Por Catalina Murillo - [email protected]
Al este de San Jos�, zona de universidades, cuna de la sapiencia (y ojal� fuera solo cuna y no tambi�n parqueo y fotocopiadora de la sapiencia), se est� dando un inquietante fen�meno. En todos los barrios, a las viejas casas de cochera y rosal les est�n saliendo unos estramb�ticos a�adidos. Aunque no es evidente a primera vista, resultan ser apartamentos para alquilar que han construido los vecinos aprovechando cualquier espacio libre de su propiedad. Dichos apartamentos tambi�n son llamados “estudios”, como si eso justificara lo precario. Son lugares creados como sea, con escaleras y pasillos imposibles, mal adaptados a la antigua construcci�n. Vi uno cuyo ba�o min�sculo ventilaba directamente al cuarto del matrimonio de al lado; y otro en que lo que hac�a de pared divisoria entre las salas de las casas era un armario que se abr�a por ambos lados, como en las pel�culas c�micas.
El caso es que el vecino que a�n no ha construido apartamento ya est� haci�ndole n�meros al asunto porque, encima de que salen baratos, se alquilan caros y en d�lares, o al menos en eso conf�a todo el mundo. Cuando le pregunt� a un vecino que qui�n querr�a pagar tanto por el palomar enrejado que rentaba, me dijo sin dudar: “Un estudiante gringo paga eso y m�s”.
Entonces descubr� que anda un estudiante gringo, de buenas costumbres, merodeando en la imaginaci�n de mis vecinos. Todos conf�an en que existe ese gringuito c�ndido dispuesto a pagar tres veces el sueldo m�nimo de este pa�s por una especie de caba�a en el techo, sin ventanas pero con Internet.
Y a�n hay m�s gringos imaginarios pase�ndose con sus billeteras llenas frente a nuestra avidez. Seg�n me cuentan, en ciertas zonas rurales no muy tur�sticas se est� dando un fen�meno similar. Ah�, por lo visto, el gringo es m�s bien un pensionado amante de la naturaleza (que sigue teniendo las buenas costumbres de cuando era un joven estudiante) y que vendr� un d�a a comprar por diez veces su valor todo lo que los vecinos del lugar tienen abandonado.
De este modo, hay vecinos con casonas derruidas o proyectos frenados desde hace d�cadas, a la espera de que venga el gringo pensionado con un saco, como San Nicol�s. Lo m�s triste del caso es que esa misma persona que no mueve un dedo y espera que vengan a comprarle lo que tiene en el abandono dice, hasta con rencor: “Un gringo s� sabe lo que se le puede sacar a esto”.
Anda un gringo imaginario haciendo de las suyas hasta en el �ltimo rinc�n de este pa�s. Por culpa de ese gringo nadie sabe cu�l es el verdadero o justo valor de las cosas. El gringo –como entelequia– no es ni bueno ni malo, es un depositario de fantas�as y frustraciones. Nos gusta creer que es un poco ingenuo, que se le pueden cobrar caprichos y que lo vamos a destusar sin problema. Nosotros, ni lerdos ni perezosos, le vamos a vender lo que haga falta, porque andamos convencidos de que el valor m�s importante que tiene una cosa se mide en dinero.
Pero tambi�n estamos asustados. Imaginamos que el gringo tiene una billetera jugosa, pero pocos la han visto, y menos a�n confiesan haberla tenido entre las manos. Estamos asustados porque en el fondo sospechamos que los gringos no son tan tontos, y si quieren comprarnos las cosas, por algo ser�. Tenemos miedo porque no nacimos ayer, porque ya son d�cadas con el gringo merode�ndonos y la plata siempre la tiene �l. Porque ya sabemos que apostarle a la billetera del gringo es como jugar a la ruleta.
(La Naci�n)
Columnista huésped | 2 de Junio 2007
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