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Trapolectura

Columnista huésped | 26 de Agosto 2007

Por Fernando Dur�n Ayanegui - [email protected]

La mejor prueba de que el h�bito de leer puede ser tan banal como el de comer anchoas la ofreci� un cr�tico literario local que llam� charlat�n a Jorge L. Borges porque la enciclopedia que este menciona en uno de sus cuentos no existe.

La segunda en el g�nero la dio un ministro de Educaci�n a quien, habi�ndosele pedido que opinara sobre la contaminaci�n visual del paisaje urbano causada por los r�tulos publicitarios, respondi� que a �l le parec�a muy bien que “esos comerciales” fueran tan abundantes porque gracias a ellos los ticos evit�bamos el riesgo de volvernos analfabetos por desuso. O sea que, si un ni�o asiste a una escuela p�blica y en el camino pasa frente a diez grandes vallas con anuncios de refrescos, bater�as, televisores, lavadoras sin colesterol, ropa interior femenina, cigarrillos, sopas enlatadas, garroteras, purgantes y bicicletas, ya puede llegar cada d�a al centro educativo y dedicarse toda la ma�ana a patear bola, pintar mu�equitos o barrer el patio.

No pasa a�o sin que aparezca una iniciativa m�s o menos oficial dirigida al “est�mulo de la lectura” como si por el solo hecho de tener en cada ciudadano un lector empedernido se pudiera lograr la cura del c�ncer o la abolici�n de los terremotos; y, a juzgar por lo que los pol�ticos y los dirigentes del gremio educativo declaran a la prensa, la gestaci�n de buenos lectores es una de las m�s absorbentes preocupaciones de los gobernantes o, por lo menos, de la porci�n del gobierno que algo tiene que ver con la educaci�n.

Pero en esa materia nunca se pasa de la fase meramente declarativa: por ejemplo, se reconoce que los libros son muy caros, pero los recursos que el Estado dedica a la dotaci�n de las bibliotecas escolares –para no hablar de las llamadas bibliotecas p�blicas, ni una por cant�n, mal atendidas y en general inaccesibles– es rid�culamente reducido.

Ciertamente, as� como hacen falta instructores para que los ni�os aprendan a jugar buen f�tbol, hacen falta maestros que les ense�en a leer bien. Sin embargo, las barriadas brasile�as en las que los ni�os pobres aprenden, con bolas de trapo y sin instructores, a jugar al balompi�, son grandes semilleros de cracks (calambur involuntario) que le han dado a Brasil varios campeonatos mundiales.

De modo que podemos estar tranquilos ante la eventual carencia de buenos maestros, pues es posible que los anuncios de trapo que figuran en las camisetas publicitarias usadas por los ni�os pobres ticos sirvan para practicar la buena lectura mutua y llevarnos, alg�n d�a, a ser campeones mundiales de… algo.

(La Naci�n)

Columnista huésped | 26 de Agosto 2007

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