Por Rodrigo Quesada Monge, historiador
“La libertad, por lo menos en su sentido pol�tico, es sin�nimo de ausencia de intimidaci�n y dominaci�n”. Isaiah Berlin.
Es, mi deseo con este art�culo, llegar a los corazones de esos hombres y mujeres j�venes que hoy inician un largo y sinuoso camino de crecimiento y perfecci�n como seres humanos, despu�s de dejar las aulas de los colegios y de las universidades de nuestro pa�s.
En Costa Rica se hacen ingentes esfuerzos para que la educaci�n tenga sentido, orientaci�n y productividad. Se invierten sumas astron�micas en capacitar profesores, investigadores, cient�ficos, letrados, artistas y profesionales para que el pa�s logre, en alg�n momento, desprenderse de una herencia que le fue impuesta por los insondables designios del destino. No somos de los que creen que el problema del desarrollo es un asunto que radica en los genes, o en las dimensiones de la masa gris de nuestros pueblos. El desarrollo es un asunto social, pol�tico y cultural, sus dimensiones humanas comprometen seriamente la textura hist�rica con que los pueblos lo abordan. Pero cuando decimos que es un asunto social, no queremos decir que le pertenece prioritariamente a una elite, a un peque�o grupo de iluminados que se sienten due�os de la verdad, la lucidez y el sentido de la justicia.
No puede haber nada m�s lastimoso que un pobre hombre, prove�do de unos cuantos centavos, muchas veces debido a la suerte de la herencia, o de otros medios no siempre muy di�fanos, erigirse a s� mismo como amo y se�or de la inteligencia ajena de grupos humanos enteros. Hoy, en nuestro mundo, esto es sintom�tico: ah� est� el presidente de los Estados Unidos para probarlo. Se trata de los malos s�ntomas de la democracia, de una democracia que ya dej� de bastarse a s� misma y busca salidas en la mimesis, en la parodia y la burla de instituciones en que los pueblos invirtieron grandes cantidades de sangre, sudor y l�grimas. En estas circunstancias, cuando tales instituciones se ven sacudidas por el ego�smo, la arrogancia y la prepotencia de peque�os grupos de sabihondos, es posible decidir con resignaci�n o con rebeld�a sobre el efecto de los movimientos que busquemos emprender.
Porque los hombres y mujeres se pueden decidir por movimientos hacia delante o hacia atr�s. O simplemente quedarse est�ticos y hacerle creer a la gente que est�n activos. En estos casos el Rey rara vez se percata de que va por las calles totalmente en cueros. Los grandes genios del pensamiento conservador, De Maistre, Burke, Hobbes, Carlyle y otros, nunca tuvieron miedo del movimiento. Portaban temerosas reservas por el cambio. No importa moverse en c�rculos, siempre y cuando no se cambie. Sab�an perfectamente que, con frecuencia, son otros los que nos mueven el espejo, un espejo en el que queremos vernos como muy activos, din�micos y revolucionarios. Sudamos con la gimnasia de otros. No hay nada m�s triste que jugar a la revoluci�n cuando lo hacemos frente a un espejo que otros mueven. La imagen que ah� se proyecta es difusa, distorsionada y puede terminar por sabotear la idea que tenemos de nosotros mismos. Otros conservadores, disonantes y utilitarios ni siquiera se mueven en c�rculos, por ello su conservatismo tiene la g�lida dureza de la muerte. Estos son los m�s peligrosos, porque sus altisonantes consignas llevan el sello de un supuesto progreso en el que ni ellos mismos creen. Ellos le han construido guaridas a la democracia, donde se alojan y se revuelcan con toda clase de bichos. La democracia limpia, transparente y efectiva no necesita refugios para esa clase de inadaptados.
Pero la democracia es lo que m�s se parece a la convivencia sana. Y resulta que tal convivencia es incre�blemente fr�gil, vulnerable, por lo que cualquier hijo de vecino se la apropia, tratando de hacernos creer que la suya es la �nica interpretaci�n posible. “Lo que caracteriza a nuestra �poca no es tanto la lucha de una serie de ideas contra otras como la creciente hostilidad hacia todas las ideas en cuanto tales” (Isaiah Berlin, Sobre la libertad, Madrid: Alianza, 2004, p. 121). Ciertamente el pensamiento se ha convertido en un lujo, porque la cr�tica y la independencia de criterio le pertenecen a los hombres y mujeres de valor y de car�cter, no a los que se someten a las opiniones de curso corriente porque en ello les va la supervivencia. Y tenemos con nosotros a pol�ticos, intelectuales, profesionales y t�cnicos que saben vender con eficiencia ese sentido de la supervivencia.
La supervivencia es un art�culo de fe. Por ello resulta tan f�cil, en un r�gimen democr�tico, sostener la tesis de que aquellos que sobreviven a las limitaciones f�sicas, laborales y pol�ticas, son los verdaderos h�roes. �Qu� puede haber de heroico en la supervivencia� Tal condici�n de excepcionalidad es totalmente anti-democr�tica, y deja a los supervivientes en los m�rgenes de su institucionalidad. De aqu� que resulte tan f�cil despojarlos de todo, hasta volverlos invisibles. En estos casos hablamos de una democracia a todas luces fraudulenta.
Es un fraude hacerle creer a la gente que las esperanzas son tangibles en un r�gimen donde el sentido de la esperanza es altamente clasista. Es fraudulenta la promesa de un mundo mejor cuando hacemos lo posible, arrollando a los dem�s, por realizar nuestros sue�os aqu� y ahora, sin importar el costo humano, espiritual y moral de los mismos. Es un fraude la supuesta democracia donde el gobierno de los hombres cedi� su lugar a la administraci�n de las cosas (Henri Saint Simon, citado por Berlin en Op. Cit., p. 122). Tal clase de utilitarismo es reaccionario, le arranc� de ra�z el perfil humano a los asuntos cotidianos de las personas, y los convirti� en materia de t�cnicos, cuya ignorancia tiene un peso espec�fico en la existencia de estas �ltimas, a quienes tambi�n terminaron por decirles c�mo vivir sus vidas.
La solidaridad entonces se convirti� en un asunto extra�o, raro, materia de �xtasis para anacoretas y exaltados. Al punto de que hoy corre el riesgo de ser estigmatizado, aqu�l a quien se le ocurra hablar de proyectos sociales en los que la solidaridad sea prioritaria. Es posible considerar la solidaridad siempre y cuando �sta no atente o cuestione la estructura institucional existente. Se trata de una solidaridad que guarda c�lidamente sus pretensiones caritativas muy lejos de discusiones pol�ticas y sociales. Los neoliberales entonces visualizan a instituciones como la Caja Costarricense de Seguro Social, al ICE, al sistema bancario nacional y otras similares, como un resabio intolerable de proyectos sociales periclitados. Sin embargo, a algunos de ellos nunca les tembl� la mano cuando se trat� de saquearlas. �Y vaya que lo hicieron con eficiencia�
La historia del estado nacional costarricense ha sido la historia de una expresi�n del autoritarismo que pocas veces se nota en nuestras conversaciones y reflexiones sobre cuestiones pol�ticas, sociales y culturales. La Costa Rica paradis�aca se nos ha convertido en asunto de milagreros y conjurados. Pero est� repleta de autoritarismo la historia de Costa Rica, desde su descubrimiento en 1502 hasta su independencia pol�tica de Espa�a en 1821. Es autoritaria la organizaci�n social en Costa Rica desde entonces hasta 1948. Est� saturada de golpes de estado, invasiones extranjeras, asonadas militares, ejecuciones y fusilamientos en virtud de que una determinada clase social quiso finalmente imponer su proyecto socio-pol�tico y su visi�n de mundo. Y sigue siendo autoritaria desde la guerra civil hasta el presente, cuando algunos de los gobernantes nos quieren hacer creer que sus ideas, su sensibilidad y sus acciones son las �nicas posibles en esta democracia de la imagen, la frivolidad, el desapego y la superficialidad m�s indigeribles.
Si usted revisa bien, con cuidado y mucho cari�o la historia de Costa Rica se podr� percatar, sin sorpresa evidente, que solamente en algunas ocasiones los trabajadores, campesinos, empleados p�blicos, mujeres, ancianos y ni�os, han tenido la atenci�n del estado. Es una lucha cotidiana, una tirantez perenne, un pesado y �rido estira y encoje el que hay que establecer con los ricos de nuestro pa�s, para arrebatarles algunas migajas de sus abundantes mesas. Conste adem�s que, junto a ser los due�os de la riqueza, de las tierras, de las f�bricas, de los medios de producci�n en sus distintas expresiones, quieren tambi�n ser los due�os de las personas. Y hay momentos en nuestra historia, en que hasta eso tambi�n ha sido posible. De vez en cuando la candorosa Costa Rica debe recordar su cap�tulo de esclavitud durante la dominaci�n colonial espa�ola. Pero en la de hoy se compran y se venden ni�os, sus �rganos y sus futuros.
Ahora bien, si durante el siglo XX, particularmente durante las d�cadas de los a�os treinta y cuarenta, el pueblo costarricense, despojado por siglos de sus derechos m�s fundamentales, alcanz� algunas conquistas importantes en materia laboral, de salud, de educaci�n y justicia, eso fue debido a que hubo que liarse en una batalla sin tregua contra los grupos m�s poderosos, m�s ricos y tambi�n m�s autoritarios de nuestro pa�s. Porque, casi siempre, las protestas contra los sectores m�s adinerados de Costa Rica han terminado en despidos, persecuciones, represiones y ostracismo, sobre todo para los dirigentes del movimiento popular.
Lo curioso es que la mayor parte de los grupos adinerados en Costa Rica, se han investido de un raro nacionalismo en el que la entrega al mejor postor de nuestra riqueza natural y humana, se concibe como una v�a hacia el progreso general. Ese es uno de los ingredientes m�s notables del autoritarismo y de las distorsiones ideol�gicas en que han ca�do siempre. Resulta dif�cil, de cualquier manera, tratar de entender c�mo se las agencian para hacernos creer que lo que les conviene a ellos es lo mejor para todos. Ni a�n el cinismo tiene estatuto ideol�gico en estos avatares, puesto que todo el pueblo costarricense sabe a ciencia cierta, que la riqueza de unos pocos no garantiza necesariamente el progreso de la totalidad de los ciudadanos.
Pero a�n as� es tr�gica la indiferencia, la hipocres�a y la frivolidad. En la Costa Rica de ayer se pensaba mucho en el largo plazo. Baste recordar a hombres de gobierno como Don Alfredo Gonz�lez Flores, o a intelectuales del calibre de Rodrigo Facio Brenes, para quienes la historia del pa�s siempre tuvo un peso espec�fico en las decisiones que tomaron o imaginaron. Hoy, cuando el cr�tico nos hace tambalear sobre la escogencia de caminos autoritarios hacia la resoluci�n de los problemas m�s acuciantes de nuestra sociedad, lo tildamos de est�pido o ignorante, simplemente porque no est� de acuerdo con nosotros y sus objeciones tienen ra�z popular. El presente, el aqu� y el ahora, es lo �nico que hoy nos importa, y todo aquel que se oponga a su realizaci�n es un enemigo que debe ser invisibilizado a cualquier costo. La autosuficiencia onan�stica del dictador, del remedo de dictador, o del dictadorcillo a secas, no da para tanto y solo escucha su propia voz. �Pobre infeliz�
Es triste, pero algunos de los hombres de gobierno tienen hasta veinte a�os de no leer un libro completo. Se la pasan acariciando sus solapas nada m�s. Y es que no tienen tiempo, porque se les van sus d�as en recepciones, desfiles de pasarelas, bailongos y fiestas diplom�ticas donde todo el mundo sonr�e al nuevo embajador, con la sonrisa del que espera los cheques que el anterior no tuvo tiempo de girar. O se les van sus peque�as vidas asfixiados entre monta�as de papeles. Pero esta frivolidad aristocr�tica tiene un agravante, no existe aristocracia en Costa Rica, ni nada que se le parezca. La aristocracia de cu�o franc�s o ingl�s, sab�a divertirse, comer bien, conoc�a cu�l era el tono de la elegancia y, sobre todo, en sus mejores momentos, siempre tuvo claro que era muy importante hacerse rodear de los mejores intelectos, de los mejores artistas y pensadores, porque, para los pr�ncipes, era muy importante estar bien informado. Nadie representa esto mejor que el Rey Luis XIV de Francia, el llamado Rey Sol. Pero en Costa Rica, nuestros arist�cratas ni siquiera se acercan al tama�o de un peque�o guijarro espacial.
Para un pol�tico maicero costarricense (y no lo digo de manera peyorativa), con algo de poder y riqueza, rodearse de nombres altisonantes tiene una resonancia decisiva en la venta de imagen. Porque el quehacer de la pol�tica en Costa Rica se ator� en la apariencia, y dej� la sustancia a los empresarios, a los l�deres sindicales, a los tecn�cratas y a los supuestos cient�ficos sociales. Desgraciadamente, como sucede con frecuencia, la imagen y la ciencia no siempre coinciden, y nuestro pobre pol�tico maicero, muchas veces con estudios acad�micos importantes, en universidades nacionales o extranjeras, no sabe qu� hacer perdido en un limbo de informaci�n que dif�cilmente maneja a cabalidad. Entonces acude al insulto y al desprecio del cr�tico, en quien ve un personaje muy peligroso, sobre todo si se trata de un cr�tico independiente, portador de un cierto y efectivo sentido del criterio.
A los j�venes de la Costa Rica de hoy en d�a, habr�a que sugerirles algo de lo m�s esencial para sobrevivir en este presente escurridizo e inaprensible: independencia de criterio, pensamiento creativo, informaci�n cr�tica y sentido de la veracidad. De lo contrario uno corre el riesgo de que se lo engullan. Y el pensamiento cr�tico, el pensamiento independiente, demandan de nuestra parte iniciativa para informarnos, creatividad para buscar las fuentes m�s oportunas y sostenidas, profundidad en el an�lisis y, por encima de todo, optimismo y confianza en nuestras capacidades.
En la sociedad de las im�genes, aquella donde la gente joven se muere de nuevas enfermedades con nombres impronunciables (anorexia, bulimia, vigorexia y otras), debido a que no les gusta lo que ven en el espejo, debemos proveernos de una fortaleza in�dita de car�cter, porque existe un ej�rcito de personas, perfectamente bien entrenado, para sacudirnos el espejo y cambiar la imagen de nosotros mismos, aunque bajo la superficie el sentimiento de invalidez crezca cada d�a m�s. Este �ltimo es el que hay que eliminar, pues de �l se sirven pol�ticos y tecn�cratas del presente, para hacernos creer que nada de lo que somos vale la pena y que, por ello, debemos tratar de parecernos cada vez m�s al modelo que se dise�a en las grandes ciudades de los imperios.
Nuestros j�venes de hoy, y aquellos no tan j�venes, nuestros hijos y nuestros nietos deber�an tomar consciencia del desamparo en el que est�n, y de que la tarea que les espera no solamente est� relacionada con su capacidad profesional, sino, por encima de cualquier otra cosa, con su capacidad moral para hacer de nuestro pa�s una tierra m�s aut�ntica, m�s justa y m�s solidaria.
Columnista huésped | 27 de Julio 2007
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