• En la incorporaci�n del se�or don Jorge Francisco S�enz Carbonell a la Academia Costarricense de la Lengua, correspondiente a la Real Academia de la Lengua. Espa�ola, 31 de mayo de 2007.
La Academia Costarricense de la Lengua da a usted la bienvenida a su seno como acad�mico de n�mero y se siente honrada de acoger a quien ha cobrado prestigio nacional como ensayista, jurista, historiador y -muy importante a nuestros ojos- prosista de calidad y estilo, distinguido sucesor de los historiadores que en otros momentos honraron esta casa, como Ricardo Fern�ndez Guardia y Hern�n Peralta.
Nos ha obsequiado usted, al ingresar a esta corporaci�n, con un estudio meritorio y original. Ha hurgado usted con m�rito en un campo raramente transitado: el de las imitaciones y plagios del Quijote que se fueron sucediendo a lo largo de los siglos XVII y XVIII, hasta que surgieron las civilizadas nociones del derecho de autor y de la ilegalidad, por no hablar de la inmoralidad intr�nseca del plagio. Los malhadados y maldecidos pero no por ello menos pintorescos libros de caballer�a que enloquecieron a don Alonso, sobre los cuales hasta los m�s avezados cervantistas dicen poco, son mucho menos ignorados que las continuaciones, imitaciones y plagios que usted ha estudiado. Ha enriquecido usted as� nuestra bibliograf�a cervantina, confesemos que bien escasa hasta el momento.
Quiero destacar en estas palabras de bienvenida un aspecto de su tarea de historiador que no debe pasar inadvertido y que es el que, con justicia, mayores, m�s sabrosos y m�s pol�micos comentarios ha provocado; es la manera risue�a con que usted se ha deleitado en enfocar ciertos detalles, para muchos nimios, de nuestra peque�a historia, y subrayar algunos absurdos en que incurrieron nuestros tatarabuelos cuando estaban entregados a la tarea insigne, inmortal y a ratos improvisada, de construirnos un pa�s y un Estado. Es imposible para ning�n lector olvidar aquel detalle que usted subray� de que, cuando se puso en pr�ctica la malhadada ley llamada de la ambulancia y hubo que trasladar la capital a Alajuela, no hab�a una casa en aquella entonces peque�a aldea, donde cupiera el escritorio del Jefe de Estado. Este detalle dice m�s sobre la Costa Rica s�bitamente independiente de Espa�a, que cien p�ginas de erudici�n con notas al pie. Y es adem�s un vivo ejemplo de las muchas cosas si se quiere hasta rid�culas y c�micas pero siempre reveladoras e instructivas, que el lector encuentra en sus libros.
Eso no quiere decir que usted pertenezca, l�brelo Dios, a esa fauna de los que se empe�an en destruir la noble y aleccionadora historia patria disminuyendo a los pr�ceres, hurgando en sus vidas privadas, en sus conflictos personales o de negocios, en esas peque�as ambiciones que ellos compartieron con todos nosotros, con todos los seres humanos. Muy por el contrario: de la lectura de sus libros se sale con una mayor dosis de orgullo nacional. Aquellos hombres cuyo escritorio no cab�a en ninguna casa de Alajuela, o cuyos partidarios celebraron prematuramente un triunfo y lo convirtieron en derrota, fueron constructores de una rep�blica y de una Patria. Pero eran hombres, no sepulcros: hombres, no estafermos; hombres, no estatuas. Estatuas, las de verdad, por cierto nos est�n haciendo falta muchas.
Usted, don Jorge, ha humanizado nuestra historia, y as� hab�a que hacerlo para que tengamos conciencia de que es la historia de un pa�s de modestos hombres de bien, muchos de ellos con escasa escolaridad, que se lanzaron a la tarea insigne de construirnos una Patria, con tanto �xito, que cuando sobrevino la gran crisis de 1856, los costarricenses respondieron a ella con un criterio claro de Patria. Algunos lo ponen en duda, pero no les hagamos caso y nos ir� mejor. La verdad es que en la historia de Costa Rica no abundan los bandoleros.
Ingresa usted a la Academia Costarricense de la Lengua bien provisto de armas. Es decir, de cultura, de lenguaje y de estilo. El discurso suyo que acabamos de escuchar nos revela una faceta suya adicional, la de investigador de la literatura. Bienvenido tambi�n a ella. Ya sabe usted que los acad�micos costarricenses nos sentimos honrados y ufanos de tenerle entre nosotros.
Alberto F. Cañas | 5 de Junio 2007
1 Comentarios
Don Beto Ca�as es costarricense egregio por todo lado. Dice lo que sentimos muchos. Hay dos clases de escritores: los que construyen y los que destruyen. Aqu� saluda a un historiador consagrado, de los que construyen, don Jorge S�enz Carbonell. S�lo bueno!