Disminuir tamaño de letraAumentar tamaño de letraImprimir paginaEnviar esta pagina por e-mailAmpliar el ancho de la paginafluid-width

Enfoque

Jorge Vargas Cullel | 24 de Enero 2008

Entre el 2010 y el 2030, la gran mayoría de países latinoamericanos cumplirá dos siglos de vida independiente (nosotros en el 2021). Durante mucho de ese turbulento tiempo América Latina fue, más que un nombre, una identidad y una promesa política. Nos sentíamos latinoamericanos y, por ello, diferentes al resto del mundo; éramos, en una palabra, el “otro occidente”. Herederos de una mezcla única de culturas originarias, europeas y africanas, una historia compartida e idiomas similares (castellano y portugués) nos hermanaban en un mundo que era, y es, una torre de Babel. Como lo dijera Pablo Neruda, poseíamos una fuerza telúrica.

La patria grande, América Latina, nuestro hogar común, era además la voluntad de encontrar un sendero distinto de desarrollo. Su consecuencia política, el latinoamericanismo, fue un grito de rebeldía a lo largo de un siglo XX que arrancó sonoro con la revolución mexicana y que quizá concluya, apenas audible, con la muerte de Fidel Castro. Por varias décadas nos vimos como la vanguardia de las excolonias europeas, una que alumbraba el sendero a las nacientes repúblicas africanas y asiáticas.

Hoy vivimos el fin de una ilusión. América Latina no existe, se acabó; es una expresión descriptiva que designa a una geografía, pero su contenido político se ha evaporado. Lo que denotamos “Latinoamérica” se compone de unidades –países– que, como las galaxias, están cada vez más lejos entre sí. Con excepción de la venezolana, la unidad regional no tiene siquiera una modesta prioridad en ninguna cancillería latinoamericana. Empero, el bolivarianismo chavista es un factor divisivo, más una parodia que una tragedia. Los gigantes de la región, Brasil y México, están ensimismados en sus propios dilemas y no lideran. Como resultado, Santiago de Chile está más cerca de Beijing que de México D.F.

Pero América Latina tampoco existe en otro sentido. El eje del mundo se desplaza del Atlántico al Pacífico y nosotros somos invitados de piedra. En las relaciones internacionales, nuestras voces y potencia son marginales. Existen problemas en la región (los secuestrados y la droga en Colombia; la transición cubana, la emigración), pero no una “cuestión latinoamericana”.

¿Qué hacer? Resucitar la raza cósmica del maestro Vasconcelos no es posible y, si lo fuera, no tiene sentido. Sin embargo, hacer tabla rasa del pasado es un error: después de todo, de Sarmiento en adelante los intentos modernizadores siempre han fallado en su afán de convertirnos en clones de Europa o EE. UU. Resucitar la cuestión latinoamericana es importante: en un mundo globalizado, competir sin identidad y desarticulados es ruinoso.

(La Nación)

Jorge Vargas Cullel | 24 de Enero 2008

0 Comentarios

Publique su Comentario




Recordar mis datos?


Reglas para publicar comentarios: Antes de publicarse, cada comentario ser� revisado por el moderador. Su direcci�n de e-mail no aparecer�.