Por Jorge Arturo Chaves - [email protected]
Se ha anunciado ya la intensificaci�n de la campa�a publicitaria en torno al TLC, en vistas al referendo. No es que empiece ahora, sino que se trata de un incremento de actividades, esfuerzos y muy cuantiosos gastos que ya ven�an d�ndose desde meses atr�s. No tendr�a por qu� ser motivo de esc�ndalo, pues la publicidad puede cumplir un papel en el mundo moderno, incluso en pol�tica. Pero con una condici�n: que no sustituya ni embarulle la capacidad de los ciudadanos de pensar y de decidir con inteligencia y libertad.
Esto, por desgracia, no es requisito f�cil de cumplir. La tentaci�n, en la que ya se incurre con demasiada frecuencia en el �rea comercial, y a la que ya ha capitulado lo pol�tico en las campa�as electorales, est� de nuevo a la puerta. Contiene el atractivo para quienes ceden ante ella y piensan solo en t�rminos de ganar o perder, de colocar la posici�n propia como un producto vendible que puede derrotar a los competidores. Pero se equivocan. El resultado y los contenidos del referendo no son comparables con una final de copa de f�tbol y menos a�n con la disputa entre dos productos comerciales por acaparar un espacio de ventas. Lo que se juega aqu� es mucho m�s serio y por eso la decisi�n del “s�” o del “no” no debe ser elaborada con base en lo que nos digan, en este caso los spots de radio y TV, las vallas publicitarias, las calcoman�as o, peor a�n, el correo basura de Internet y de los celulares.
Lo ideal, dentro de una democracia centenaria que quiere, adem�s, seguir madurando, hubiera sido realizar diferentes formas de di�logo y debate ciudadano, en las que no solo se hubieran contrastado las posiciones en pugna –con frecuencia demasiado ideologizadas–, sino que se hubieran intentado dar a conocer de manera honesta los intereses personales y del grupo a que se pertenece, mostrando con transparencia de qu� manera consideran que quedan beneficiados o afectados por la aprobaci�n o el rechazo del TLC. Sin resguardarse detr�s de esas expresiones gen�ricas referidas a “intereses de Costa Rica”, “futuro del pa�s” y similares.
Lo ideal hubiera sido que, en ese mismo tipo de actividades, todos los grupos se hubieran colocado en disposici�n de entender –al mismo tiempo que aspiran a ser entendidos– no solo los argumentos doctrinales, sino, ante todo, los intereses y necesidades de los dem�s, tratando de ubicarse en la perspectiva de las leg�timas aspiraciones de quienes defienden una posici�n contraria a la propia.
Lo ideal, en fin, podr�a haber contemplado que el Gobierno, como arquitecto social, como coordinador de los intereses de todos los costarricenses garantizara, en igualdad de condiciones, la m�xima difusi�n de esos intereses y necesidades de todos los grupos ciudadanos que est�n en juego en el TLC. El Gobierno no se debe realmente a un solo grupo o partido.
En todo caso, a escasos tres meses del referendo, lo ideal no parece realizable. Pero s� est� al alcance de todos la realizaci�n de actividades en peque�a escala –familiar, vecinal, de parroquia, en espacios pluralistas– que ayuden a formarse una opini�n y a tomar una decisi�n que sea racional, equitativa y solidaria. Es decir, que sea, en primer lugar, pensada y que contraste argumentos, que sopese sin negarlos pros y contras que de hecho existen. Que considere, adem�s, la manera como estos beneficios y maleficios del TLC se van a repartir entre la poblaci�n y, de manera prioritaria, que piense en c�mo va a afectar a los m�s necesitados, a los pobres y a los excluidos de la din�mica de beneficios de la econom�a actual.
Es cuesti�n de resistir la propaganda y pensar un poquito.
(La Naci�n)
Columnista huésped | 25 de Junio 2007
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