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Don Luis Barahona Jiménez y su huerto interior: el Quijote, el guerrillero y los sueños

Columnista huésped | 20 de Diciembre 2007

Por Fernando Cruz Castro, magistrado. Palabras en la presentación de la novela El Huerto Interior, de Luis Barahona Jiménez (Euned, 2007).

El “huerto interior” refleja muy bien las preocupaciones ideológicas de don Luis Barahona. Una de ellas, la defensa de la justicia social, sin necesidad de adoptar una visión marxista leninista. Plantea muy bien don Luis las inquietudes que suscitaba la sensibilidad frente a los problemas sociales y la adopción de una perspectiva marxista o quizás, una actitud pragmática en el que las premuras de la justicia imponen soluciones radicales. Las disquisiciones de los jóvenes sobre un planteamiento moderado y la opción de la acción violenta, se describen muy bien al inicio de la narración de la novela, recogiendo muy bien las preocupaciones de muchos jóvenes en la década de los sesenta y setenta, entre las opciones reformistas, la lucha electoral a través de un partido político y las angustias de un sistema muy injusto que requería respuestas inmediatas. Una de las protagonistas rechaza las disquisiciones de orden racional, reivindicando la acción violenta, contundente, para derribar a los dictadores. Los interrogantes que surgen cuando se afirma que: “la violencia se combate con violencia”. Por supuesto que don Luis no renuncia a su visión, cuando sugiere que la revolución del cuarenta y ocho obtuvo éxito en muchos de sus logros, pero no ocurrió lo mismo, en otras latitudes, como en Guatemala y Nicaragua.

La narración me recuerda una conversación con el autor sobre el destino de los guerrilleros, sobre su imposibilidad de pensar en una familia o gozar de una vejez acomodada. Los revolucionarios adoptan una ruta de sacrificio personal excepcional. El sacrificio y la renunciación que caracteriza al revolucionario comprometido o al cristiano auténtico. Esas cosas por las que vale la pena vivir y hasta morir, nos dice el protagonista.

Cuando describe a uno de los maestros, desliza un lamento justo respecto del desperdicio de tantas personas que le habrían brindado mejores frutos al país, si no se hubiese interrumpido la vigencia de la enseñanza universitaria con el cierre de la Universidad de Santo Tomás.

María Ríos representa, en gran medida, lo que pensaba don Luis sobre el amor, su profundidad y su permanencia. Sin entrar en detalles y sin perder de vista su crónica sobre un guerrillero que se acerca mucho al Quijote, al que él le dedicó algunas meditaciones, propone una idea muy reposada, definida y sensible sobre el significa el amor de una pareja. Una visión optimista sobre el amor, aunque irrealizable por las circunstancias. Dice Juan, el protagonista: “Tener novia, sentir amor, ser joven, porque para ser joven hay que tener novia-, sentir, vivir el amor. Eso es pura poesía…” Pero en medio de ese afecto profundo y definido, siempre aparece la imposibilidad de realizarlo a causa de la injusticia circundante. Al final, Juan demuestra que el amor es para la juventud, pues los ideales, hacer la revolución, fueron más importantes que el proyecto personal de vida.

Los ideales, los paradigmas, fueron siempre un referente muy fuerte en la vida del autor, al igual que para Juan. El personaje conduce su vida por la ruta de los ideales y del sacrificio extremo. Algo que quizás le preocupa a todos y con mayor rigor al pensador Barahona Jiménez. Además, el guerrillero leyó mucho antes de abrazar, en la acción, la causa de los demás. No podía ser de otra manera, pensar y meditar para actuar, la fórmula simple del filósofo que escribe la novela.

Menciona Juan esa fidelidad partidaria que neutraliza la independencia, el sentido crítico de los sectores populares. Describe muy bien esa adhesión partidaria que me recuerda las palabras de José Figueres, cuando dijo que éramos un pueblo domesticado. Lo dice muy bien un campesino en el huerto interior, cuando afirma que: “…hay que apoyar siempre al gobierno, porque es la única forma de estar tranquilo…”. Curiosamente, narra el autor algunos de los detalles de la “libertad electoral” en la que el patrón imponía su ley en la primera mitad del siglo veinte. No imaginaba don Luis que esa imagen de subalternos, volvería en gran parte con el referéndum que acabamos de vivir; seguro que Juan volvería para describirnos cómo se les dice a los trabajadores cómo deben de votar.

La meditación que expresa el autor sobre el futuro de los trabajadores, cuando afirma que no podrán mejorar su condición. Esa preocupación ha desaparecido. Pocos se plantean ahora sobre la posibilidad que tienen los trabajadores de ser verdaderos protagonistas de su vida personal y laboral.

El ideario de Juan, que era el de don Luis, economista de las palabras, de un discurso muy cuidadoso y ponderado, pero señala muy bien que a partir del 48, habrá verdadera justicia social en Costa Rica, justicia sin demagogia, justicia sin politiquería. Ese fue el sueño de don Luis, pero lo pensó en muchas ocasiones, al escribir y también cuando fundó la Democracia Cristiana, cuyo mensaje se dispersó, se descafeinó cuando se integró en la Gran Alianza.

Las peripecias en Guatemala, muy interesantes, porque es un país que sigue con una gigantesca asignatura pendiente de justicia social y de reivindicación de los pueblos indígenas. Juan se convierte en un Quijote que pretende realizar la justicia en toda la geografía americana. Muy bien recuerda al caballero de la triste figura, cuando en sus meditaciones, Juan utiliza palabras del Quijote para definir su ideario cuando afirma: “Pero no cabe duda que como en los tiempos de los caballeros antiguos, hoy y siempre se debe militar en la lucha contra los malandrines, contra los enemigos de la humanidad…” Claro, siempre me pregunto: A dónde estarán los malandrines, puede ser que en ciudades muy importantes, con todo el glamour de los medios de comunicación.

Hay una exaltación del guerrillero, la altura de sus ideales y como era propio de don Luis, su personaje confiesa algunas faltas que estimó impropias o dignas de meditación. La disquisición filosófica no deja de angustiar a Juan, preocupación que probablemente no tendrían muchos revolucionarios, que se endurecen en la acción y que olvidan la autocrítica. Juan asaume las preocupaciones de su autor, en esa extraña mezcla y comunicación que existe entre el personaje y su creador. Me llama la atención que a pesar del panorama un poco sombrío, sin victorias evidentes, en esta época de eficiencia y eficacia, el personaje, Juan, no se arrepiente de nada, no renuncia a su ideario. Puede que no sea realista, pero evidencia esa persistencia silenciosa de don Luis frente a las cosas en las que creyó, su visión sobre la justicia social, su acción a favor de ella, su fe de católico y cristiano, a la que nunca renunció. Lo destaca muy bien Juan, en esa persistencia que luce extraña en esta época de transiciones y negociación, “Creo en el triunfo de la revolución y no sólo creo, sino quiero. Necesito creer- Qué seria de mí y de tantos otros que hoy estamos en la angustia de no haber vivido nuestra juventud y de enfrentarnos a un porvenir totalmente incierto por habernos entregado en cuerpo y alma a la guerrilla”. Palabras generosas que hoy lucen como fuera de contexto. Recuerdan que la generosidad no es una calentura, no es un estado transitorio. Está en la Constitución, aunque a veces se olvide o se postergue.

Concluye el protagonista con serias dudas sobre el éxito de la revolución, pero reafirma que nada nos impide soñar, algo que tanto cuesta ahora, porque no somos mucho, según nos han dicho personas muy importantes, pero el personaje, que se funde con la imaginación prudentemente resguardada por don Luis, nos dice:”.. Nada nos impide soñar. Yo soy un soñador y sueño con una América sin sangre, reverdecida en sus ideales y con sus trojes llenos de vino, de pan, de libros, de libertad y de justicia…”. En este proyecto se funde el autor con el personaje. Libros dejó muchos, y también sueños, muchos sueños, que los guardaba, que los pensaba, que allí estaban. Lo destaca con precisión un auténtico guerrillero como Juan: “Soñar es vivir la mitad de nuestra vida.” Qué falta nos hace soñar. Se convirtió en mala palabra, en una actitud sospechosa y anticuada. Así es que don Luis nos regaló esta imaginación que reivindica los sueños a los que hemos renunciado. Es realmente extraordinario poder leer una novela y terminar de conocer al autor en su huerto interior.

Columnista huésped | 20 de Diciembre 2007

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