�Cintura de fuego, mares y monta�as! Estilizada y coqueta cinturita, s�, de este gran continente hoy llamado Am�rica, pero que en tiempos sumamente remotos correspond�a a dos inmensas masas, desprendidas de lo que alguna vez fue aquel descomunal y �nico continente planetario llamado Pangaea, gracias a la tect�nica de placas o deriva continental. Ser�a por esa movedera de placas submarinas -que da origen a monta�as y relieves-, as� como de incesantes erupciones volc�nicas -a lo largo de varios cientos de millones de a�os- que por fin se form� ese providencial, estrecho y arrugado puente monta�oso y, entonces, Am�rica fue una sola para siempre.
Eso nos dicen las ciencias geol�gicas. Pero, ciencias aparte, lo cierto es que quienes hemos nacido y crecido aqu�, en la Am�rica Central, llevamos los ojos y el alma colmados de monta�as y volcanes. Cada ma�ana, cuando camino cerca de mi casa en Heredia, diviso el Po�s, el Barva y el Iraz�. Y ese c�nico e imponente Arenal fue el vig�a inseparable en nuestras vacaciones de infancia en La Fortuna -cuando no se hab�a comprobado que fuera un volc�n-, mientras que, tambi�n imponente, el Turrialba lo fue durante los 13 a�os que resid� all�.
Por eso, hace unos 20 a�os, cuando con un grupo de amigos decidimos crear un grupo informal -pues nunca sab�amos cu�ntos ni qui�nes llegar�an-, para salir a caminar por parajes silvestres algunos fines de semana o d�as feriados, decidimos viajar a los volcanes Barva y Turrialba.
Ayer, mi�rcoles 15 de agosto -raro D�a de la Madre, que los diputados cancelaron- evoqu� con detenimiento aquel viaje al Turrialba, que ocurriera hace unos 20 a�os, el s�bado 19 de marzo de 1988, d�a de San Jos�, feriado hoy olvidado. Fue idea del querido amigo Diego Chaverri, conocedor al dedillo de esos y muchos otros sitios, pues �l y varias hijas del c�lebre don Gil (Adelaida, Irene y Gabriela) practicaron el monta�ismo por muchos a�os.
Nos convocamos frente a la iglesia de Cot de Cartago, donde convergimos unas 12 personas, entre adultos y ni�os. Era un d�a espl�ndido, de sol radiante y, poco m�s de dos horas despu�s, en dos jeeps llegamos a La Pastora y empezamos a escalar tan empinado y maltrecho camino, que tomaba forma de cerrado zigzag conforme nos acerc�bamos al cr�ter. Y, por fortuna, los carros llegaron a apenas unos 30 metros del borde del cr�ter central. Todo lo dem�s fue sumamente placentero, recorriendo el per�metro por sus paredes -extasiados por el lejano paisaje de mar, interminables bosques o poblados rec�nditos- para, por fin, descender hasta el piso del cr�ter y, ah� mismito, tener una grata y prolongada tertulia, mientras almorz�bamos. �Qu� m�s pedir!
Ingenuos y confiados, olvidamos que los volcanes son muy volubles, y sobre todo tan cerca del enigm�tico y caprichoso mar Caribe. No hab�a trascurrido una hora cuando, de s�bito, todo se nubl� densamente y, casi de seguido, el cielo descarg� un ensordecedor chaparr�n. Resignados, pues era imposible subir desde la hondura del cr�ter hasta los veh�culos, decidimos disfrutar del rico ritual que es empaparse hasta los tu�tanos, estando al descampado.
Pero, m�s ingenuos a�n, olvidamos lo que podr�a sucedernos al bajar en los carros. Y fue as� como, en un terreno convertido en jabonoso casi al instante, ya una media hora despu�s uno de �stos -que nuestra amiga Margaret Reeves hab�a tomado sin permiso de su ausente due�o Peter Rosset-, para evitar deslizarse hacia un guindo, qued� atascado entre una peque�a zanja y un pared�n. Sin espacio ni margen de maniobra, bajo el inclemente aguacero y embarrialados, con la ayuda de palos y piedras debimos hacer una oquedad en el pared�n -lo que nos tom� casi una hora- para que el carro pudiera virar y ser jalado hacia atr�s por el m�s potente carro que conduc�a Diego. Mas no fue sencillo pues, en tan resbaladizo terreno, el jeep de �l tend�a a deslizarse hacia adelante, amenazando golpear al otro. Pero, tras varios intentos, logr� su cometido, lo cual celebramos con gritos jubilosos. �Qu� importaban tanta empapaz�n y barro, si ya �bamos para la casa!
Ingenuos, una vez m�s, no hab�an trascurrido 20 minutos cuando, en un gran lodazal cuya hondura subestimamos, los dos carros se quedaron atorados. �Manos a la obra, de nuevo! Colocamos piedras y palos, pero todo se esfumar�a en el infructuoso y frustrante patinar de llantas, que no hizo m�s que sumergir m�s ambos carros. �Est�bamos perdidos!
En ese momento, hubo un silencio ominoso. Al rato Diego perdi� su mutismo y dijo que hab�a que conseguir un tractor o unos bueyes. Lo peor es que ya atardec�a, y ni siquiera hab�amos llevado linternas. Me ofrec� para ir a buscarlos, y �l me indic� algunos atajos, cruzando potreros para ganar tiempo y llegar hasta la finca La Fuente, donde quiz�s podr�an ayudarnos. Elsa, hoy mi esposa y novia entonces, decidi� acompa�arme, y empezamos la traves�a cuesta abajo por m�s de una hora, hasta dar, por fin, con La Fuente. Felices de llegar, no imagin�bamos lo que suceder�a. Casi sin darnos oportunidad de relatarle lo que nos suced�a, el administrador nos dijo que el tractor estaba descompuesto y que no ten�a bueyes disponibles.
Eran casi las seis de la tarde y est�bamos desconsolados, pensando en que deber�amos esperar el nuevo d�a sentados dentro de los carros, empapados y embarrialados; y lo m�s serio es que nos acompa�aban cuatro ni�os, ya de por s� ateridos. Fatigados y descorazonados camin�bamos lento por el camino principal, para subir a comunicar la infeliz noticia, cuando unos cascos a nuestras espaldas nos revelaron la presencia de un jinete. Amable, servicial y preocupado -sobre todo por los ni�os-, este buen hombre ofreci� buscar alguien que pudiera ayudarnos, en el caser�o de La Central.
Con el coraz�n en vilo llegamos al caser�o, cuando ya la noche hab�a ca�do, siempre bajo una pertinaz lluvia. El traspas� un potrero, llam� a una puerta y, de pronto, al abrirse, una silueta se dibuj� a contraluz. No supimos qu� suced�a exactamente, pero minutos despu�s vimos dos hombres salir hacia el potrero y llamar y enyugar los bueyes. �No importaba que fuera feriado, ni que ya estuvieran disfrutando del descanso nocturno en la calidez de su hogar! Solidarios y generosos, como las gentes buenas y nobles que habitan nuestras zonas rurales, al rato ellos iban con nosotros cuesta arriba. M�s de una hora despu�s, tras un primer intento frustrado y otro firme, los dos carros eran despegados del barro por esos prodigiosos animales que son los bueyes.
Entre espesa neblina, m�s el cansancio y la tensi�n de no caer en m�s charcos en tan escarpado camino, las horas transcurrieron, al punto de que regresamos a nuestros hogares cerca de la una de la madrugada, en medio de la preocupaci�n de nuestras familias, ajenas a cuanto nos hab�a acontecido.
Bueno, pues todo eso lo evoqu� ayer, durante el recorrido que hice, volc�n arriba. No ten�a grandes expectativas iniciales. Andaba por ah� y tan solo quer�a tomar unas fotos para ilustrar un texto sobre el primer ascenso documentado al volc�n, del m�dico alem�n Juan Braun. Pero empec� a subir y subir, hasta percatarme de que -al igual que hace casi 20 a�os y a pesar de que mi carro es bajo- estaba frente a esos mismos tres cr�teres, pero el izquierdo profusamente humeante. Embriagado de palpar tanta magnificencia, pens� que ojal� sea tan solo para recordarnos que vivimos en esta hermosa cintura, forjada por tantos estremecimientos tel�ricos y fuego de volcanes. Nada m�s.
Luko Hilje | 22 de Agosto 2007
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