• Una historia de amor, entrega, sacrificio y solidaridad humana
Por Estrella Cartín de Guier, educadora - [email protected]
Las historias que leemos cada día son de violencia, de fraudes, de traiciones, de crueldad. Los diarios contienen narraciones de asaltos, violaciones, homicidios. Al extremo de forjarnos la imagen del ser humano como un ente perverso, abyecto, incapaz de actitudes nobles y gestos altruistas. Nos han acostumbrado a que el personaje es aquel que acribilló a balazos a un semejante o descuartizó a su mujer y a sus hijos. Durante semanas y meses, ocupa las páginas de los periódicos el relato pormenorizado de un crimen, y su autor aparece en algún momento como “el personaje del día”.
La fase luminosa de la humanidad no es noticia. Los logros intelectuales pasan casi inadvertidos, los gestos heroicos se desconocen, las historias de altruismo y solidaridad no se consignan. Es material que no alimenta el morbo del público. Esa es la razón de que me haya decidido a contarles esta, que es una historia de amor, entrega, sacrificio y solidaridad humana.
Camila es una niña que cuenta apenas con dos años de vida y nació con atresia biliar. Esto requiere una de las más delicadas y riesgosas cirugías que se practican. No en todos los países es posible realizarla. En el nuestro, gracias a la pericia y destreza de un eminente grupo de cirujanos que conforman el equipo de trasplantes de hígado del Hospital Nacional de Niños y a los servicios invaluables de la Caja Costarricense de Seguro Social, fue posible llevar a cabo exitosamente la operación, trasplantando un hígado cadavérico. El postoperatorio de Camila y su recuperación serán lentos y requieren los cuidados permanentes de alguno de sus seres queridos más cercanos, quien deberá entregarse por entero a la niña.
Esta historia real, sublimada por el arte, es elevada al rango poético y transformada en un universo amasado con amor, dolor y fe. Como resultado, surge el producto literario de dos de los más destacados representantes de las letras de nuestro país: Julieta Dobles, a quien don Alberto Cañas ha llamado “capitana de la poesía costarricense”, autora de 15 libros de poesía, cinco de los cuales han obtenido el premio Aquileo Echeverría, y Laureano Albán, reconocido internacionalmente y premio Magón 2006.
Se trata de un tomo que reúne dos libros. El de Julieta, titulado: Cartas a Camila y el de Laureano, Ciento diez pensamientos y un poema para Camila.
Las Cartas consignan, paso a paso, ese calvario tanto del ser inocente que lo protagoniza, como el de aquellos que la aman. Están impregnados estos poemas de ese sentimiento de amor y ternura que el poeta español Rafael Morales señala en el prologo al poemario Hora de lejanías. Hace referencia al “hervor humano” y al sentimiento de amor y de ternura hacia los seres humanos que se destaca en toda producción de esta escritora. La infancia es, ante todo, objeto de su ternura.
La antinomia vida-muerte es el andamio que sostiene toda la estructura poética y se convierte en el eje temático de las 14 cartas. Vida y muerte se amalgaman, se entrecruzan, en una visión quevedesca que atisba en cada vida que germina, un asomo de la muerte. Ya decía el excelso poeta español del siglo de oro, don Francisco de Quevedo, que “eso que llamáis nacer es empezar a morir”.
En los poemas, objeto del presente análisis, ante cada brote de vida, ante cada promesa de alegría, ante cada manifestación de gozo, surge amenazante el acecho alevoso de la muerte, es visible el sostenido contrapunto entre el estallido de una vida que brota y la amenaza de muerte que destruye.
Ya la paradoja y la contradicción están presentes en la niña que recién abrió los ojos al mundo y yace crucificada en una cama de hospital. “Nieta mía, Camila del destino./ Eres recién llegada a la vida,/ y la vida estalla/ en furiosos copos de dolor/sobre tu cuerpo transido”.
Sus delgadas piernas, cinceladas para la danza, no son aún capaces de dar el paso. Al fulgor de sus ojos, sombreados por largas pestañas, lo opaca la pátina amarillenta que delata su mal. Su original blancura, casi traslúcida, se ha ido amarilleando hasta acercarse al verde de la bilis. Risas, juegos y paisajes quedaron perdidos cuando la muerte inició su acechanza.
Están de tal manera entretejidas vida y muerte, que en este caso la muerte se ha convertido en dadora de vida. De una vida que se extingue, procede el órgano salvador. La decimotercera carta expresa: “Paz para quien en su muerte/pudo darte la vida./Porque muerte y vida conviven, nieta mía./Son rostros expectantes de nuestro transcurrir”.
El despertar a la vida de ese diminuto ser signado por el dolor; su asombro ante los estímulos de ese mundo cuyo disfrute le va resultando ajeno son captados con ternura y sutileza en esas cartas que encierran el amor y el dolor por el sufrimiento de un ser inocente. Los colores, los sabores, la música, los objetos desconocidos, la convidan a la fiesta de la vida. Se encuentra con las palabras, por las que ancestralmente ya siente devoción. La entusiasman, las saborea, las disfruta, las ama. “¡Las palabras! ¡Las palabras!/Descubres las palabras, niña mía,/ como quien juega y mezcla/ piedrecitas azules, amarillas y blancas/ salidas de algún río/ antiguo y tumultuoso/ que aún no puedes vadear”.
Un rayo de luz. Pero al igual que en la caja de Pandora le quedó al hombre reservada la esperanza, un rayo de luz ilumina el sombrío panorama. Es la luz del amor y de la fe. La salvación vendrá por esa batalla que, desde una trinchera de amor, darán quienes la aman. “Diagnóstico sombrío/ que se ha transfigurado/ en un grito de lucha/ entre los que te amamos./ Rescataremos tu derecho a vivir./ El amor es poderosa mano”.
Ante la amenaza y el reto de la adversidad, se enarbola la bandera del amor y la esperanza. En la novena carta dice: “Camila,/ un nombre para una victoria/contra la adversidad./Un nombre de lucha que enamora,/ de batalla que incita,/ un nombre que los inescrutables/ caminos de la vida/han hecho suyo”.
Todo el amor, el dolor y la ternura que es capaz de destilar el alma humana se hallan concentrados en estas cartas de Julieta a la pequeña Camila Albán. Se confirman en este, como en todos los casos, las palabras de Juan Pablo II cuando de solidarizarse con el dolor ajeno se trata: “Ninguna institución puede/ de suyo sustituir el corazón/ humano, la compasión humana/ el amor humano, la iniciativa/ humana cuando se trata de salir al/ encuentro del sufrimiento ajeno”.
(La Nación)
Columnista huésped | 18 de Diciembre 2007
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