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Desde el ausente muelle, en Muelle

Luko Hilje | 13 de Febrero 2008

Hace pocos días, una gira de trabajo me llevó a la localidad de Muelle, en San Carlos. Y, lo cierto es que tan atareado estaba en mis labores profesionales, que no había reparado en cuán cerca estaba de un sitio de inmenso valor histórico para nuestra patria durante la Campaña Nacional de 1856-1857.

Concluida mi faena laboral y ya rumbo al hotel, se me ocurrió empezar a indagar mientras cargaba combustible para mi automóvil. Pregunté por algún antiguo muelle que hubiera habido ahí cerca, en la ribera del río San Carlos, y que le confiriera ese nombre a la localidad, como sucede con el Muelle de la antigua ruta fluvial de Sarapiquí, también importante durante la Campaña.

Algo desencantado por el desconocimiento de los lugareños, no desistí sin embargo, hasta que abordé a un campesino de mediana edad, quien me aportó pistas que resultaron providenciales. Y, tanto, que no tuve que avanzar ni un kilómetro por un camino rústico, para rematar en la ribera del río y toparme, ¡ah maravilla!, con un hito confirmatorio de que, en efecto, ahí estuvo el muelle que tanto me interesaba: uno de esos inconfundibles y simbólicos íconos -monumentos de cemento y metal, más una pequeña asta y varias placas- colocados en el año 2001 en varios puntos del país, como parte de la iniciativa denominada la Ruta de los Héroes 1856-1857.

Por fortuna, aperado con las altas botas y el atuendo de campo que ya portaba, pude meterme un poco entre el lodo y los altos zacates ribereños para acercarme al sitio exacto de la confluencia de su afluente, el río San Rafael, en esa punta o pequeña península donde estuvo el muelle, la cual pude observar con mejor perspectiva a la mañana siguiente, desde el hotel Tilajari, con mis binoculares.

Pero, estando allí y estimulado por la intimidad que provocaba el atardecer en esa espléndida tarde veraniega, dejé mi mente vagar en el tiempo, imaginando el río no así de mermado por la implacable deforestación, sino el descomunalmente henchido río de aquellos días, transportando con incontrolable furia las rústicas embarcaciones de nuestras tropas, construidas ahí mismo.

Mi mente evocaba en privilegiado lugar a ese gran héroe anónimo -ignorado como tantos otros humildes compatriotas-, que fue el ramonense Francisco Martínez, a quien el presidente don Juanito Mora había querido conocer desde mucho antes. Estratega visionario, éste desde el principio entendía que la guerra había que ganarla en el río San Juan, entonces totalmente dominado por las fuerzas filibusteras de William Walker, por donde transitaban sus vapores, surtiéndolas con pertrechos militares y nuevos reclutas continuamente.

Sería exactamente en marzo de 1856, cuando nuestras tropas viajaban rumbo a Guanacaste por los Montes del Aguacate, que don Juanito, estacionado en Atenas, pidió que fueran a buscar a Martínez a San Ramón, por dos razones. Primero, por ser quien mejor conocía -con excepción de los indios guatusos, habitantes de esos parajes- esa región del país, pues seis años antes, junto con varios amigos había realizado la hazaña de navegar el río San Carlos hasta la desembocadura en el San Juan, y retornado a contracorriente. Y, en segundo lugar, por ser un excelente carpintero, diestro en la construcción de botes.

Tras su prolongada reunión en Atenas, don Juanito confirió a Martínez el grado de capitán y le encomendó tan delicada misión, junto con el capitán Florentino Zeledón, asignándole un contingente de soldados, un cañón, otros armamentos y alimentos. Y ya el 21 de marzo -un día después de la célebre batalla de Santa Rosa-, las tropas salían de la capital, para engrosarse en San Ramón, con el objetivo de apostarse en la ribera del San Juan y desde ahí combatir las naves filibusteras. Por razones que sería extenso relatar aquí, ese plan abortó, pero tendría inmenso valor meses después.

En efecto, no sería sino en diciembre, tras superar en julio la espantosa epidemia de cólera surgida poco después de la batalla de Rivas, que la guerra se reanudaría, dando especial énfasis en tomar los puertos de San Juan del Norte y San Juan del Sur (en el Pacífico), así como los sitios ribereños donde había destacamentos filibusteros (La Trinidad, Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos).

Así, mientras las tropas comandadas por el general José María Cañas ya el 5 de diciembre libraban una exitosa batalla en San Juan del Sur, dos días antes había partido de la capital la vanguardia de nuestro ejército -de unos 200 hombres-, al mando del mayor Máximo Blanco; la retaguardia, de 500 hombres, saldría el día 15, liderada por el general José Joaquín Mora. La travesía hasta Muelle les tomaría seis y ocho días, respectivamente, bajo aguaceros torrenciales, caminos de montaña fangosos y muy escarpados, pernoctando en ranchos o tiendas de campaña.

De sus periplos, en el diario de Blanco se consignan como localidades la ciudad de Alajuela, Grecia, La Laguna (Zarcero), Los Mancos y el río Peje, en tanto que en el diario de un oficial anónimo (más rico en detalles y transcrito por Montúfar en su libro Walker en Centroamérica) se abunda más en sitios, así: Alajuela, Grecia, Barranca (cerca de Llano Bonito, en Naranjo), La Lágrima (erróneo, por decir La Laguna), El Armado, la muy empinada cuesta del río La Vieja, Los Mancos, el río Ronrón, Peje (en la hacienda de José María Rodríguez) y el río Platanar. Cabe indicar que varios de esos nombres no figuran en nuestra toponimia actual.

Una vez llegada la vanguardia a Muelle el 9 de diciembre, era urgente contar con medios para el transporte fluvial, que empiezan a construirse el día 12. Aunque Blanco en su diario ese día anota con ironía la “llegada de unos carpinteros a fabricar botes, seguramente para un mes después”, quizás ello obedecía a la dificultad de hallar suficiente material, que supongo eran árboles de balsa (Ochroma pyramidale), de un diámetro uniforme y apto para construir las embarcaciones.

Aunque no hay evidencia fehaciente de la presencia de Francisco Martínez, es muy posible que estuviera allí, por su reputada habilidad como artesano y por su vasto conocimiento de la zona. Más preciso, en el diario del oficial anónimo ya citado se indica que a la orilla del río y en un gran rancho de Victoriano Fernández “viven nuestros carpinteros de ribera”.

Artesanos también heroicos, de quienes en su diario da fe el célebre capitán Faustino Montes de Oca al decir lo siguiente: “Ya se puede figurar qué clase de flota sería aquella en que las canoas hechas por los hacheros y carpinteros que apenas las conocían en Puntarenas y construidas a toda prisa eran ingobernables y peligrosas. Las balsas en que debía ir la tropa iban a merced de la corriente, aún sin anclas con qué poder detenerse en un punto dado y con un temporal terrible que el río estaba fuera de madre. Fue un arrojo y a primera vista una insensatez semejante expedición, pero los resultados fueron sorprendentes, dignos del elogio del mundo entero”.

Absorto, todo eso evocaba yo ahí, exactamente en ese sitio donde ya no hay un muelle, pero del cual partieron nuestros combatientes para capturar los vapores filibusteros en el río San Juan y usarlos en beneficio nuestro. Y, entre los incipientes ruidos de la noche, sentía escuchar el repetitivo golpe de hachas y machetes volteando árboles y dando forma a los hechizos botes y canoas que, bogando después entre las impetuosas y turbulentas aguas, transportaban a esos gallardos hombres, dispuestos adonde y como hubiera que ir con tal de defender la patria amenazada. Entonces, en respetuoso silencio apenas atiné a decirles: ¡Gracias! ¡Muchas gracias!

Luko Hilje | 13 de Febrero 2008

2 Comentarios

* #2779 el 14 de Febrero 2008 a las 08:37 AM jaguar dijo:

Soy de San Carlos y reconozco que no sé mucho de la importancia histórica de Muelle. La nota del señor Hilje nos aclara mucho de lo que sucedió allí.

Pero además nos dice mucho de cómo se ha dejado al olvido la trascendencia de la Campaña del 1856-1857 quizá por razones políticas actuales. Los del políticos en el poder, no quieren que el pueblo recuerde cómo los líderes de antaño organizaron la defensa ante la amenaza. El tema de la Campaña del 1856-1857 ha sido dejado de lado a propósito. Por eso, Muelle no nos dice nada a los sancarleños. Por eso no sabemos nada. Por eso la gente se pregunta: por qué se llama Muelle y no hay historias recordadas, ni libros ni nada que nos enseñe lo que ocurrió en la llanura sancarleña.

* #3683 el 17 de Marzo 2008 a las 03:54 PM Cristian Espino dijo:

Primero quiero decir que soy nieto de la famosa Maria Vargas cuyo verdadero nombre es Maria Acosta, hija del padre Vargas y quien por muchos años fue partera, cocinera de Turno , sobadora de Mujeres embarazadas, alquilaba cuartos para los boteros y mi honrada abuela. Muelle encierra muchas historias y por ahi han pasado muchos personajes historicos, politicos y demasiados choriceros. Los pobladores de ahi nos hemos superado y hemos desarrolado Muelle a puro trabajo honrado, trabajo fuerte y trabajo comunal. Y si, estoy de acuerdo: Debemos aprovechar y utilizar la historia que encierra nuestro historico Muelle.

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