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Enfoque

Jorge Vargas Cullel | 13 de Diciembre 2007

La promesa de las teorías del desarrollo, y la de los expertos que las preconizan, es siempre ésta: “Si ustedes hacen lo que yo digo, tendrán un país de verdad. Es cuestión de aplicar la mezcla correcta de políticas públicas”. Es una promesa celosa: “la única receta que sirve es la mía”. Por ello, quien hace la promesa está dispuesto a castigar las traiciones: si no se hace caso, un préstamo no se aprueba, el riesgo-país aumenta o una inversión no llega.

Para una persona que, como yo, vive en un país eternamente pegado en la categoría “en vías de desarrollo”, la promesa ha sido más resbalosa que un chancho encebado. En los últimos 50 años los expertos dijeron cosas distintas. Primero afirmaron que, para corregir las fallas del mercado, el Estado debía impulsar el desarrollo mediante inversiones masivas. Después concluyeron lo contrario: el Estado era el problema (“privaticen esa cochinada”), pues lo necesario era soltarle las amarras al mercado. Hoy, la tonada es distinta: para ser un país competitivo son importantes el mercado, el Estado, el ambiente, la cultura, las personas, la educación… o sea, todo. Tanto nadar para morir en la orilla.

Cada una de estas sucesivas recetas vino con sus propios milagros o pruebas de fe. En los años sesentas el “milagro” era Brasil (falso como moneda de cobre). En los años noventas fue Argentina (menos). Hace poco, aquí se vendía a El Salvador como ejemplo (ya nos alcanza, dijeron de un país que no creció por cerca de 10 años). En cambio, países pequeños o medianos que sí pegaron un salto al desarrollo como Taiwán, Corea, Irlanda y Singapur no siguieron recetas ni hicieron caso a ningún milagrero: cocinaron su propia sopa.

Aún con esos bandazos y pifias, los expertos insisten: “Si hacen caso, no importa que algunos ganen mucho ahora porque la mayoría, si espera quedita, ganará después”. La primera parte fue lo único que siempre se cumplió: algunos ganaron mucho, pero el futuro no llegó para muchos. Hoy vuelven a la carga: “Apuesten todo a los inversionistas; dejad que hagan, que ellos nos llevarán a la tierra prometida”. No me la trago.

Creo que es hora de olvidarse de recetas y enfocarse en un objetivo básico: que en Costa Rica las mayorías empiecen a progresar en serio como resultado de una época de crecimiento económico. El 2007 nos deja, en ese sentido, señales mixtas: disminuyó la pobreza y aumentó un tanto el ingreso de los ocupados, pero la desigualdad social volvió a ensancharse. ¡Muy poquito, luego de varios años de alto crecimiento! Si hay tanta plata dando vueltas, deberíamos poner más empeño en lograr sólidos resultados sociales.

(La Nación)

Jorge Vargas Cullel | 13 de Diciembre 2007

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