Por Heriberto Valverde Castro
�bamos en busca de don Medardo Guido Acevedo, Premio Nacional de Cultura Popular 1995. El ardiente sol pampero ya cumpl�a la mitad de su jornada cuando llegamos a Bagaces, una de las poblaciones m�s viejas de Guanacaste y del pa�s. Antes de la anexi�n del Partido de Nicoya, que incluy� las tierras de Liberia y La Cruz, adem�s de la Bajura, Bagaces constitu�a la frontera tica con Nicaragua. Tierra de variados y bellos territorios que sub�an hasta las cumbres del Tenorio y el Miravalles y bajaban luego siguiendo las huellas de quebradas, riachuelos y r�os en su largo transitar en busca del regazo paterno, el del gran Tempisque, cruzando a su paso las grandes haciendas y los peque�os caser�os que conformaban aquella lejana comarca.
Muchos a�os han pasado desde entonces y muchas cosas han cambiado; sin embargo, Bagaces aun cuando luce orgullosa el t�tulo de ciudad, ofrece todav�a a los visitantes, junto a sus calles pavimentadas que dejaron atr�s los molestos polvazales del verano y barriales del invierno, el aspecto de una aut�ntica poblaci�n guanacasteca con viejas casas de madera o de bahareque, amplios solares en los que las gallinas y garrobos corretean bajo la sombra de los tamarindos, y vendedoras de rosquillas, pi�onates y tanelas, mujeres de voces sonoras, amplias caderas y rostros color de miel.
A don Medardo lo conoc� desde hace muchos a�os, desde que la providencia me regal� la oportunidad de ir a estrenarme como profesor a la Escuela Normal y al Instituto de Guanacaste, en Liberia. Desde entonces, a inicios de los 70, aquel hombre peque�o de estatura y enorme de temple, ya era reconocido como maestro, m�sico y poeta, ya era un icono de la cultura pampera. Su producci�n literaria fue como un potranco al que le sueltan la rienda, abundante y de calidad, sus poes�as, sus retah�las, sus bombas, sus cuentos, sus ensayos sirvieron para que, primero aquel inquieto ni�o, a muy tierna edad escribiera su primer poema dedicado a la madre a la que tanto extra�aba y luego para que el joven, el hombre, el venerable viejo, diera salida a su romanticismo y a su humanismo, cant�ndole a su tierra, a su gente, a sus costumbres y celebraciones, a sus tristezas e ilusiones, a sus dolores y a sus esperanzas, a su pasado y a su futuro.
No fue dif�cil encontrar la casa de don Medardo. Una ni�a que volv�a de la escuela, apoy�ndose en muchos ademanes y una linda sonrisa, nos se�al� la direcci�n. Solo hab�a que llegar a la iglesia, cruzar el parque y caminar unos cuantos metros.
El maestro, gestor de la identidad guanacasteca a trav�s del arte, estaba sentado en su mecedora en el corredor de la casa. Lo acompa�aban dos de sus hijas, Rosemary y Claudia. Acababa de superar una crisis de salud, pero ah� estaba con sus 94 a�os, respondiendo los saludos de los ni�os, intercambiando palabras de aliento con alguna vecina preocupada por sus dolencias, atendiendo la consulta de alg�n joven universitario que investiga sobre cultura popular. Nuestra conversaci�n con el artista bagace�o fluye por los m�s diversos asuntos. Da gusto disfrutar de su solemnidad al tratar algunos temas y de las risotadas con que premia su propio buen humor. La palabra del poeta es un verdadero manjar y hab�a que saciarse en �l… como si fuera el �ltimo.
Todo lo bueno termina y lo mejor termina m�s pronto. Hubo que despedirse de don Medardo y de sus hijas. Hubo que dejar su terru�o, ese terru�o inspirador de la gran cosecha del poeta que, como si hubiera querido anunciar su eternidad, escribi� en su esp�ritu guanacasteco: “Mi esp�ritu nunca muere porque ha nacido junto al corral…”
El pasado jueves 17 de mayo, don Medardo Guido escribi� otro poema, ni el primero ni el �ltimo, otro m�s, un hermoso poema mediante el cual le dio cuentas al Creador, y al d�a siguiente, acompa�ado de la gente que tanto quiso, mediante una p�cara y colorida retah�la, le pidi� a la madre tierra recibirle para descansar en su regazo.
Gracias don Medardo, y hasta siempre.
(La Prensa Libre)
Columnista huésped | 26 de Mayo 2007
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