¿Cuál es el país gobernado hasta hace un par de años por el hombre más rico en esa sociedad, propietario de los principales medios de comunicación colectiva (se dedicaron a alabar su gestión), que se hizo pasar una ley para impedir que la justicia fallara sobre casos de corrupción donde estaba implicado y, además, se vanaglorió públicamente de todo esto?
Muchos lectores estarán tentados a nombrar algún país tercermundista donde hay casos con similitudes a lo descrito; sin embargo, la respuesta correcta es otra: Italia. (El personaje en cuestión es Berlusconi y, por cierto, quizá llegue nuevamente al poder en los próximos meses).
Otra pregunta: ¿Cuál es el país cuyo gobierno –electo en unas muy cuestionadas y cuestionables elecciones– ha repartido contratos multimillonarios entre sus amigos; que ha dejado por escrito constancia sobre su falta de voluntad para cumplir muchas leyes aprobadas por el legislativo; que ha espiado a sus ciudadanos sin autorización judicial, tortura prisioneros violando convenciones internacionales firmadas por su país y despide a funcionarios por motivaciones políticas?
Esta adivinanza quizá sea más fácil para algunos entendidos, aunque el tufillo de país del pipiripao pudiera desconcertar a muchos. La respuesta correcta es: Estados Unidos (el gobernante es George W. Bush).
Planteo estas situaciones sin ningún afán autocomplaciente al estilo de “ay, pero ¡qué linda es mi Costa Rica!, en la que no pasan esas cosas”. El punto es otro: quisiera señalar que, de tiempo en tiempo, aun en las democracias establecidas ocurren deterioros en la calidad de la democracia.
Con razones fundadas uno puede afirmar, por ejemplo, que, desde el punto de vista del respeto a los derechos civiles y políticos, la evolución de los EE. UU. en la primera década del siglo XXI ha sido negativa.
Ahora bien: ¿son irreversibles estos deterioros? Afortunadamente no, y las democracias más avanzadas tienen reservas y antídotos para este tipo de evoluciones.
Una democracia nunca está “consolidada” en el sentido de que sus conquistas estén aseguradas para siempre. Pensando en nosotros, Costa Rica, me pregunto: ¿cuáles son las debilidades manifiestas, los puntos ciegos, que podrían dar paso a regresiones?
Tengo tres problemas-candidatos: la falta de regulación del financiamiento político (estimula la colusión de políticos y capitales); la concentración de poder en funcionarios no electos (cuestión de colocar fichas para dominar el país) y la falta de capacidad pública para garantizar derechos concedidos (estimula el descontento ciudadano).
(La Nación)
Jorge Vargas Cullel | 31 de Enero 2008
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