Por Fernando Dur�n Ayanegui
Conoc� en Hait� a un alto funcionario de una dependencia de la ONU que, para dirigirse a los haitianos, utilizaba las expresiones y adoptaba las actitudes m�s racistamente despectivas que sea posible imaginar. Se trataba de un soi-disant profesional, bien pagado y de dudosa sospecha de incompetencia, un magn�fico esp�cimen de esa fauna a veces in�til y a veces corrupta que, cuando se incrusta en la burocracia de los organismos internacionales, fagocita los recursos destinados a beneficiar a los pobres del mundo. Con el tiempo observ� otros casos semejantes, de los cuales escog� algunos para incorporarlos como caracteres, con nombres modificados, claro est�, en una novela que intentar� publicar tan pronto como logre suprimirle ciertos excesos literarios que, si bien me divierten, me pesar�an demasiado el d�a del Juicio Final. Por otra parte, dependiendo de cu�nto se me tolere, por esta columna desfilar�n, de vez en cuando, algunos de los miembros, incluido alg�n tico, de tan perniciosa ralea.
Esa marabunta internacional ha venido a interesarme en un sentido a�n m�s ominoso al descubrir otro fen�meno tan peligroso como inevitable. Deber�a suponerse que, por lo menos en el caso de los organismos de la ONU, sus representantes en los pa�ses democr�ticos est�n llamados a cumplir sus misiones dentro de decorosos c�nones de respeto a la democracia y a la transparencia; o sea que, idealmente, los altos funcionarios de las entidades o agencias internacionales tienen, entre sus misiones, la de contribuir al perfeccionamiento �tico y democr�tico de las sociedades en las que act�an, y que a ellos les cabe el deber de no comportarse de manera totalitaria ni, tampoco, en el tono racista de aquel funcionario destacado en Hait�. Pero no necesariamente ocurre as�: los organismos a los que me refiero est�n integrados por “Estados miembros” que deben estar representados en el funcionariado. En consecuencia, algunos de sus altos bur�cratas son o fueron parte de las c�pulas que medran o medraron a la sombra de reg�menes represivos o corruptos, lo cual hace inevitable que, con frecuencia, una persona nacida, educada e ideol�gicamente esculpida bajo un r�gimen en el que es o era casi imposible el desarrollo de una voluntad �tica y democr�tica, salga de su pa�s o de su pasado a diseminar en las sociedades libres el virus del totalitarismo o de la corrupci�n sin que necesariamente haya superado tal falencia. Como decimos popularmente, perro que come huevos… Y lo m�s grave es que, cuando se da esta clase de m�cula en una de esas agencias internacionales, el desprestigio no deja de salpicar a las otras.
(La Naci�n)
Columnista huésped | 12 de Agosto 2007
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