Por Fernando Dur�n Ayanegui - [email protected]
�van para grandes?
En la novela La jornada de un escrutador, Italo Calvino narra los avatares que recorre, en un d�a de votaciones y en la Italia de los cincuenta, el profesor Amerigo Ormena, convocado como miembro escrutador de una junta electoral. Ormena es socialista, dem�crata convencido, y se dispone precisamente a cuidar los votos de la agrupaci�n pol�tica que lo ha designado sin consultarle: nada menos que el partido comunista, por el cual, desde luego, �l nunca votar�a.
Siente que aquella designaci�n es una honrosa muestra de confianza en su integridad, a la que debe responder contribuyendo a que el proceso electoral sea limpio y justo. Pero el honrado profesor pasa las del hilo azul: su junta electoral est� instalada en el coraz�n del Cotolengo, una especie de barrio religioso que re�ne escuela, hospital, orfanato y otras dependencias de caridad dirigidas por monjas y sacerdotes a quienes los activistas del corrupto partido democristiano utilizan s�rdidamente para hacer ludibrio del sistema electoral. La experiencia parece llevar a Ormena a la convicci�n de que, en Italia, la decencia est� excluida de la pol�tica y el sistema electoral es un grotesco tinglado en el que la �tica no cuenta para nada.
Cierta vez, un peque�o grupo de estudiantes concurri� a la Rector�a de la UCR con el fin de consultarme sobre un grave asunto. Ellos se hab�an incorporado con entusiasmo a la rama juvenil de un partido pol�tico nacional y hab�an intentado participar, como miembros de una de las facciones, en una elecci�n de dirigentes. Mas, para su sorpresa, al llegar al sitio donde deb�an depositar sus votos, unos correosos y experimentados correligionarios los invitaron a sumarse a un fraude, el de la “doble papeleta”. Asqueados, se negaron a hacerlo y vinieron a preguntarme qu� medida deber�an tomar.
Solo se me ocurri� llamar por tel�fono a un amigo, serio e influyente miembro del partido en cuesti�n, para contarle el predicado en que me encontraba. Le pregunt� si no cre�a que deb�a hacerse algo ante semejante verg�enza. El ducho dirigente call� por unos instantes antes de responderme con algo as� como esto: “Mire, rectorcito, es penoso, pero no podemos hacer nada. Sabemos que ´la juventud´ es una escuela de corrupci�n, pero ellos tienen sus propias reglas y no podemos inmiscuirnos”. Para entonces yo no hab�a le�do a�n la novela de Calvino, de modo que me sent� asustado cuando, tras contarles a mis estudiantes lo sucedido, me escuch� a m� mismo inform�ndoles: “Pues, seg�n parece, as� funciona la democracia”.
(La Naci�n)
Columnista huésped | 5 de Agosto 2007
1 Comentarios
“Pues, seg�n parece, as� funciona la democracia”.
Qu� HORROR !!!, que se siga utilizando esa verguenza, recurso de los m�s corruptos para justificar su vileza.