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Invenciones necesarias e historiadores al gusto

Columnista huésped | 30 de Mayo 2007

La construcci�n de la naci�n costarricense es un proceso vivo que no se ha detenido. Y las indagaciones hist�ricas son parte de ese proceso constructivo. Ignorar sus h�roes y sus glorias es tambi�n una forma de “inventar” historia, por omisi�n o defenestraci�n. En todo caso, los h�roes de hoy en d�a van por las calles y los campos, a�n sin saberlo.

Por Jos� Luis Amador, antrop�logo social

Durante casi dos d�cadas se ha instaurado en el pa�s una lectura de la historia que gira alrededor de la comunidad imaginada de Anderson y del concepto de invenci�n de la naci�n. Los historiadores escriben historia, pero muchos otros nos valemos de sus interpretaciones como herramientas conceptuales para entender la patria y sus contextos sociales, y nos convertimos en usuarios de sus productos. Los productos de los historiadores no son simples eyecciones acad�micas. Recurriendo a sus propias teor�as debo admitir que sus productos son insumos, aplicables a la construcci�n e interpretaci�n de la patria. Como usuario de estos productos no tengo nada en contra de conceptos tales como construcci�n de la naci�n o invenci�n de h�roes. Me parecen herramientas �tiles y se adaptan a una serie de necesidades que encuentro en el campo antropol�gico, cuando se trata de comprender la forma en que se ha consolidado nuestra naci�n, la participaci�n o ausencia de participaci�n de las diversas etnias o regiones, etc. Hasta ah� todo va bien.

El hecho de que las naciones sean construidas no me desconcierta, o el hecho de que los h�roes nacionales sean en buena medida, –aunque no absolutamente– una invenci�n, no crea mella en m�. En cambio, me desagrada, s�, y mucho, cierto dejo de sorna, que se percibe en el manejo de la cuesti�n hist�rica y que ata�e al sentir de los ciudadanos de este pa�s, por el hecho de experimentar ese sentimiento que yo comparto, de ser “costarricense por dicha”. Como si no fuera esa la base de la identidad.

No veo la causa para el retint�n burl�n, porque hasta donde entiendo, TODAS las naciones del mundo, habidas y por haber, han sido inventadas. Francia, Alemania, Bolivia, Estados Unidos de Am�rica, etc. y no es Costa Rica la excepci�n. Pero han sido “construidas”, y esto hay que decirlo, a partir de elementos hist�ricos que as� lo han permitido. La MET�FORA de la invenci�n tiene un l�mite y es que no es a fuerza de literatura, �nicamente, que se construye una naci�n.

Por cierto, hace unos a�os me toc� hacer mi tesis acerca de la identidad �tnica de la comunidad ind�gena de Curr�. Qu� experiencia tan hermosa sentirme frente a un conglomerado humano con tanta identidad. Y darme cuenta tambi�n que gran parte de la identidad, incluso la �tnica, es una construcci�n, PERO NO UNA FICCI�N. Es un constructo hist�rico. Y por eso habl� muchas veces con toda intenci�n, pero siempre con absoluto respeto, del sue�o �tnico de Curr�. Sue�o s�, �sue�o! pero esta es la clase de sue�os que son realidad social pura y dura. Construcciones sociales que merecen todo respeto, porque est�n en el coraz�n de la gente.

El segundo aspecto que me interesa mencionar es el de la invenci�n de los h�roes. Gracias a los historiadores de la escuela en menci�n, nos ha quedado claro que los h�roes son moldeados y recuperados al gusto de los sectores dominantes, Santamar�a por ejemplo, por parte de los liberales. Por supuesto que esto ha ocurrido a partir de situaciones reales que ha sido posible constatar, como la existencia objetiva del personaje Juan y su participaci�n en el proceso b�lico. Lo que no queda claro es el esfuerzo exacerbado en subrayar el aspecto que ata�e a la invenci�n ideol�gica en detrimento de los hechos. Juan Santamar�a existi�, particip� en una batalla en Rivas de Nicaragua, incendi� un edificio donde estaban los miembros del comando enemigo, etc., etc.

Pero no solo eso. En esa misma batalla, que quiz� no fuera militarmente tan gloriosa como nos hab�an dicho, porque casi nos atrapan c�ndidamente al general, el presidente Mora, en esa misma batalla, digo, murieron cerca de quinientos costarricenses cuyos nombres Juan, Pedro, Manuel, Mario, Alberto, Carlos, Zacar�as, Ferm�n casi ha borrado el tiempo. Abuelos tuyos y m�os, que una ma�ana caminaron al sitio donde hoy est� el Parque Central, que besaron a sus mujeres y a sus hijos en se�al de despedida, que bajo el sol se enrumbaron a La Garita, que a pie primero y luego en bote se desplazaron al norte, que cruzaron la frontera y llegaron a Rivas y all� dejaron su sangre y sus huesos. Se me anuda la garganta solo de pensar en aquellos compatriotas ca�dos, hijos de aquel suelo. Y es que sus huesos est�n all�, para que sobre sus restos discutan hoy los historiadores acerca de si los inventaron o no, los liberales…

Que discutan mucho. Que manen r�os de tinta, pero que no olviden aquellas quinientas osamentas de Juan, de Pedro, de Manuel… abatidos por defender un sue�o de patria, un sue�o de naci�n. Y que no haya un solo costarricense que se confunda o se deje confundir, porque la discusi�n no puede pesar m�s que la sangre y que los hechos. Porque la realidad, se�ores, bien lo sabemos, y esto ya no sorprende a nadie, es resemantizable, resimbolizable, mitificable, claro, pero especialmente cuando hay hechos de los cuales partir. Y resulta que Santa Rosa, Rivas y San Juan, son esos hechos que pesan como la sangre de los que cayeron y de los que so�aron. Y si hoy me tocara hablar a los costarricenses venideros les hablar�a de dos cosas: del manejo ideol�gico que han hecho, hacen y har�n los pol�ticos de los hechos, pero les hablar� tambi�n de aquella sangre y de aquellos sue�os. Porque no poner en su justo lugar la sangre y los sue�os de los que cayeron en 1856 ser�a una omisi�n imperdonable. Callar estos hechos y no ponerlos en valor, es quedar en deuda con la historia. Ser�a tan ideol�gico inventar un h�roe, como callarlo.

El a�o pasado asist� a varias conferencias en donde se invit� a historiadores a hablar del tema de la guerra del 56 y su importancia en la construcci�n de la naci�n costarricense. Hasta all� acud� a escuchar a aquellos intelectuales que admiro y que sigo llamando maestros desde la humildad de la lejan�a. La gente los invita pensando que su aporte ayudar� a echar luz sobre nuestro pasado y sobre la campa�a, m�xime en estas horas en que se celebran 150 a�os de aquella gesta en medio del oscuro silencio de un gobierno sin historia. Pero nos encontramos una vez m�s con el mismo discurso. Un discurso que se torna desconcertante y confuso para un p�blico amplio, que socava s�mbolos nacionales y confunde a la ciudadan�a, �vida de herramientas para asumir la historia y para enfrentar amenazas tan graves como este TLC.

Hace mucho que siento la obligaci�n de expresar mi inconformidad con esta visi�n del quehacer acad�mico. Lo hago con toda humildad pero con absoluta convicci�n. Me resulta parad�jico tener que hacerlo porque como persona formada acad�micamente, comprendo –o trato de comprender– sus m�viles acad�micos. La desmitificaci�n de los h�roes no es un delito. Pienso sin embargo que se quedan a la mitad de su tarea, porque destruyen los s�mbolos que forman parte de la imagen-naci�n de nuestro pueblo, pero no dejan nada a cambio en manos de la gente. Y eso es particularmente grave hoy, cuando el pa�s est� viviendo momentos cruciales de su historia y la gente requiere elementos simb�licos para interpretar, procesar los retos cotidianos y echar a andar.

Hoy cuando el mandato transnacional es globalizar y erosionar la naci�n no por la verdad, sino por el lucro, pienso que desde la academia debemos ser cautos. Un discurso que profundiza el escepticismo creciente que ha calado en muchos aspectos de la sociedad costarricense hace un flaco favor a la academia, comparado con el efecto negativo sobre la sociedad. Creo firmemente que el sue�o de la patria no es una falacia, sino que una vez que ha sido tomado y vestido por un pueblo, se convierte en su sangre y coraz�n. No le quitemos el coraz�n al pueblo costarricense. No al menos sin dar nada a cambio.

No desconozco que ese sue�o puede ser terrible. En nombre de los nacionalismos se han realizado verdaderas atrocidades. Pero aqu� el llamado es otro. En lugar de disolver los �conos nacionales, terminemos de construirlos. Si nuestra identidad ha sido etnoc�ntrica, abr�monos a la diversidad. Si los personajes hist�ricos han sido mitificados, pongamos su pie en tierra, pero no hagamos innecesariamente que sus defectos les aplasten. Si la guerra del 56 fue centroamericana y no solo nacional, brindemos entonces por la gloria centroamericana, pero por Dios, con m�s amor y menos sorna, porque este pueblo requiere fe y sue�os para echar a andar, y qu� mejores sue�os que los que es posible arrancar del costado vivo y palpitante de su historia y su realidad.

No estoy pidiendo a distinguidos acad�micos que abdiquen de su misi�n de b�squeda de la verdad. Para crear los “mitos necesarios” no creo que haga falta elegir entre la historia y la ficci�n. Dichosamente la historia vivida por nuestros abuelos nos ofrece suficiente material para construir el museo –sitio de musas– para los sue�os de identidad de nuestra patria. Y esto es posible aun siendo cr�ticos y haciendo labor acad�mica respetable, pero por favor, poni�ndola y exponi�ndola en su momento, sitios y p�blicos adecuados. No destruyamos los h�roes, porque son necesarios. Porque si aquellos que estamos llamados a limpiarles el polvo del tiempo, y devolverlos al pueblo, incluso advirtiendo de sus errores y defectos, no lo hacemos, otros vendr�n entonces a inventarlos, para bien o para mal.

Porque cuando no est�n presentes los fantasmas necesarios la historia se inventa, se saca de la ingle o del costado se escupe si es preciso.

Yo digo que la patria necesita sue�os �carajo! y digo que hacen falta para hinchar las venas del alma. Y digo que los pueblos requieren pan y canciones
para echar a andar
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Columnista huésped | 30 de Mayo 2007

3 Comentarios

* #1902 el 30 de Mayo 2007 a las 09:02 PM Iv�n Molina dijo:

Don Jos� Luis Amador ha escrito un art�culo tan inteligente como intelectualmente honesto. Para empezar, no ha necesitado recurrir a ataques ad hominem, emplear lenguaje religioso ni asumir como cuesti�n de fe la defensa y la exaltaci�n de la figura de Juan Rafael Mora. Por si esto fuera, don Jos� Luis, en vez de desvalorizar o ridiculizar las teor�as e interpretaciones que consideran las identidades como construcciones culturales, ni los conocimientos hist�ricos, asume cr�ticamente unas y otros, y a partir de ah�, formula algunas preguntas fundamentales. Tratar�, en lo que sigue, de dar respuesta a sus planteamientos.

  1. No estoy del todo seguro que, en las �ltimas dos d�cadas, se haya instaurado en Costa Rica una lectura de la historia que gira alrededor del concepto de invenci�n de la naci�n. Tal enfoque ha sido acogido por un grupo de historiadores, pero no por toda la comunidad, como lo demuestra, por ejemplo, el libro de Juan Rafael Quesada, Clar�n patri�tico, en el que la identidad nacional se presenta como un proceso que hunde sus ra�ces en la colonia y se consolida con la Campa�a Nacional. Tengo la impresi�n de que buena parte de mis colegas todav�a comparte esta visi�n. Por otro lado, entre aquellos que asumen la naci�n como invenci�n, hay diferencias importantes, por ejemplo entre quienes consideran que ese proceso se ubica a finales del siglo XIX (Palmer) y quienes lo ubican ya desde 1821 (V�ctor Hugo Acu�a).

  2. No logro precisar a qu� se refiere don Jos� Luis con lo del dejo de sorna. Cuando Steven Palmer y yo utilizamos la frase H�roes al gusto, en el libro que editamos en 1992, lo hicimos para resaltar, ante todo, el car�cter de construcci�n cultural que tuvo la conversi�n de Santamar�a en h�roe nacional. Y cuando titul� mi libro Costarricense por dicha, lo hice as� para destacar cu�n profundamente los sectores populares costarricenses de inicios del siglo XX hab�an asumido su identidad nacional (algo que contrasta con lo ocurrido en otros pa�ses centroamericanos).

  3. No creo que haya habido, de parte de los historiadores que han asumido la interpretaci�n de la identidad como construcci�n cultural, una intenci�n de decir que s�lo en Costa Rica tal identidad fue una invenci�n. De hecho, tanto en los trabajos de Palmer, como en otros, hay un esfuerzo por realizar an�lisis comparativos con otros pa�ses, especialmente centroamericanos.

  4. Sin duda, todo proceso de construcci�n de identidad tiene una base hist�rica. En el caso costarricense, algunas de esas bases fueron la relativa homogeneidad �tnica y cultural que prevalec�a en el Valle Central a finales del per�odo colonial, la menor brecha socioecon�mica que hab�a entre las elites y los otros grupos sociales, y un importante desarrollo institucional luego de 1821 (a partir de la d�cada de 1830 se extendi� una red de tribunales civiles, a partir de 1859 se estableci� en Costa Rica el sufragio universal masculino, y hubo un importante avance de la alfabetizaci�n popular en la d�cada de 1870). A ello cabe agregar que, desde la �poca de la independencia, como lo han mostrado Ileana Mu�oz y V�ctor Hugo Acu�a, los pol�ticos costarricenses empezaron a elaborar contenidos para diferenciar a Costa Rica del resto de Centroam�rica (Costa Rica como un pa�s de pac�ficos propietarios, por ejemplo). Precisamente, por comprender las bases hist�ricas que posibilitaron la invenci�n de la naci�n, los historiadores no han ca�do en el error de definir la naci�n o la identidad nacional como una ficci�n (invenci�n significa, en este caso, construcci�n cultural, no ficci�n).

  5. Hasta ahora, no existe, lamentablemente, un estudio sociocultural de la Campa�a Nacional que analice c�mo el per�odo 1856-1857 fue vivido por los sectores populares. Esta es una grave deuda que los historiadores tenemos con la sociedad costarricense. Precisamente por la ausencia de un estudio as�, la conmemoraci�n del Sesquicentenario ha dependido en mucho de obras publicadas durante el Centenario (1956-1957). Pese a este, cabe recordar que en 1996 Carlos Luis Altamirano public� una extraordinaria colecci�n de cuentos sobre la guerra de 1856, en la cual reconstruye con imaginaci�n, conocimiento hist�rico y honestidad intelectual, aspectos fundamentales de la vida cotidiana de las tropas costarricenses. Por razones que habr�a que investigar, este importante libro ha pasado inadvertido durante el Sesquicentenario.

  6. El trabajo del historiador consiste en producir conocimiento, no en preservar h�roes o en dejar algo a cambio cuando alg�n mito es destruido por ese conocimiento. Lo que s� se le puede exigir a un historiador es que participe activamente en la vida p�blica de su comunidad con aquello que es su principal fortaleza profesional: un sentido cr�tico del pasado y del presente. El conocimiento hist�rico puede ser fundamental para revalorizar lo local y lo nacional y, a partir de esa revalorizaci�n, enfrentar la globalizaci�n capitalista, como lo demuestra la experiencia de Curr�. Igualmente, el conocimiento hist�rico es esencial para enfrentar al capitalismo globalizante desde lo global: es decir, mediante la defensa y promoci�n global de valores y principios como la justicia social, los derechos civiles y laborales, el desarrollo sostenible y otros similares.

Finalmente, una palabra sobre los h�roes. No creo que la Costa Rica actual necesite h�roes. El �nfasis en figuras extraordinarias, como lo han mostrado los estudios de Manuel Sol�s, conduce finalmente al personalismo y al caudillismo pol�tico. Como ciudadano e historiador preferir�a que la sociedad costarricense se identificara con el Juan Rafael Mora que condujo la lucha contra los filibusteros en defensa de la soberan�a nacional, no con el Juan Rafael Mora que fragu� el golpe de Frankfort e impuls� la privatizaci�n de las tierras comunales. Algunas personas han interpretado este planteamiento m�o como referido a las virtudes y defectos de Mora. Sin embargo, no me refiero a eso. Me refiero a que como ciudadanos debemos definir nuestras lealtades no hacia individuos, sino hacia valores y principios. En la pr�ctica pol�tica esto significa asumir una permanente actitud cr�tica con respecto a nuestros gobernantes, pasados y actuales.

* #1927 el 3 de Junio 2007 a las 08:50 AM Ana Ligia Guill�n dijo:

Muy interesantes ambos planteamientos. Y como no soy historiadora ni pertenezco a los c�rculos acad�micos e intelectuales de este pa�s, consid�renme una ciudadana interesada y una observadora no involucrada (excepto con sus propias concepciones, se entiende).

Particularmente, los planteameintos de don Jos� Luis Amador me parecen brillantes, pero sobre todo muy esclarecedores. De lo que en realidad he sido testigo, es de muchas conversaciones (obviamente no en el �mbito acad�mico) cuestionando a los h�roes y con ello cuestionando la gesta heroica del 56.

Y es que don Iv�n, la discusi�n respecto a los personajes como usted bien dice debe trascender, la persona misma y reconocer el espacio y la construcci�n colectiva en la que se sostiene. Pero quiz�s lo que ocurre es que nuestra identidad fue construida basada en esos h�roes y en nuestro imaginario colectivo no se puede hacer una cosa sin afectar la otra.

Las necesidades acad�micas y el debate intelectual son obviamente necesarios y enriquecedores, pero tambi�n los cient�ficos sociales debemos valorar el alcance de nuestras aseveraciones en una sociedad carente de h�roes y llena de personajes importados o seudonacionales promoviendo causas a favor del tener sobre el ser y cuyos recursos medi�ticos utilizan muy bien estas discusiones para contribuir con el desencantamiento de la gente acerca de nuestra sociedad y ahora nuestra historia.

La historia de la humanidad ha sido escrita a partir de personajes y efectivamente es muy necesario trascender los personajes y dilucidar su dimensi�n humana para comprender que la historia es colectiva y que los h�roes son humanos y no divinos. Y hacernos entender que tambi�n podemos ser h�roes.

Siempre y cuando podamos seguir so�ando… Siempre y cuando no nos los maten.

Porque muchos de los que estamos de este lado del r�o que divide la discusi�n acad�mica de la realidad sentimos que est�n mat�ndolos. Lo o�mos comentar entre nuestros compa�eros de trabajo y entre nuestros hijos. Porque lejos de exaltar la gesta colectiva representada en un personaje, se ha cuestionado desde la existencia del personaje hasta sus verdaderas intenciones y el papel protag�nico que desempe�� - �l y muchos otros- en la defensa de nuestra soberan�a.

Seguramente Don Iv�n no es usted quien se ha referido en forma burlona a nuestros h�roes, pero muchos lo est�n haciendo. No soy de las que se rasga las vestiduras por los cuestionamientos y algunas veces creo necesarias y hasta importantes las irreverencias.

Pero s� es cierto que nos est�n dejando sin sue�os. Y si bien esta realidad trasciende a los historiadores, ser�a importante que ampliaran su discurso acad�mico y valoraran su papel en la construcci�n y redifinici�n de la identidad nacional. Porque en nuestro imaginario colectivo -qui�ranlo o no- ustedes son los expertos y lo que ustedes plantean (sobre todo cuando lo hacen en los medios masivos) se comenta en los buses y en las escuelas y no se queda en la pura discusi�n acad�mica.

* #1945 el 4 de Junio 2007 a las 05:41 PM Iv�n Molina dijo:

El comentario de do�a Ana Ligia Guill�n apunta a un tema fundamental: en el �ltimo cuarto de siglo, los fundamentos hist�ricos de la identidad nacional costarricense han experimentado un creciente desgaste, producto de los profundos cambios experimentados por Costa Rica. Dado lo complejo del tema, no puedo m�s que invitarla a leer el an�lisis que hago al respecto en mi libro, Costarricense por dicha.

Como lo indiqu� en mi respuesta a don Jos� Luis, creo que, como ciudadanos, debemos hacer un esfuerzo porque nuestra lealtad b�sica sea hacia principios y valores afines con la justicia social, la democracia y el desarrollo sostenible, entre otros, y no hacia personas (lo cual no significa, por supuesto, que haya que desconocer el papel jugado por grupos o personas en la defensa y promoci�n de esos principios y valores).

Finalmente, cabe recordar que vivimos en sociedades en las que los medios de comunicaci�n, la industria cultural y la historia tradicional exaltan sistem�ticamente a figuras individuales como los �nicos sujetos hist�ricos. Asumir una actitud cr�tica frente a esta visi�n del pasado y el presente es otra de las responsabilidades ciudadanas.

En pocas palabras, do�a Ana Ligia, hay que aprender a so�ar diferente.

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