Al finalizar la primera década del siglo XXI, pienso que el principal reto en nuestro país es abrirle las compuertas al pensamiento creativo. Necesitamos sacarnos de encima las telarañas mentales que, como colectividad, nos impiden aprovechar las oportunidades para impulsar una era de progreso duradero y sortear con ventaja los problemas que enfrentamos. En cuestión de pocos años tendremos que encontrar respuestas innovadoras a varios dilemas que golpean nuestras puertas sin orden ni concierto:
¿Cómo aumentar de manera acelerada la productividad del trabajo cuando dos terceras partes de nuestra fuerza laboral es mano de obra no calificada? ¿Cómo atender la creciente demanda por energía disminuyendo, al mismo tiempo, nuestra dependencia de los combustibles fósiles? ¿Cómo desarrollar una plataforma científica y tecnológica que permita convertir a nuestra biodiversidad en una ventaja comparativa? ¿Cómo hacemos para reducir la desigualdad social y los núcleos duros de exclusión sin recurrir al asistencialismo? ¿Cómo creamos nuevas identidades políticas que abran paso a un sistema de partidos políticos con sólido arraigo ciudadano y abierto a una nueva generación de políticos audaces?
Si, vistos individualmente, cada uno de estos dilemas se las trae, cuando se los pone uno al lado del otro se puede apreciar la compleja situación estratégica del país. Ningún dilema debe ser postergado pues todos son urgentes. El punto no es resolverlos de un solo cuajo, sino lograr avances consistentes y simultáneos. La creatividad es necesaria porque, para enfrentarlos, no sirven las recetas o las invocaciones a la mítica Costa Rica de nuestros abuelos. Ni la varita del mercado y el comercio internacional resuelve, ni los fantasmas de Juanito Mora y José Figueres lo harán. Solo sirven las buenas ideas, las que rompen esquemas.
La dificultad de estos dilemas podría desanimar a algunos. Soy optimista: bonita época esta que nos exige ser creativos. A pesar de nuestras taras, tenemos con qué: poseemos buenos científicos, artistas, trabajadores y empresarios; hay también interesantes pero aisladas iniciativas, como las ferias científicas o premios a la innovación. Sin embargo, más que un puñado de notables, lo que necesitamos en Costa Rica es un influjo masivo de creatividad para que la innovación se convierta en el mantra de nuestra vida social y política. ¿Por qué no ambicionar nuestro pequeño Renacimiento? Propongo una idea concreta: hacer del sistema financiero público la punta de lanza de ese empuje, financiando la innovación en todos los campos de la producción. Asociemos el interés público con la inventiva individual.
(La Nación)
Jorge Vargas Cullel | 22 de Noviembre 2007
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