, por lo que debí correr hacia la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia y pedirles que me permitieran corregir mi yerro. Por fortuna, bastó con un cambio del título, por el de Tarde de gloria en Santa Rosa, más algunos ajustes en el texto, para resolver el lío. ¡Así, por fin puede respirar tranquilo!

Pero mi tranquilidad y paz desaparecerían pocos meses después cuando, en una tertulia con varias personas con las que con frecuencia nos reunimos para conversar sobre la Campaña, el amigo Fernando Leitón me comentó haber hallado en valioso documento en los Archivos Nacionales -el cual gentilmente me facilitó-, y que aclara la situación.

En efecto, en una orden militar emitida y suscrita el 18 de marzo de 1856 por el general [José] Montero, bajo el título “Servicio de Campaña” se indica lo siguiente: “Todos los jefes residentes en esta ciudad se reunirán en esta Comandancia en los días jueves y viernes de la presente semana a las nueve y tres de la tarde para acompañar a S.E. el señor Vice-Presidente [Francisco María Oreamuno, quien moriría de cólera pocas semanas después] en las asistencias oficiales a la Sta. Iglesia Catedral. / Los demás oficiales también residentes en esta plaza se reunirán también al toque de llamada en el Cuartel Principal en los mismos días a marchar con la tropa en las diversas funciones de la Semana Santa. / Los Comandantes del Cuartel se encargan del cumplimiento de esta orden. / En la procesión del Jueves por la tarde, mandará la parada el Capitán Dn. Damián Soto; en la del Viernes por la mañana el de igual graduación Dn. Francisco Aguilar; en la de la tarde del mismo día, el de igual graduación encargado de a Mayor Dn. Sotero Rodríguez y en la del Domingo a la madrugada el ya mencionado Capitán Dn. Francisco Aguilar. / El Comandante del Cuartel General repartirá las guardias correspondientes constantes del número de plazas de costumbre en los diversos Monumentos que haya en esta Ciudad”.

Pero, por si aún subsistieran dudas, hace pocas semanas me percaté de que este año -al igual que en 1856, que también fue bisiesto- el Jueves Santo cae el propio 20 de marzo. Y, ¡alguito duro de entendederas!, ahora la explicación sí la tengo clara. En realidad, no es la Semana Santa la que está en función de la luna llena de marzo, sino la Pascua; como era indebido que Jesucristo fuera crucificado durante las festividades de Pascua, lo fue el viernes inmediatamente previo, y todo ello definiría para siempre la ubicación de la Semana Santa en el calendario.

Por tanto, hoy puedo rescatar el fragmento original que modificara en mi artículo, el cual dice: “Y así, avanzada esa tarde de Jueves Santo -mientras la tan católica población acudía a los oficios religiosos entre el sofocante calor y el denso aroma a incienso de chirraca, y oraba compungida por nuestros combatientes-, sobre los suelos que el inclemente sol guanacasteco calcina en la estación seca, se escribía una página realmente gloriosa en nuestra historia patria: ¡bastaron 14 minutos desde la primera detonación, para vapulear a tan poderoso invasor!”.

Sí, pues mientras nuestros combatientes debutaban en el terrible arte de la guerra en las planicies norteñas, retostadas por el inclemente sol veraniego, en los rituales oficiados en las iglesias de los pueblos y en la Catedral -que describiera con sumo detalle y gracia el irlandés Thomas Francis Meagher al observarlos en 1858-, sus parientes y amigos los evocaban, encomendándolos a Dios, a la Virgen María y a los santos de su devoción, con la esperanza y la fe de que nuestro ejército vencería a los invasores, y así los amados combatientes retornarían sanos y salvos a sus hogares.

Dadas las dificultades de comunicación de entonces, ignoraban dónde estaban nuestras tropas, y que ya ese día habían muerto Santos Alvarez, Francisco Carbonero, Agustín y Justo Castro, Juan García, José María Gutiérrez, Agapito y Ramón Marín, Carlos, José María y Sotero Mora, Braulio Pérez, Agustín y Carmen Prado, Manuel Quirós, Manuel Rojas, Raimundo Sáenz, Pedro Sequeira, José Zeledón y José Zúñiga. Pero desconocían también que nuestros bravíos y corajudos combatientes, sin complejo alguno, habían matado o capturado a varios y, además, puesto a correr hacia la frontera norte a 250 de los 300 cobardes filibusteros que nos habían invadido. Todo allí en Santa Rosa, esa gloriosa tarde de Jueves Santo, para siempre indeleble en nuestra historia y en la de América.

Luko Hilje | 10 de Marzo 2008

2 Comentarios

* #3462 el 11 de Marzo 2008 a las 02:26 PM milton ruiz guzman dijo:

De acuerdo a la corrección que usted hace entonces la Batalla de Santa Rosa tuvo lugar un Jueves Santo. Curiosamente la Batalla de Rivas del 11 de abril fue un Viernes Santo. ¿Por qué conmemoramos con mayor realce el 11 de abril y no el 20 de marzo?. ¿Acaso una es mas importante que la otra?. Pienso que el 20 de marzo, Batalla de Santa Rosa es memorable en el contexto universal de la derrota que sufrió el imperalismo usamericano en expansión, digno de ser recorado asi.

* #3475 el 11 de Marzo 2008 a las 09:18 PM José Rafael Flores Alvarado dijo:

Muy interesante el comentario del sr. Luko Hilje sobre la batalla de Santa Rosa, que el próximo 20 de marzo se cumplen 152 años de tan notable gesta histórica, con esa batalla se inicia la epopeya de nuestro pueblo que valientemente derrotó a los filibusteros comandados por William Walker, al mando del ejército nacional se encontraba don José Joaquín Mora Porras hermano de don Juanito Mora, al respecto nos dice don Ricardo Fernández lo siguiente: “El ataque fue tan rápido como enérgicol, y mediante una impetuosa carga a la bayoneta los filibusteros huyeron en completa derrota”. Como historiador y alumno de don Rafael Obregón y don Carlos Meléndez alabo la buena labor de nuestros compatriotas y como nativo de Escazú tengo que informarle que una importante columna de escazuceños al mando del comandante Mercedes Guillén combatió con gran valentía en aquella época por la defensa de la libertad de nuestro pueblo.-

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