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Enfoque

Jorge Vargas Cullel | 17 de Enero 2008

El gran periodista polaco Kapuscinski cuenta la siguiente historia: durante la primera mitad del siglo XIX fueron trasladados al territorio de lo que es hoy Liberia (no la nuestra, sino un pequeño país africano) miles de antiguos esclavos de las plantaciones del sur de los Estados Unidos. Fueron llevados “de vuelta” para que vivieran en libertad. Los recién llegados rápidamente esclavizaron a la población nativa, a la que explotaron sin misericordia. Kapuscinski concluye que los “américoliberianos” terminaron copiando la única sociedad que conocían: una basada en relaciones de esclavitud. Este era ciertamente un resultado probable, pues los humanos tendemos a reproducir nuestra experiencia, pero no era inevitable. En momentos fundacionales existe otro factor tanto o más importante: la calidad del liderazgo. En esos momentos, los líderes pueden elevar a todo un pueblo por encima de su historia.

Hago esta reflexión con un interés comparativo. En la Sudáfrica de hoy, el desmontaje del sistema político del Apartheid creado por los blancos para oprimir a la mayoría africana, a los mulatos y a la población de origen indio, no dio paso a una vendetta. Hace 20 años, la probabilidad de guerras étnicas y ajustes de cuentas era altísima, y un resultado hasta lógico luego de siglos de trato inhumano. Sin embargo, Sudáfrica transita hoy por otro sendero. Es una democracia política que está lidiando con la monumental tarea de desmontar el legado económico de un régimen político que condenó a la miseria a la gran mayoría de su población. Las tensiones raciales no son el motor de su historia.

Haber contado con dirigentes extraordinarios a la hora correcta y en el lugar indicado hizo una gran diferencia. Hablo de personas como Nelson Mandela, Walter Sisulu, Joe Slovo o Desmond Tutu, para citar algunos de una camada excepcional. Esta es la cuestión del liderazgo: se tiene o no se tiene. No basta toda la razón del mundo, ni los discursos floridos ni todas las injusticias para formar un líder. Se requiere, además, inteligencia, carácter y visión.

Cuenta Mandela en sus memorias el difícil y prolongado aprendizaje que significó para él pasar de “revuelvealbóndigas” a una persona con una visión de sociedad donde tuvieran acomodo, aunque no de a gratis, hasta los antiguos opresores. Releo su libro (Long Walk to Freedom) y no solo quedo impresionado por su generosidad y sentido político (dudo que, habiendo pasado por lo mismo, pudiere yo haber trascendido mi deseo de venganza), sino también por la tragedia que ha significado para tantos países no tener el liderazgo necesario en el momento indicado para transformar la historia que pudo haber sido.

(La Nación)

Jorge Vargas Cullel | 17 de Enero 2008

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