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Desquite

Columnista huésped | 4 de Noviembre 2007

Por Fernando Dur�n Ayanegui - [email protected]

Sin llegar a tanto como el polic�a andaluz que al ver “en vivo” la ca�da de las Torres Gemelas le atribuy� aquella polvareda a un embeleco hollywoodense, nos preguntamos si no ha llegado la hora de consagrar el derecho a la seguridad medi�tica, un instrumento legal que venga a protegernos contra el empleo abusivo de los “efectos especiales” en la televisi�n. �Qu� tal si un d�a de estos, mediante el empleo de hologramas, se nos ofrece como noticia un match de boxeo entre Hugo Ch�vez y Vladimir Putin? Parecer� exagerado, pero bien se podr�a esperar a juzgar por la ocasi�n en que un editor y el autor de esta columna participamos en un “tokchou” televisivo que se dedicar�a al tema de la publicaci�n de libros. El programa ser�a pregrabado y habr�an de interrogarnos dos animadores m�s o menos conocidos, pero a la hora de llegada solo se present� uno de ellos y as� fue como nos dimos a la tarea de responder a las preguntas anodinas de un solitario y poco informado anfitri�n. De toda forma, tanto �l como sus invitados est�bamos convencidos de que a la hora de la transmisi�n hablar�amos casi solo para nosotros, pues a muy pocas personas les interesan los entretelones de la fabricaci�n de libros, un tema tan narcotizante como el de las precauciones que deben observar los lapones suecos antes de iniciar el orde�o de una hembra de alce albino afectada por la nube radioactiva de Chernobyl.

Para nuestra sorpresa, el programa sali� al aire como una grabaci�n trucada en la que el entrevistador ausente no solo participaba sino que adem�s se luc�a con una serie de refutaciones de lo que hab�amos dicho los entrevistados, desde luego en condiciones en las que ya no eran posibles r�plicas ni aclaraciones. De modo que quedamos, ante los improbables televidentes, no como tontos indefensos sino como idiotas lapidados por el despliegue argumental del fantasma medi�tico a quien la �tica profesional le resbalaba como vaselina rioplatense sobre un biso�� de polietileno.

Mi amigo el editor me convoc� luego para que discuti�ramos si protest�bamos, pero logr� calmarlo haci�ndole ver que, si bien los manejadores del programa se merec�an un dolor de muelas por su falta de �tica, sumando el poder de convocatoria de los cuatro involucrados el n�mero de televidentes que habr�an presenciado nuestro rid�culo jam�s pod�a ser superior a veinte. Adem�s, tras argumentar que desmentir es siempre una manera de repetir la mentira, le propuse que nuestra venganza se limitara a ponerles apodos a ellos. Lo juro, el �xito de este empe�o s� fue formidable.

(La Naci�n)

Columnista huésped | 4 de Noviembre 2007

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