En estos d�as se cumple el centenario del natalicio del Dr. Leslie Holdridge, nacido el 29 de setiembre de 1907 en un hogar rural, en Ledyard, Connecticut. Volver�a a su patria para morir, en Easton, Maryland, el 19 de junio de 1999.
Extenso periplo vital, de casi 92 a�os, cuyas dos fechas demarcatorias engloban una larga traves�a personal y profesional plena de tr�pico y verdor. Porque, reci�n graduado en el campo forestal, con poco m�s de 20 a�os de edad y mientras era ayudante de cocina en un barco que recorr�a el Caribe, absorto, se enamorar�a de los tr�picos para siempre. As� nos lo dijo, ya anciano, con su curtido rostro esbozando una sonrisa evocativa, complementada por una voz suave e impregnada de saudade: “�Y la lluvia, el sonido de la lluvia sobre las hojas de los �rboles en Martinica!”.
Y es que, �qui�n puede resistirse al magnetismo del tr�pico? Pero �l fue mucho m�s all�. Porque su pacto afectivo lo concret� poco despu�s, laborando en Puerto Rico y Hait�, tras lo cual regres� a su patria para cursar el doctorado en la Universidad de Michigan. Y tal era el embeleso, que volver�a -esta vez a Guatemala-, para trabajar en plantaciones de cinchona (fuente de la quinina, contra la malaria) y, un par de a�os despu�s, en 1949, se establecer�a en Costa Rica para el resto de su vida.
Ser�a en Turrialba, en el reci�n creado Instituto Interamericano de Ciencias Agr�colas (IICA), donde iniciar�a con paso firme sus propias investigaciones en el campo forestal, con proyecci�n hacia todo el continente americano, a la vez que form� numerosos estudiantes en dicho campo. Ah� estuvo once a�os, hasta 1961, cuando fundar�a el Centro Cient�fico Tropical (CCT) junto con Joseph Tosi y Robert Hunter. Desde entonces recorrer�an los tr�picos de todo el planeta, sobre todo elaborando mapas de zonas de vida seg�n una metodolog�a propia e innovadora en el plano mundial, y de inconmensurable valor para la planificaci�n del uso de la tierra. �Cu�l libro de ecolog�a no incluye hoy su diagrama de clasificaci�n? �Cu�l ec�logo serio desconoce su obra?
Resalto esto porque fue en el provocador ambiente de ese campus del IICA (hoy CATIE) inmerso en las monta�as turrialbe�as donde se gest� su gran aporte intelectual, de tan extraordinario calibre. Y, debo decirlo, fue ah� donde lo conoc� en el verano de 1973, cuando nos diera una soberbia charla -de la que a�n conservo mis apuntes- sobre el uso de la tierra, como estudiantes de un curso de la Organizaci�n para Estudios Tropicales (OET). Guardo la indeleble imagen de ese hombre alto y enjuto, con la complexi�n de don Quijote de La Mancha, cuyo pelo totalmente blanco y largu�simas patillas, sumadas a su indumentaria azul y blanco, lo hac�an lucir -para emplear el t�tulo del poemario de Rafael Alberti- como un marinero en tierra.
Realmente nunca lo trat� de cerca, aunque varias luchas conservacionistas nos hicieron converger en el CCT, especialmente por su padrinazgo para la creaci�n de la Asociaci�n Costarricense para la Conservaci�n de la Naturaleza (ASCONA), donde reafirmar�amos nuestra admiraci�n por este colosal y humilde cient�fico, aunque de temperamento m�s bien t�mido y reposado. Nos reencontrar�amos una espl�ndida ma�ana de octubre de 1987 en su frugal casa, en las frescas monta�as de San Isidro de Heredia, adonde concurr� con los colegas Wilberth Jim�nez y Emilio Vargas para entrevistarlo para nuestro libro Los viejos y los �rboles. Y, como las fotos que tom� no quedaron bien, pocos meses despu�s sub� a tomarle otras, y pude conversar un rato a solas con �l.
Como pr�logo de su rica y aleccionadora entrevista, compendio de sabidur�a en 25 p�ginas que debieran leer no solo los conservacionistas, sino todos los genuinamente interesados en el desarrollo de los pa�ses tropicales -pues sobrepasa el �mbito ambiental-, escrib� algunas palabras que transcribo a continuaci�n, en las que se alude, entre otros aspectos, a sus indagaciones en f�sica, a lo cual dedic� muchas horas de reflexi�n y conceptualizaci�n, sobre todo en los �ltimos a�os:
“Sus peque�os ojos azules siguen activamente el ritmo de la conversaci�n, aunque ya no son los de antes. Nos lo dice con dolor. Est� casi ciego. No puede leer y casi no escribe, pues se le pierde el hilo de lo que va escribiendo. No puede distinguir detalles ni rostros. Pero aunque es cierto que no puede ver, su mente ve m�s all� del entorno inmediato, pues ha penetrado el mundo infinitesimal de las part�culas f�sicas subelementales. El habla de los fotones con la misma naturalidad con que lo hace sobre pochotes, cedros o cen�zaros. Su mente viaja de d�a y de noche por los espacios intergal�cticos, buscando respuestas para interrogantes inmemorialmente planteadas por el hombre”.
Y culminar�a mi texto diciendo: “�Qu� humildes son los sabios! �Cu�n profundo penetran sus ojos lo insondable!”. Porque no hay duda de sus extraordinarias intuici�n, perspicacia y tenacidad intelectual. Al respecto, debo remarcar que lo que m�s me impresion� de la entrevista fue la convicci�n del s�lido valor cient�fico y el car�cter innovador de sus planteamientos te�ricos.
Porque, hablando de sus aportes, se atrevi� a escribir en revistas te�ricas rebatiendo al propio Albert Einstein en cuanto a la naturaleza de las part�culas implicadas en la transmisi�n de la luz, argumentando que “no son fotones, porque tienen caracter�sticas de ondas, y tampoco son ondas porque cruzan el espacio y se sabe que las ondas no pueden atravesarlo. Yo he ideado que los fotones o part�culas esf�ricas se desplazan en forma helicoidal, que dan la apariencia de ser ondas si se miran de lado. Ese modelo permite realizar sin problema los c�lculos de luz, energ�a, etc. de que hablan los f�sicos”.
Por supuesto que su planteamiento es demasiado transgresor como para ser aceptado f�cilmente por la comunidad cient�fica. Pero, acostumbrado a esas pol�micas, que vivi� tan acremente cuando su propuesta para clasificar las zonas de vida del mundo fuera v�ctima del rechazo y hasta del escarnio, con certeza nos dijo: “Yo no creo que lo acepten sino hasta dentro de cincuenta a�os. La satisfacci�n m�a est� ya en un papel, en la postulaci�n del sistema de las zonas de vida, que me cost� treinta y cinco a�os. �Y esto es mucho m�s problem�tico!”.
Es decir, quiz�s sea cuesti�n de tiempo para que, como en los ejemplos que aporta Thomas Kuhn en relaci�n con el tema de las revoluciones cient�ficas, alg�n lejano d�a el tan afianzado paradigma ceda su lugar al nuevo enfoque, en este caso hijo de la preclara mente del Dr. Holdridge.
�Qui�n sabe! Pero, independientemente de ello, lo cierto es que sus aportes a la conservaci�n de los recursos naturales del planeta son ricos e indelebles, y eso ya lo ha inmortalizado. Fecunda y maravillosa obra, en cuya g�nesis se fusionaron su inusitado talento y la exuberante naturaleza de nuestra patria que tanto lo apasionara y estimulara, y a la que �l supo retribuir siendo lo que fue: un aut�ntico ap�stol de su conservaci�n.
Luko Hilje | 13 de Octubre 2007
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