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Historias y h�roes peligrosos

Columnista huésped | 21 de Julio 2007

Por Lowell Gudmundson - [email protected]

En la fruct�fera discusi�n sobre el lugar hist�rico y los usos contempor�neos de la figura del Presidente Juan Rafael Mora Porras y de la Campa�a Nacional de 1856, diversos lectores se plantean preguntas de gran importancia: �qu� hay de malo en resaltar a los h�roes?, �acaso no ser�an hu�rfanos los pueblos sin sus h�roes?

La Campa�a Nacional se enmarca dentro de una lucha continental donde la intervenci�n extranjera (ll�mese Destino Manifiesto, imperialismo, expansionismo, etc.) y el esclavismo desempe�an papeles centrales.

Lejos de ser h�roes y villanos singulares, Mora y Walker forman parte de tres escenarios entrelazados: Centroam�rica, M�xico y Estados Unidos, con Ju�rez y Lincoln como h�roes, y el emperador Maximiliano (con sus aliados mexicanos conservadores) y los esclavistas sure�os como villanos en las versiones oficialistas.

M�xico sufri� primero la agresi�n norteamericana en busca de la anexi�n del esclavista estado de Texas y luego la intervenci�n francesa durante la Guerra Civil norteamericana, as� que, dondequiera que fijemos la mirada en Norteam�rica, las cuestiones del esclavismo y la intervenci�n extranjera se refuerzan mutuamente.

Este breve recorrido nada tiene de novedoso, pero la cuesti�n de la vida p�stuma de los h�roes es lo que nos ocupa. Mora Porras ha sido imaginado de mil maneras desde su vil ejecuci�n en 1860, y su renovada popularidad como s�mbolo patrio nada tiene de malo ni de extra�o.

Sin entrar en detalles del peregrinaje hist�rico e ideol�gico de Mora, los ejemplos de Ju�rez y Lincoln advierten sobre el casi inevitable secuestro del h�roe por parte de los que detentan el poder; o sea, la figura del h�roe empleado para abogar incluso contra los mismos ideales que defend�a en vida.

Ju�rez, m�ximo s�mbolo dem�crata, ha sido figura justificadora de por lo menos dos reg�menes dictatoriales (seg�n sus opositores) o democr�ticos de un solo partido dominante (seg�n sus defensores): el porfirista (1876-1910) y luego el PRIista , de reciente derrumbe.

En el porfiriato –el r�gimen quiz� m�s antiind�gena de la historia independiente mexicana–, Ju�rez fue ofrecido por los oficialistas como prueba del �xito de la privatizaci�n de las tierras comunales que Ju�rez hab�a iniciado como Presidente en 1855-1856, y de la integraci�n de los ind�genas (el mismo Ju�rez fue ind�gena zapoteco).

El Ju�rez del PRI segu�a con ese �ltimo papel, pero hab�a vuelto a tomar el lado de los campesinos beneficiarios de la reforma agraria de 1910-1940, pol�tica que en verdad deshizo gran parte de su anterior obra de privatizaciones (tanto real como imaginada) en el campo mexicano.

Ning�n contratiempo serio encontr� Ju�rez, el h�roe, en defender lados opuestos de una misma cuesti�n hist�rica –al menos en manos del oficialismo– mientras ocupaba la posici�n de santo en la nueva y secular religi�n c�vica.

Abraham Lincoln muri� a manos de un asesino al concluir la Guerra Civil, pero disfrut� de una vida p�stuma singular por contradictoria. En primera instancia fue glorificado por sus seguidores norte�os republicanos, incluidos los abolicionistas.

Empero, seg�n avanzaba la contrarrevoluci�n conocida como La Redenci�n (el fin de la Reconstrucci�n del Sur bajo ocupaci�n militar norte�a en 1876), la nueva alianza de Dem�cratas del Norte y del Sur con los Republicanos m�s conservadores estableci� la segregaci�n racial y la eliminaci�n del sufragio de la poblaci�n de color como soluci�n a los conflictos no resueltos por la victoria norte�a ni por su ocupaci�n militar.

Desde esa perspectiva, Lincoln, como h�roe, deb�a ser aquel del discurso del campo de batalla Gettysburg, o el de la famos�sima frase al final de su discurso al asumir la Presidencia por segunda vez en 1865, “sin rencor para nadie, con misericordia para todos”.

Ya no se trataba del l�der revolucionario que decret� la liberaci�n de los esclavos. Incluso, sus actos como Presidente se interpretaban cada vez m�s como una supuesta renuencia a desencadenar la tr�gica lucha fratricida (entre hermanos blancos por supuesto),

No se vieron ya sus actos como cautelosos movimientos estrat�gicos frente a su debilidad electoral y frente a la renuencia de norte�os blancos a librar una Guerra Civil para liberar a los esclavos negros del sur.

Resulta curioso en extremo que solo aquella frase sobreviviera en la memoria hist�rica y que adquiriese el significado de reconciliaci�n entre hermanos blancos del sur y del norte.

En verdad, casi todo aquel discurso es una reflexi�n sobre el castigo divino por la esclavitud que, seg�n Lincoln, fue la guerra Civil. En esta, “cada gota de sangre producto del l�tigo ser� pagada con otra producto de la espada”.

No hace falta ser historiador ni especialista para ver con asombro y tristeza c�mo el Gran Emancipador se convierte en el Gran Conciliador, motivado �nicamente por la reunificaci�n nacional ahora identificada con el segregacionismo racial.

Gracias a la hegemon�a de los congresistas segregacionistas sure�os en todo el per�odo de la coalici�n Dem�crata del New Deal, de Franklin Roosevelt (1932-1945) hasta Lyndon Johnson (1963-1968), el pueblo norteamericano disfrut� de las conmemoraciones de la batalla y el discurso de Gettysburg con un parque nacional, de la majestuosa estatua en Washington, pero de ninguna que lo ligara a la abolici�n o a la historia de la esclavitud que en vida combat�a.

�Pobres h�roes, Lincoln y Ju�rez, objetos de tanta reverencia c�vica y de tan poca honestidad sobre su obra en vida! �Pobre Juanito Mora, v�ctima del pelot�n infame, distinci�n que comparte con otros dos h�roes presidentes demasiado radicales para algunos (Moraz�n, ca�do en Costa Rica, y Guerrero, en M�xico)!

Sin embargo, quiz� gracias a las vergonzosas circunstancias de su desaparici�n f�sica, Mora qued� a salvo de las a�n m�s vergonzosas vidas m�s all� de la tumba de sus compa�eros de lucha, Ju�rez y Lincoln.

La vida �til de los h�roes apenas comienza con su muerte. Desde tiempos de los romanos y de los aztecas, el sacerdocio del oficialismo ha entendido que, para asegurar el dominio sobre sus opositores, primero hay que secuestrar a sus dioses.

El nuevo sacerdocio de los Estados seculares, la ‘intelligentsia’, siempre ha hecho lo mismo con los h�roes. Por m�s genuino que sea el fervor popular tras la figura de cualquier h�roe, el oficialismo cuenta con much�simo mayores recursos y tiempo hist�rico para moldearlo a su gusto.

Por ello, es mejor tener conciencia de los ideales que cada cual decida defender en su propio momento hist�rico sin confundirlos con las personas. Los ideales siempre presentan mayores obst�culos a los secuestradores oficialistas.

Con los ideales en alto, los pueblos sin h�roes no han de ser hu�rfanos, sino m�s sensatos y menos susceptibles al secuestro de la memoria hist�rica.

(La Naci�n)

Columnista huésped | 21 de Julio 2007

1 Comentarios

* #2197 el 22 de Julio 2007 a las 09:16 AM Jorge Quesada dijo:

�Qu� hipocres�a!

Los pa�ses ricos tienen sus h�roes, sus memoriales y sus monumentos, que pretenden negar a pa�ses como Costa Rica. El razonamiento de este historiador, que se cuida de maltratar la personalidad de don Juanito Mora, es lo que llaman en ingl�s “convoluted” o sea enrevesado.

En la ciudad de Washington tienen el obelisco a George Washington, el inmenso monumento a Abraham Lincoln y el hermoso memorial a Thomas Jefferson, para mencionar unos pocos. Los tres fueron l�deres que contribuyeron a crear la patria, de los cuales se recuerdan sus hechos heroicos y sus virtudes, no sus defectos.

En resumen, este art�culo busca decir a los costarricenses: hagan como nosotros los estadounidenses decimos, pero cuidado con hacer como nosotros. �Qu� estratagema!

Y pensar que aqu� les hacen coro ciertos bur�cratas de la academia…

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