• Las democracias actuales tienen problemas de representaci�n y rasgos todav�a aristocr�ticos. Vivir en ellas implica desarrollar aptitudes que tienen que ver con valores �ticos y sociales.
Por Otfried H�ffe, director del Centro de Investigaciones en Filosof�a Pol�tica, Universidad de Tubinga. Acaba de publicar en castellano el libro Ciudadano econ�mico, ciudadano del Estado, ciudadano del mundo (Editorial Katz).
Aun en la actualidad, las reflexiones referidas al ciudadano se siguen reduciendo a un rol �nico, el del ciudadano del Estado. Pero en realidad desempe�a tres roles: el del burgu�s, ciudadano econ�mico; el del ciudadano propiamente dicho, ciudadano del Estado; y el del cosmopolita, ciudadano del mundo.
Al primer rol, el del ciudadano econ�mico, parecen corresponderle s�lo los conceptos de subsistencia y trabajo. En realidad, aqu� tambi�n deber�an incluirse la educaci�n y la formaci�n profesional.
Sorprendentemente, ninguna de las teor�as sociales cr�ticas se ocupa de la trascendencia �tico-social. A fin de poder contribuir al propio sustento, el adolescente tiene un deber, el de desarrollar su capacidad para estar en condiciones de dedicarse a una actividad laboral y profesional acorde con sus propios talentos.
El segundo rol, el del ciudadano del Estado, requiere un compromiso pol�tico que se ha convertido en un criterio fijo; se llama “virtud del ciudadano del Estado” o “sentido ciudadano”. Est� constituido por el sentido del derecho: dado que un Estado colapsar�a si sus ciudadanos cometieran demasiados “fouls”, el sentido del derecho debe estar presente en la gran mayor�a de ellos.
Como contrapartida, esta virtud ciudadana es modesta. Se conforma con un respeto del derecho que, en un Estado de derecho que funciona, no tiene mayores inconvenientes. Pero si los gobernantes no respetan la ley ni el derecho, entonces hace falta coraje c�vico.
Si bien una democracia tiene un compromiso con el bien com�n y la justicia, en la realidad, el que decide es el poder. A esto se opone una segunda virtud ciudadana, un sentido de justicia. En la medida en que las iniciativas ciudadanas se comprometan en este punto, se las puede considerar portadoras del sentido de justicia. El sentido de justicia tambi�n se manifiesta all� donde uno se opone a la parcialidad tem�tica de las iniciativas ciudadanas o a sus exigencias desmedidas.
A causa del creciente poder de los partidos pol�ticos y de los medios de comunicaci�n masiva, tambi�n de algunas asociaciones, unido esto al hecho de que la pol�tica profesional tiene cada vez m�s vida propia, actualmente la realidad pol�tica se aleja del ideal de una democracia suficientemente representativa.
Contrarrestan este desarrollo, por un lado, los elementos de la democracia directa, y, por el otro, la sociedad civil. Aqu� se hace referencia al plano intermedio y a la vez al nexo entre la esfera privada de la familia y la econom�a y las instancias estatales como el Parlamento, la Justicia, la administraci�n p�blica y los partidos pol�ticos. En esta �rea intermedia, los ciudadanos se comprometen a favor de intereses p�blicos sin ejercer un cargo p�blico. La esfera pol�tica se extiende, produciendo una politizaci�n parcial de la sociedad presuntamente despolitizada. Y simult�neamente se produce una desestatizaci�n parcial de la responsabilidad por el bien com�n. En todo caso, la sociedad civil se vuelve en contra de una concepci�n de comunidad que se reduce a lo estatal.
Pero hay que tener en cuenta que desde la teor�a de la democracia, la sociedad civil no est� exenta de problemas. Dado que incluso en una floreciente sociedad civil la cantidad de ciudadanos comprometidos no es demasiado grande, las respectivas democracias conservan rasgos de una aristocracia.
La preponderancia de algunos grupos da que pensar, sobre todo porque rara vez se presentan como abogados realmente desinteresados de un bien com�n indiscutible. As�, por ejemplo, mucho tiempo apoyaron la protecci�n del medio ambiente, pero descuidaron otras tareas que hacen a la justicia frente a las futuras generaciones, como por ejemplo el creciente endeudamiento del Estado o la discriminaci�n de las ni�as y mujeres cultivada a menudo en grupos de inmigrantes.
El t�tulo honor�fico de ciudadano del mundo, es decir, el tercer rol del ciudadano, lo merece un hombre que no elimina la gran variedad de l�mites que separan a los hombres —nacionales, �tnicos, idiom�ticos y religiosos—, pero que s� los relativiza.
Ese ciudadano del mundo se presenta bajo dos formas b�sicas. Un ciudadano del mundo exclusivo dice con un sentimiento de superioridad moral: yo no soy argentino, brasile�o o alem�n sino simplemente cosmopolita. Ese ciudadano subestima el peso que les queda a los Estados. Justamente aquellos que toman la democracia en serio —es decir, que le dan importancia a la participaci�n activa de los ciudadanos y para los que es importante la transparencia en la formaci�n de voluntad— contin�an abogando por democracias nacionales. Pero no interceden a favor de una democracia nacionalista. M�s bien se mantienen abiertos a unidades supranacionales, a uniones pol�ticas como la Uni�n Europea, y no en �ltima instancia, a un orden mundial global.
Dadas las condiciones actuales, el ciudadano del mundo no s�lo intercede a favor de la prevenci�n del cambio clim�tico sino tambi�n a favor de la pol�tica para el desarrollo. Al pasar, critica la reducci�n economicista preponderante de la globalizaci�n: contra una definici�n preponderantemente econ�mica de la necesidad de desarrollo, tambi�n recuerda la necesidad de desarrollo social, pol�tico, en parte tambi�n cultural, y especialmente de un desarrollo jur�dico. Porque la necesidad econ�mica no se puede eliminar con estrategias exclusivamente econ�micas. Tambi�n requiere de un Estado de derecho.
(Clar�n – Buenos Aires)
Columnista huésped | 10 de Julio 2007
1 Comentarios
Pareciera que se est� imponiendo un criterio m�s razonable del desarrollo, en vez del economicismo reduccionista de la globalizaci�n. Pero lo importante aqu�, me parece es la observaci�n de que el mismo desarrollo econ�mico no se puede lograr con pol�ticas exclusivamente econ�micas.