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Enfoque

Jorge Vargas Cullel | 28 de Febrero 2008

“Populismo” es una de las palabras de las que más se abusa en esta época. Hasta en prolijitos salones de té alguien enmarca la ceja y dice: “Es que Chávez (presidente de Venezuela) es un gran populista”. Otro más sabio contesta: “También Morales, de Bolivia, y Ortega en Nicaragua”. ¿Qué quisieron decir? Que los fulanos son unos izquierdistas comunistoides, unos malos, marca “diablo”.

Los economistas no han hecho sino multiplicar el error. Oyeron campanas y utilizan la expresión “populista” para referirse a gobiernos que no aplican ciertas políticas macroeconómicas y hacen mucho uso de los subsidios. Para ellos, populismo significa irresponsabilidad económica y, si jalamos la lengua, keynesianismo. Lo contrario, el prudente, es el que aplica las recetas de los organismos internacionales.

El populismo no es una ideología política o económica, sino una retórica para el ejercicio autoritario del poder. Contrapone los intereses del pueblo (virtuoso) a los de las élites (malvadas), defensoras del statu quo. El truco es que deja abierta la posibilidad de definir, de una u otra manera, eso de “los intereses del pueblo”. No necesita una teoría política sino un líder, el “hombre”, que mágicamente defina lo que el pueblo quiere y cómo liberarlo.

Desde mediados del siglo pasado, el populismo en América Latina se ha adaptado a las más variadas ideologías económicas y políticas. Hemos tenido nuestra cosecha de populistas de izquierda (Chávez efectivamente es populista) y de derecha (Menem, Fujimori y el gordo Alemán). El populismo se ha mezclado con el nacionalismo (Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil), el socialismo (Juan José Torres en Bolivia) y el neoliberalismo (nuevamente, Menem). Por otra parte, ha habido socialistas, neoliberales y hasta socialdemócratas que no fueron populistas.

¿Qué pulga picó a este columnista? ¿No es bueno que alguien se interese por la política en los salones de té? Este último argumento me desarma, pero, aún herido, voy a otra cosa. Cometemos un error si entendemos las tensiones en América Latina como una lucha entre populistas malos y demócratas buenos. ¡Qué va! La colección de gobernantes que se dicen de izquierda y derecha son una fauna que ya se la deseara el parque Bolívar, y cada caso merece un análisis particular. Más aún, hoy convergen las deudas acumuladas por estrategias de desarrollo que no han rendido frutos, Estados atrapados por legados autoritarios y sociedades orgullosas de sus brutales desigualdades. A esto se suma la irrupción de actores históricamente relegados como los indígenas. Debemos entender bien el vecindario si, país pequeño que somos, queremos salir adelante.

(La Nación)

Jorge Vargas Cullel | 28 de Febrero 2008

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