Por Andr�s Fern�ndez, arquitecto - [email protected]
Aunque personalmente no me parece que obedezca a premeditado olvido ni a ninguna otra raz�n de �ndole conspirativista, comparto s� con don Alberto Ca�as que ha sido imperdonable el oficial descuido a que han sometido el pasado y el actual gobierno a nuestra m�s gloriosa gesta libertaria: la sucedida hace justamente 150 a�os.
Imperdonable, porque si alguna ocasi�n ha habido en este pa�s de vacuos espect�culos y ab�licas fanfarrias para lanzar por cientos petardos al aire, hacer doblar todas las campanas y botar la entera casa por la ventana, era esta, esta que, conforme avanza el a�o, parece que se nos escapa de las manos.
No obstante, se ha venido demostrando que, inmortal como los dioses, esa guerra, que tanto contribuy� a consolidar nuestra liberal patria, es tambi�n ubicua: hay quienes, siempre-presentes-cabezas-calientes, quieren celebrarla con “(hu)morista” bullanga para llevar a sus rojos molinos un agua tan contaminada que ni los de Dios ser�an capaces de afinarla, filtrando as� ideol�gicamente un tema que tiene o deber�a tener al menos algo de sacro para los costarricenses; mas sacro no en el sentido de intocado o intocable, sino de sagrado, de digno de ser abordado con el respeto, la dignidad y la rigurosidad que se merecen nuestros antepasados, y no convertirlo en una rebati�a de selectivas memorias y consignas rastreras peores que cualquier olvido, gubernamental o no.
Lo digo adem�s porque, si bien es cierto que hemos extra�ado tirios y troyanos, la celebraci�n dicha, cabe pensar –y festejar �que cabe!– que el mejor homenaje a la fecha y a su hist�rica trascendencia se est� llevando a cabo al margen de la ausente oficialidad tanto como de la manipulada verdad a medias y consecuentemente en el espacio que abre para nos la libertad que aquella guerra engendrara: las p�ginas de los peri�dicos, sin duda una de las m�s pac�ficas y civilizadas manifestaciones ciudadanas.
La controversia suscitada, que ha enfrentado entre s� a algunos de nuestros mejores profesionales de la disciplina hist�rica y hasta a algunos a ella “aficionados”, en el rico despliegue de erudici�n que ha lanzado al ruedo period�stico y obligado casi a la ofendida contraofensiva de una y otra parte, cuidado si no es la mejor ofrenda que a una tan gloriosa campa�a militar pueda hacerse, cuando de los frutos de ella tanto gozamos en paz, respeto y libertad.
Tiene mucho de esto la actual pol�mica de aquella otra, la cl�sica, la pol�mica por antonomasia: la fundadora y letrada que se diera a fines del siglo XIX y principios del XX, respecto a cu�l deber�a ser el car�cter de una literatura costarricense que entonces apenas balbuceaba.
Y lo tiene porque desde hace mucho tiempo que con tema de tal importancia y con tal pasi�n, no poco de arrogancia y tambi�n de candidez, se espantaba as� el cotarro nacional, usualmente intrascendente, de corto plazo y donde no se polemiza para que los nublados del d�a contin�en eternamente igual de ser posible… mas, como vamos viendo, no es este el caso, en hora buena.
Porque la gran Campa�a Nacional de 1856-57, aquella donde Costa Rica puso la pre-visi�n del estadista, la ret�rica neocl�sica de sus proclamas, la entereza de su estado mayor, la entrega de sus ca�dos, el luto de sus hogares, la suficiencia de sus h�roes, el orgullo de su raza y su religi�n, y encima se repleg� luego para que los centroamericanos consolidaran sin mucho esfuerzo su independencia –la verdad sea dicha–, fue a un tiempo nuestra Il�ada y nuestra Odisea, y eso har� necesario posiblemente ma�ana, que se recopilen –aunque no sea en hex�metros– lo que hoy m�s que dimes y diretes de bates, son el testimonio fiel de un �gora agitada por la actualidad de un viejo tema: el de la libertad y el derecho que nos asiste de defenderla como nuestra m�s importante herencia.
De modo que no importa cu�n cegados o cu�n l�cidos puedan encontrarse sus actuales homeros, pues al cantarla y al contarla de nuevo en las p�ginas de los diarios, sus miradas tan distintas de una guerra tan distante nos ampl�an de ella el panorama, y con sus glosas sin mordaza nos convocan a festejar as� de libres aquella gen�sica epopeya, por encima de los intereses extremistas y de los que, m�s que olvidadizos, puede que sean solo torpes miedos a celebrarla.
(La Naci�n)
Columnista huésped | 17 de Julio 2007
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