Por Jos� Luis Amador, antrop�logo social
Ustedes son los expertos y lo que ustedes plantean (sobre todo cuando lo hacen en los medios masivos) se comenta en los buses y en las escuelas y no se queda en la pura discusi�n acad�mica. Ana Ligia Guill�n, en Tribuna Democr�tica.
Hay una diferencia
Ha sido muy respetuoso en su respuesta el se�or Iv�n Molina cosa que agradezco. Queda sin embargo en pie un punto medular que merece atenci�n y pienso que en buena medida es la esencia de todo este debate. Dice don Iv�n que “el trabajo del historiador consiste en producir conocimiento, no en preservar h�roes o en dejar algo a cambio cuando alg�n mito es destruido por ese conocimiento”. Leyendo esta afirmaci�n, debo admitir que existe una diferencia fundamental entre mi objetivo y el del profesor Molina y algunos otros colegas suyos. Mientras el se�or Molina quiere hacer ciencia, yo quiero hacer patria. Y esto no es ret�rica ni un juego de palabras. En mi anterior art�culo habl� de un sue�o de patria semejante al sue�o �tnico de Curr�. Hablo de un sue�o en qu� creer, porque el pa�s necesita un sue�o.
Estamos perdiendo identidad
Hablo en singular por no responsabilizar a otros de mis apreciaciones, pero estoy seguro que hay un grupo enorme de costarricenses, muchos de los cuales no conozco, que opinan igual. Preparaba estas l�neas cuando encontr� en Tribuna Democr�tica las palabras de do�a Ana Ligia Guill�n. Hago totalmente m�as sus inquietudes: “Nos est�n dejando sin sue�os. Nos est�n matando los h�roes. Se propicia el desencantamiento de la gente acerca de nuestra sociedad y nuestra historia”. Costa Rica necesita sue�os. Cuando digo sue�os no abogo por falacias, pienso en una “representaci�n social”, una visi�n colectiva de s� misma que unifique y d� vigor social para echar a andar y construir paz, prosperidad, armon�a, solidaridad, fe. La ausencia de un sue�o se viene sintiendo no de ahora, sino desde hace a�os. El discurso neoliberal a diferencia del discurso de la generaci�n del 48 no tiene vuelo, ni alas para el esp�ritu. Mientras Mora, Calder�n y Sanabria pensaban en derechos laborales y seguridad social para los costarricenses, y Figueres quer�a hacer un hombre nuevo y una Segunda Rep�blica, los neoliberales carecen de visi�n-pa�s y no aspiran a otra cosa m�s que ampliar su mercado. Su sue�o no va m�s all� de hacer negocios. La palabra Patria, que uso deliberadamente en estos escritos, est� fuera de su discurso. En sus “tratados” ni siquiera hay naciones, hay “partes”.
Mientras tanto el costarricense ha venido experimentando la desvalorizaci�n y ca�da de sus estandartes: la confianza en el sufragio, la seguridad ciudadana, la igualdad relativa, las instituciones fundadas en la solidaridad. A ello se suma el encarcelamiento de sus ex-presidentes bajo la sombra de corrupci�n y traici�n a los intereses de la patria, la migraci�n descontrolada, el urbanismo creciente y desordenado, el empobrecimiento, la violencia vial, el sicariato, la dictadura de la opini�n por parte de los medios y la progresiva desvalorizaci�n de los h�roes y s�mbolos nacionales, en donde la sustituci�n de las fechas de celebraci�n de las efem�rides patrias por otras afines al comercio y el turismo, propuesta por un partido de los empresarios, es tan solo un peque�o cap�tulo.
L�mites y responsabilidades
En este contexto, me parece a m�, afirmar que el trabajo del historiador consiste en producir conocimiento, sin importar qu� pase cuando alg�n mito-sue�o-s�mbolo nacional es destruido por ese conocimiento, es como ser constructor de autos y no preocuparse por el efecto invernadero, o como descubrir la fisi�n del �tomo y no preocuparse por la bomba at�mica. Creo que queda es evidente un problema teleol�gico que tiene que ver con el para qu� de la ciencia, y el para qu� de la historia y el para qu� de la universidad y la academia. Y tambi�n hay un asunto �tico pendiente. Y es que, tal y como dice do�a Ana Ligia Guill�n, “tambi�n los cient�ficos sociales debemos valorar el alcance de nuestras aseveraciones”. Est� muy bien hacer ciencia, pero en mi opini�n, debe haber un punto medio entre la rigurosidad acad�mica y la responsabilidad social con respeto al sentir de las personas. Y creo que lo que algunos hemos hecho al participar en este debate sobre la construcci�n de h�roes y naciones, es hacer un llamado a los acad�micos a no desatender esa responsabilidad.
Territorio sensible
Yo quisiera que m�s que una discusi�n esta sea una reflexi�n colectiva. Un llamado a los que est�n haciendo “ciencia”. No les pedimos a los acad�micos que dejen de ser rigurosos en la indagaci�n de la verdad. Pero s� que sean cuidadosos y respetuosos con el efecto social de su quehacer: la imagen que un pueblo tiene de s� mismo no es un traje inerte, no es algo muerto: es su constituci�n espiritual. Como dec�a el maestro Bonfill Batalla, la cultura de un pueblo puede ser propia, puede ser ajena, o puede ser impuesta, pero tambi�n puede ser “apropiada”. Esto significa que un pueblo puede asumir como propio algo que no lo es. Dudo mucho que los h�roes patrios no le sean suyos al pueblo costarricense, pero inventados o no, estos son sus h�roes, su espacio vern�culo, y algunos hemos sentido la necesidad de poner en la entrada un r�tulo que diga, caminante, aqu� yacen nuestros abuelos, los fundadores de nuestra patria, camina con respeto, sacude tus sandalias antes de entrar. Porque en este sitio no basta la gabacha blanca de la asepsia cient�fica. Se requiere tambi�n el respeto a la memoria y la sensibilidad que demanda el patrimonio de los pueblos, as� como la clara conciencia que implica el trato con objetos que tienen un car�cter simb�lico espiritual. Es como cuando el arque�logo incursiona en los espacios precolombinos y trabaja en los sitios funerarios. Los objetos no tienen valor por s� mismos, valen por sus significados para alguien. Por cierto, muchos ya se plantean esto desde la ciencia. Pues bien, igual ocurre aqu�, para hablar del patrimonio, manipular los elementos que constituyen la nacionalidad de un pueblo, y comer pescado, hay que tener mucho cuidado, parafraseando el dicho popular.
Cient�ficos, educadores y formadores de opini�n
No creo que el “pante�n” del pueblo costarricense sea intocable. No es que no se pueda contradecir, enriquecer, cuestionar, cambiar, actualizar, limpiar de falsedades, machismo, xenofobia, personalismos, etnocentrismos, pero hay maneras de hacer las cosas. Y la primera de ellas, me parece a m�, es no perder de vista su doble atribuci�n: una, la de ser la historia de hombres y mujeres que com�an, ten�an ego�smos, ambiciones y dolores de muela como dir�a Unamuno. Y otra, la de que aparte de ello, constituyen el fundamento del “ethos” costarricense, el areth�, como dir�an los griegos. Esa es la parte construida, PERO no es la peor parte, ni la menos importante. Nadie le pide entonces al acad�mico, al cient�fico social, dejar de ser cr�tico. Qui�n si no �l ser� el derribador de falacias, qui�n si no �l ser� el sugeridor de nuevos caminos. Pero al hablar en sitios p�blicos, al ocupar los espacios c�vicos y educativos, al levantar la voz ante las nuevas generaciones, les pedimos tener alg�n prop�sito, visi�n de colectividad y compromiso.
Vuelvo a coincidir con la se�ora Ana Ligia Guill�n: En los �ltimos a�os la ense�anza de la historia ha sido p�sima, la guerra de 1856 ni siquiera en lo que compete a la narraci�n de hechos ha sido bien transmitida a los costarricenses. En su visi�n no heroica de la vida, el costarricense ha sido persuadido de que Juan Santamar�a no existi�, o lo empujaron. Tal parece que los pol�ticos e incluso los maestros, no conocen la gesta ni la han dado a conocer suficientemente, de manera que cuando un historiador, a veces sin un plan expl�cito de lo que pretende, nos hace dudar de un h�roe que no hemos tenido la oportunidad de conocer y de una gesta que se conoce tan solo por discursos vac�os, no est� aportando gran cosa. Si esta cr�tica cayera en un medio donde hubiera un s�lido conocimiento de los hechos hist�ricos, pero ni siquiera eso: es viento soplando sobre el polvo. Triste m�rito para un cient�fico arremeter contra tan endebles edificios cognoscitivos en lugar de fortalecerlos. Todav�a cuando esta cr�tica se topa con gente s�lida del mundo acad�mico no me preocupa tanto. Me preocupa cuando se esparce entre estudiantes de reciente ingreso, ante p�blicos amplios durante las celebraciones de las efem�rides del 150 aniversario y en espacios radiales, ante p�blicos que nunca han recibido una formaci�n s�lida sobre el tema.
Construir el sue�o de la Patria
Todo el conocimiento de la historia universal valdr�a muy poco si no me fuera �til para entender mejor mi barrio, mi pueblito, mi pa�s, mi gente, mi regi�n, mi futuro colectivo. Mientras algunos van con su gabacha blanca por el Mundo del Conocimiento, yo quisiera ir con los maestros, los poetas, los novelistas, los m�sicos, los teatreros, los escultores, los titiriteros, construyendo una imagen de naci�n y de mundo. Un sue�o hermoso y esperanzador (m�s no enga�oso ni adulterado, ciertamente) en que quepamos todos, hombres, mujeres, nicarag�enses que habitan nuestro suelo, indios, negros, blancos, gays, obreros, empresarios, campesinos, porque la Costa Rica del ma�ana ser� parecida a lo que so�emos hoy. Esa es la esperanza al menos. All� en el Sur, por ejemplo, donde trabajo, en un solo cant�n, Buenos Aires, hay seis territorios ind�genas, all� conviven bribris, t�rrabas, borucas, guaym�es con chiricanos y mesete�os, y por esas cosas de la vida y de la historia, y de la particular “construcci�n de la naci�n”, esa realidad es pr�cticamente desconocida por la gente del Valle Central, incluso por muchos intelectuales y gente tomadora de decisiones. Y no solo eso, sino que este es uno de los cantones m�s pobres del pa�s. C�mo no vamos a querer construir otra imagen de Patria, un sue�o integrador de naci�n, que d� cabida a todos, pan, techo y fe, pero que respete las diferencias. Por eso digo �viva el concepto de construcci�n de la naci�n! Esta es una tarea urgente donde hay espacio de sobra para los historiadores, los antrop�logos, los artistas, los maestros…
Aquel 11 de abril, poco antes de la gesta de Juan Santamar�a, un soldado nicarag�ense intent� quemar el mes�n de Guerra, y no lo logr�, pero entreg� su vida en el intento. Esto lo s� porque lo han dicho los historiadores. Yo pondr�a a este hermano nicarag�ense a la par de Juan, en el pedestal de la patria. �Qu� manera tan hermosa de expresar simb�licamente hermandad y fraternidad! Pienso que es as� como la historia, ayudada por la iconograf�a, nos puede ayudar a construir s�mbolos y sue�os para orientar nuestro rumbo y nuestros valores de convivencia. �Ser� esto lo que llaman inventar h�roes? �Viva entonces la invenci�n de los h�roes… y vivan los historiadores por su aporte!
Dos grandes tareas de la historia
Tiene entonces la historia dos grandes �mbitos de acci�n. Uno es el del ejercicio acad�mico y cient�fico de la indagaci�n e interpretaci�n, y el otro es el que coincide con el espacio donde un pueblo ejerce la construcci�n simb�lica de su pasado, su ethos, su identidad y proyecci�n al futuro. �D�nde est� la sutil frontera entre la ciencia y el �mbito de formaci�n de identidades? Yo no le pido al historiador cient�fico y acad�mico que altere su honesta interpretaci�n de la realidad, pero demando que tenga clara conciencia de su papel cuando incursiona en el �mbito del ethos, el patrimonio y la representaci�n simb�lica de la naci�n. Antes de entrar a ese sitio donde hemos puesto, como pueblo, una vela y un ramo de guarias en recuerdo de nuestros mayores, “sac�dete las sandalias, caminante”.
Que no se malinterpreten estas palabras. Si no es el estudioso de la historia, �qui�n va a hacer entonces el trabajo de indagador y derribador de falacias? No podr�amos construir patria sin �l, desbrozador del camino, atisbador de enga�os. La patria requiere depurar mitos viejos y ampliar horizontes para construir los imaginarios del nuevo d�a. Siendo esto as�, qu� respuesta dar a la pregunta, �cu�l es el deber del historiador, hacer ciencia o hacer patria? Pienso que ambas cosas son posibles. Es la antigua pugna entre Sancho y el Quijote. Es el sue�o y la criticidad en su di�logo permanente. Por eso, cuidado con las palabras cuando subes al estrado del maestro y conductor de j�venes y sue�os. No sea que vayas a destruir el sue�o de hoy y la patria posible del ma�ana.
En todo caso, amigos, profesores y maestros de historia, qu� hermosa tarea tienen ustedes por delante, como estudiosos y como formadores de generaciones. Pero qu� seria responsabilidad est� en sus manos, h�medas casi a diario de la arcilla nueva de la patria y del futuro, a�n sin saberlo.
Columnista huésped | 12 de Junio 2007
5 Comentarios
En mi respuesta anterior a don Jos� Luis Amador indiqu� que la mejor forma en que un historiador puede contribuir al desarrollo de una ciudadan�a informada y cr�tica es �para utilizar sus propias palabras� �haciendo ciencia�. Indudablemente, todo investigador es responsable del conocimiento que produce, pero no de la utilizaci�n de ese conocimiento. Esto �ltimo es un proceso social y cultural que est� fuera del alcance del investigador particular.
�Qu� es lo que el historiador puede aportar a una redefinici�n de la naci�n costarricense? Conocimiento acerca de los procesos que han llevado a los costarricenses a imaginarse de unas formas y no de otras, a identificarse con unas figuras hist�ricas y no con otras, a apropiarse de ciertos principios y valores y no de otros, y a construir una sociedad que ha combinado el desarrollo social con la democracia pol�tica.
Pese a su relevancia, deber�a tenerse presente que la contribuci�n de los historiadores enfrenta importantes limitaciones, tanto en su alcance (�cu�nto se difunde ese conocimiento y cu�nto es efectivamente apropiado?) como por la influencia de fuerzas y procesos sociales y culturales m�s amplios.
Hago referencia a los l�mites porque considero importante destacar que ha sido hasta muy recientemente �menos de veinte a�os� que el nuevo conocimiento hist�rico ha empezado a abrirse algunos espacios en los programas de estudio del MEP, en libros de texto para primaria y secundaria y en los medios de comunicaci�n colectiva. Sin embargo, en todos esos espacios, el nuevo conocimiento ha debido y debe competir �en posiciones todav�a desventajosas� con versiones tradicionales de la historia costarricense.
Es, a partir de lo anterior, que debe contextualizarse el acertado se�alamiento que hace don Jos� Luis sobre las deficiencias en la ense�anza de la historia. En Costa Rica, los docentes de primaria no llevan cursos de historia impartidos por historiadores. En las universidades p�blicas, los profesores de Estudios Sociales llevan muy pocos cursos de Historia de CR, y en las privadas que imparten dicha carrera, con mucha frecuencia la ense�anza de la historia est� a cargo de personas que no son historiadores. Finalmente, a diferencia de otros pa�ses donde a nivel universitario existe un curso de historia nacional b�sico para los estudiantes de todas las carreras, en Costa Rica no existe eso.
Saludos cordiales a todas y todos,
Difiero profundamente del criterio de dn. Iv�n sobre la responsabilidad que, como investigadores, tenemos sobre el uso que otros hacen del conocimiento que producimos.
Dn. Iv�n -y otros como �l- se escudan en este argumento… el mismo utilizado por los fabricantes de armas en los Estados Unidos de Am�rica para evitar el control de armas ‘Nosotros s�lo las hacemos. No es nuestra culpa s� otros se matan con ella’
No estoy seguro qu� tipo de patos tendr�n en esas latitudes, que necesitan ametralladoras de asalto para poderlos cazar…
En fin. La comparaci�n podr� parecer est�pida, pero los resultados son los mismos: uno puede matar tanto con un arma como con una palabra. Y la �ltima muerte es peor, porque no es la muerte de la carne, que es inevitable, sino la muerte del esp�ritu y de la esperanza.
Eso es lo peor que se le puede hacer a alguien… y por tales acciones, tarde o temprano, deberemos responder de alguna forma.
Transcribo un texto publicado por dn. Fernando Dur�n Ayanegui hace unos d�as en La Naci�n:
Infierno prologado
Fernando Dur�n Ayanegui
Seg�n Cioran, “ninguna sangre del pasado puede perturbar el ahora”, pero no debemos creerle. Este a�o se conmemora el trig�simo aniversario de la muerte de Louis Fieser quien, por su contribuci�n al avance de la qu�mica, fue un icono cient�fico durante la segunda mitad del siglo XX.
Adem�s, escribi� textos extraordinarios, entre ellos un tratado sobre los reactivos org�nicos especiales del que conserv� una copia hasta el d�a en que mi hija Nancy inici� sus estudios de qu�mica y, como corresponde, lo recibi� en propiedad.
Cuando llegu� a la Universidad de Harvard, mis colegas investigadores me llevaron a conocer a Fieser o, m�s bien, a verlo, ya que Fieser se hab�a convertido en un ser taciturno que se comunicaba con el mundo casi �nicamente mediante los textos especializados que segu�a escribiendo.
Cuando lo observ�, a trav�s de una ventana de su cub�culo, digitaba laboriosamente en el teclado de una m�quina de escribir el�ctrica �todav�a no hab�a procesadores de palabras� y no me hizo sentir ninguna emoci�n: no era Hemingway en el acto de escribir El viejo y el mar y, por a�adidura, el extra�o genio harvardiano no me simpatizaba.
El caso es que en 1942 las Fuerzas Armadas de Estados Unidos le encargaron una misi�n horripilante: el dise�o de un procedimiento que, permiti�ndole a la gasolina arder lentamente al aire libre, la hiciera mucho m�s eficiente para la cocci�n de carne humana que el cl�sico lanzallamas o, lo pienso ahora, los hornos funerarios convencionales de la �poca.
Fieser se puso manos a la obra y cre� la primera versi�n delnapalm , una mezcla gelatinosa con alto contenido de gasolina que, por �rdenes de pol�ticos y militares, fue utilizada de inmediato para incinerar civiles inermes. Por ejemplo, aquel invento contribuy�, en febrero de 1945, al �xito piromaniaco del bombardeo de Dresde, que produjo en pocas horas docenas de miles de muertes de civiles, quiz�s tantas como las que ocurrir�an meses despu�s en el ataque nuclear a Hiroshima.
�Mejoras� sucesivas del infernal artificio se usar�an en otras guerras como las de Corea y de Vietnam (�recuerdan las fotos de ni�os, mujeres y hombres con la llameante viscosidad adherida a sus pieles?), y hace pocos a�os en la invasi�n de Iraq.
Cuando �vi� a Fieser, Vietnam ard�a a�n, y los estudiantes de Harvard protestaban diariamente contra la guerra. El inventor del napalm nunca se declar� arrepentido de haberles suministrado a tantos seres humanos un pr�logo del averno, pero mis colegas cre�an que un �ntimo infierno moral hab�a comenzado a devorar el alma de Fieser.”
En cu�nto a la parte sobre la ense�anza de la Historia en Costa Rica… los invito a revisar una ponencia que present� hace poco m�s de un a�o en un Congreso sobre el cambio de los planes de Estudio organizado por el CIHAC. Creo que est� en la p�gina de la Escuela de Historia.
Pero, para quienes no tengan tiempo de buscarlo, se los resumo t�citamente: comparando los contenidos de los planes y programas de estudio de MEP con el curr�uculo de las carreras de Estudios Sociales de la UCR y la UNA, uno se da cuenta que mientras el MEP va por la derecha, las universidades van por la izquierda (o por arriba o abajo o atr�s y adelante, por aquello de las connotaciones ideol�gicas…)
El punto es que desde hace varios a�os los planes de las universidades tanto cualitativamente como cuantitativamente no responden a lo que el MEP espera que se ense�e en los colegios.
Y esto, se�oras y se�ores, no es culpa del Ministerio. Ellos -aunque sea superficialmente- revisan sus programas todos los a�os… En cambio, �Cu�ndo fue la �ltima vez que las uninversidades revisaron el dise�o curricular de sus carreras en Estudios Sociales?
Yo lo que s� es, que cuando revise los programas de los cursos de Historia como parte de mi tesis de licenciatura, en el 2004, me encontr� cursos que ten�an el mismo programa desde hacia m�s de 5 a�os…
Espero, por Dios que s�, que ya los hayan cambiado…
En cualquier caso, no podemos cambiar el mundo sin cambiarnos a nosotros mismos. Y esperar a que el MEP altere sus programas y los adapte a nuestras carreras es irreal. El mundo funciona -nos guste o no- al en sentido contrario: es el creador de empleos el que debe adaptar su oferta a las necesidades del empleador.
Nuevamente: todos somos responsables de nuestros actos. Incluso de nuestros pensamientos. Al igual que con un hijo, somos responsables de ellos una vez que los hemos tra�do a este mundo.
Los dejo con un pensamiento de Benjamin Franklin:
“Recuerde que no basta con decir una cosa correcta en el lugar correcto; es mejor todav�a no decir algo incorrecto en un momento tentador.”
Don Gustavo, �podr�a usted explicarle al p�blico lector de Tribuna Democr�tica c�mo hace usted para controlar la utilizaci�n que se hace o se podr�a hacer del conocimiento que proporciona su trabajo de graduaci�n en la Licenciatura en la Historia?
Por otra parte, don Gustavo, seg�n lo que usted plantea, lo que las universidades p�blicas deben hacer es ense�ar lo que el MEP solicita, de manera que si el MEP, por ejemplo, decide que se debe ense�ar que en el siglo XVIII Costa Rica era una democracia rural, �eso es lo que las universidades deber�an ense�ar?
Finalmente, don Gustavo, producir conocimiento hist�rico no es lo mismo que producir armas, y esa diferencia, don Gustavo, hasta alguien como usted deber�a tenerla clara.
Hay profesores tan “acad�micos”, tan seriesotes y literales. Si usted les dice que una idea es tan grande como el Everest, ellos se lo cree enterito y andan espet�ndole a usted: “pero no sea bruto, permitame que, con mi sapiencia ilimitada, le corrija su estupidez �En qu� libro se le ocurre a usted que podr�a colocarse una idea tan grande? �Cu�l computadora o biblioteca podr�a albergarla?”
�Alguien ignoraba que “producir conocimiento hist�rico” no es como producir armas? Confieso mi ignorancia al respecto y agradezco las luces que me permiten salir de tan primitivo estado.
Las armas no son como el conocimiento hist�rico. Desde el descubrimiento del agua tibia es posible que nada tan importante haya sido dicho. Excepto, posiblemente, el entender que un licenciado en historia no puede controlar lo que se haga con el conocimiento contenido en su tesis de licenciatura. Esta otra, como podemos observar, es tambi�n una conclusi�n soberanamente aplastante y de una originalidad que desarma y sobrecoge.
Que se muera la literatura, la imaginaci�n, las met�foras, la poes�a, el humor, las ocurrencias,la libertad para pensar, la capacidad para comparar, el sentido l�dico, la risa, el aplauso y la fiesta. Y hasta la simple intenci�n de decir algo simple esperando simplemente que el interlocutor tenga la simple capacidad de no tomarlo apegado a una complicad�sima y enrevesad�sima literalidad de acero.
Superados esos atabismos tan primitivos y poco acad�micos, entramos al reino oscuro, aburrid�simo, inflexible, incoloro, so�oliento y carcelario de los profesores-superacad�micos-correctores-due�os-de-la-verdad-toda-la verdad-y-nada-m�s-que-la verdad.
Saludos cordiales a todas y todos,
Gracias por permitirme participar nuevamente. Quisiera contestar la pregunta que dn. Iv�n Molina me pide le conteste al p�blico lector de Tribuna Democr�tica sobre c�mo hago para controlar la utilizaci�n que se hace o se podr�a hacer del conocimiento que proporciona mi trabajo de graduaci�n en la Licenciatura en Historia (y para efectos, de cualquier otro conocimiento que cualquiera de nosotros/as generemos).
Bueno… esa es una pregunta interesante. Mi trabajo trataba sobre el uso de la nuevas tecnolog�as de la informaci�n y la comunicaci�n (NTIC) en la divulgaci�n cient�fica de la Historia y como “muestra” inclu�a un CD-ROM sobre el gobierno de los hermanos Tinoco. Tanto la tesis como el contenido del CD est�n en la p�gina de la Escuela de Historia, para que cualquiera los pueda visitar.
En cu�nto a la parte netamente t�cnica, dudo mucho que alguien pueda hacer algo, puesto que los programas que recomend� usar all� por el 2004 ya est�n tecnol�gicamente superados. Adem�s, dudo mucho que fabricar un CD haya sido, o sea, un enigma envuelto en un misterio. As� que, por ese lado, estoy tranquilo.
Por otro lado, en lo que respecta a la parte acad�mica -que trata sobre las diferencias conceptuales y pr�cticas entre difusi�n, divulgaci�n cient�fica y periodismo cient�fico- pues, no creo que contenga tampoco el Secreto de las Eras, ya que mis fundamentos eran principios te�ricos harto conocidos entre las ciencias de la comunicaci�n. Lo verdaderamente novedoso era su aplicaci�n a la historia.
Cualquiera que haya le�do ese trabajo m�o en particular (as� como cualquier otro posterior) descubrir� que yo me rijo por los principios filos�ficos que la UNESCO aplic� hace algunos a�os en su iniciativa de un Periodismo para la Paz, as� que, en realidad, nunca me ha interesado controlar el uso que se haga de mis producciones, ya que nacen pensadas para no hacer da�o. O m�s bien, pensando en cualquier da�o que podr�an causar.
M�s bien siempre he tratado de proponer, desde mis limitaciones, alg�n c�mo poder mejorar pr�cticas acad�micas o comunicacionales a partir de conocimientos y experiencias previos.
Por ejemplo: s� en aquel entonces dn. Iv�n hubiera le�do esa tesis (o mi otro trabajo sobre periodismo hist�rico), hubiera descubierto la problem�tica inherente al confundir o equiparar difusi�n con divulgaci�n y c�mo la primera pr�ctica, por sus caracter�sticas inherentemente te�ricas, conviene limitarla a espacios especializados como revistas acad�micas, mientras que, la segunda, debe cumplir una serie de requisitos en cuanto a su forma para ser aut�nticamente divulgativo.
Un excelente ejemplo de un trabajo hist�rico divulgativo es el art�culo de Patricia Fumero “24 de Diciembre de 1856”, publicado el s�bado 24 de Diciembre de 2005 en La Naci�n, por s� alguien lo quiere ver. La pieza es informativa, interesante, pertinente al momento y con una redacci�n consecuente con la plataforma de un medio de comunicaci�n masiva: legible tanto para un Presidente como alguien que venda confites en la calle.
No obstante, ignorar estos sencillos preceptos, resulta no solo en productos en su fondo buenos o correctos, pero, comunicativamente, inadecuados. Como lo dije anteriormente: no es solamente qu� dice, sino c�mo lo dice… y tambi�n, a d�nde lo dice y a qui�nes se lo va a decir.
Pero, aun m�s importante, y s� para este momento se preguntan nuestros lectores de Tribuna Democr�tica qu� tiene que ver todo esto con la pregunta que dn. Iv�n me mand� a contestar, todo lo anterior es un simple preludio que nos conduce inexorablemente a la respuesta: �Para qu�?
Esta es la �nica respuesta en la que puedo pensar, y me resulta particularmente significativa por la multifuncionalidad de su campo sem�ntico: �Para qu� voy a hacer esta investigaci�n? �Para qu� voy a publicarla? �Para qu� le servir� a otros? �Para qu�…?
Uno controla la utilizaci�n del conocimiento que uno produce pregunt�ndose para qu� lo produce en primer lugar. Para qu� lo da a conocer a otros. Para qu� les servir�. Y este tipo de introspecci�n, lamentablemente solemos hacerla muy tarde. El caso del qu�mico Fieser, que mencion� en mi participaci�n anterior, es un ejemplo.
Mas la Historia est� llena de ejemplos. Podr�amos citar los de Oppenheimer, Fermi y otros f�sicos con el Proyecto Manhattan. Muchos de ellos, al preguntarse para qu�, solamente respondieron porque s�. Porque se puede fisionar el �tomo. Porque si no, otros lo har�n primero. No ser�a sino hasta despu�s de Hiroshima y Nagasaki que, muy tarde, se preguntaron de verdad para qu� lo hab�an hecho… pero por hoy no pensemos en t�rminos tan amplios, o tr�gicos. Despu�s de todo, si aparentemente la historia es ya de por s� menos que una simple pistola �C�mo atreverse a compararla con una bomba at�mica?
Imaginemos, mejor, algo mucho m�s mundano, como un art�culo de opini�n surgido en un peri�dico de tiraje regular, donde podr�amos -por ejemplo- criticar dos libros recientemente publicados, y hagamos un ejercicio mental como los autores de ese hipot�tico escrito.
�Para qu� voy a publicar un art�culo acad�mico en un medio de comunicaci�n masiva? �Para qu� le sirve mi art�culo a la opini�n p�blica, ya que trata sobre aspectos que tal vez s�lo a m� y a los autores les interese? �Para qu� le sirve a la pr�ctica historiogr�fica costarricense repetir en la prensa un debate como el de Carlos Gagini y Ricardo Fern�ndez Guardia? �Para qu� les sirve a qui�nes se est�n concertando alrededor de Juan Mora Porras como s�mbolo de la lucha anti TLC? �Para qu�…?
�Porque es mi opini�n? �Porque tengo raz�n y ellos no? �Porque quiero dar a conocer mi trabajo? �Porque…? Cualquiera que sea la respuesta, ser� perfectamente v�lida para nosotras/os como autores del texto. Pero, al cuestionarnos profundamente nuestras motivaciones… eso de verdad nos permite meditar sobre nuestras acciones y el efecto que puedan tener sobre otros.
Ahora, s� esto lo hacemos con algo tan simple como un art�culo de peri�dico, imag�nense las maravillas que podr�amos hacer con el resto de conocimiento que produzcamos.
Esta es entonces la �nica respuesta en la que puedo pensar, estimados lectores de Tribuna Democr�tica: podemos controlar el uso que se hace del conocimiento que producimos cuestion�ndonos para qu� lo vamos a producir en primer lugar y cu�les ser�an sus posibles consecuencias; esto por medio de un di�logo introspectivo donde, idealmente, podremos superar el hacer las cosas simplemente porque podemos hacerlas… en un ejercicio que se parece sorprendentemente al sabio consejo de “pensar antes que actuar”.
Con esto espero haber respondido a la primera pregunta. En cu�nto a la segunda, tratar� de no extenderme tanto en mi respuesta, ya que -para empezar- no creo la respuesta lo amerite, ya que es bastante obvia: no confundamos la gimnasia con la magnesia, dn .Iv�n.
El hecho de que exista una liberta de c�tedra y una libertad de investigaci�n (que debemos defender a capa y espada) no significa que, en su nombre, yo pueda llegar a un curso y comenzar a ense�ar lo que a m�, como docente, me de la gana.
S� yo estoy dando un curso para profesoras/es de Estudios Sociales, m�nimo, por una cuesti�n de �tica, yo tengo que ubicarme en que las y los estudiantes est�n ah�, primero, para aprender lo que van a ocupar en su carrera y luego, para todo lo que yo considere, deba y pueda ense�arles adem�s.
�Qu� si el MEP quiere ense�ar que Costa Rica era una democracia rural en el siglo XVIII?
Perfecto, partimos del programa de Estudios Sociales del MEP y les decimos a las y los estudiantes que Costa Rica era un democracia rural en el siglo XVIII…
…y luego, como ello son seres pensantes y yo tengo libertad de c�tedra, explico porqu� eso no es cierto, porqu� el programa dice eso y ah� se les habla del curr�culum oculto y de todo lo que la historiograf�a dice al respecto que desmiente al MEP. Y s� uno hace bien su trabajo, ellos, cuando se grad�en y vayan a las aulas, repetir�n el mismo proceso con sus estudiantes.
Ahora, lo que no es �tico, ni decente -y creo que ni legal tampoco, porque los programas se supone que los aprueba el CONESUP- es escudarme en la libertad de c�tedra para convertir mi clase en tribuna personal y hablar de mis problemas personales, mi incre�ble investigaci�n, o sobre el �ltimo libro que publiqu�, salt�ndome ol�mpicamente lo que las y los estudiantes matricularon en primer lugar. Y esto lo digo no por Vd. -en eso quiero ser bastante claro- sino porque se aplica para todas los cursos, de todas las carreras, de todas las universidades, de todos los pa�ses.
Tal vez esto sea una novedad en la Academia, pero los estudiantes mayoritariamente y por lo general se matriculan en los cursos porque -sorpresa, sorpresa- los ocupan para su carrera, no para escucharlo espec�ficamente a uno (para eso son las conferencias y las mesas redondas). Por algo el libro de matr�cula intencionalmente omite los nombres de las y los docentes.
Finalmente, dn. Iv�n, podr�a pensarse que hasta alguien como usted podr�a tener clara la noci�n de las consecuencias por lo se que hace, y preguntarse de vez en cu�ndo para qu� hace lo hace. Y, sinceramente, me sorprende que no comprenda la relaci�n entre producir armas y producir conocimiento hist�rico. Pero tal vez fue mi culpa por no ser tan claro, as� que tratar� de ilustrarlo de una forma m�s did�ctica y sencilla, para que me pueda entender.
1.- Las armas no matan gente. La gente mata gente.
2.- A lo largo de la historia, la gente mata gente (con armas) justific�ndolo con ideas.
3.- Las ideas suelen estar justificadas, entre otras cosas, por el conocimiento hist�rico producido.
No ocupar� m�s l�neas citando ampliamente los muchos ejemplos que hay, pero podemos mencionar las justificaciones hist�ricas que chi�tas y sunitas se dan a s� mismos para matarse entre ellos (el Dr. Roberto Mar�n puede explic�rselo mucho mejor que yo) al igual que tutsis y hutus (podr�a consultarlo con la Dra. Rina C�ceres) o los diferentes pueblos balc�nicos.
En este �ltimo caso, le recomiendo adem�s el excelente ensayo titulado “La Venganza de la Historia” de Hermann Tertsch. Y, por aquello, puede complementarlo consultando los trabajos del Dr. Giovanni De Luna sobre las aplicaciones que se le da a la producci�n hist�rica (s�, como esa que Vd. y otros historiadores hacen o hacemos) actualmente en los Balcanes a trav�s de los medios, para mantener vivos los nacionalismos.
En conclusi�n:
Gente + (Una justificaci�n proveniente de una producci�n hist�rico) + (Un arma) = Gente Muerta.
�Fui lo bastante puntual como para que hasta alguien como Vd. (lo que sea que eso signifique), dn. Iv�n, lo pueda tener ahora claro?