Nuestro vecino del sur, Panamá, se despereza. En los próximos años tiene previsto recibir unos 15.000 millones de dólares en inversión extranjera, en buena medida por la ampliación del canal (un ensanche que permitirá a los más grandes buques transitar la vía) y la instalación de dos complejos petroquímicos, uno de ellos en Puerto Armuelles, cerca de nuestra frontera. Comparen: en los próximos cinco años recibiremos la mitad de inversiones y eso que andamos en nuestros máximos históricos.
No faltan las voces alertando sobre el peligro panameño. Algunos afirman que nos van a robar los inversionistas y hasta los turistas; otros dicen que nos van a alcanzar. Se equivocan los que buscan al “coco” de turno: ésta no es la cuestión. Veo en el dinamismo panameño una gran oportunidad. Si las cosas siguen así, el sur del istmo centroamericano podría convertirse en sitio interesante para el resto del mundo.
La combinación de, por el lado panameño, un canal interoceánico ampliado, puertos de primer orden, industria petroquímica y, por el lado tico, de un sector exportador dinámico y diversificado, con un complejo de alta tecnología y un interesante potencial en biotecnología, pudiera ser un buen cóctel para el desarrollo. Añádase que somos el único espacio binacional sin ejército en el mundo, compartimos una rica biodiversidad y tenemos una natural integración en materia turística. A diferencia de lo que ocurre con Nicaragua, no tenemos “traidos” entre nosotros y nuestros niveles de desarrollo humano no son tan distintos.
Tener un buen y próspero vecino es una salvada que debemos aprovechar. Pero hay que pellizcarse pues los ingredientes por separado no bastan: necesitamos invertir en integración. Además del Tratado de Libre Comercio con ellos, hay que armonizar otras legislaciones y políticas. Para empezar, podríamos arreglar nuestros vergonzosos puestos fronterizos e iniciar dos proyectos transfronterizos de desarrollo: Puerto Viejo-Bocas del Toro, en el Caribe, articulado por el turismo ecológico; y Chiriquí-zona sur, con una amplia base productiva.
Tanto Panamá como Costa Rica tienen debilidades que estorban el desarrollo conjunto: profundos desbalances regionales (el Valle Central y, especialmente, la zona del Canal son enclaves de modernidad, pero el resto está mucho menos desarrollado); la seguridad social panameña está en la lona y la infraestructura nuestra da pena. Pero éstas y otras cosas son subsanables y motivos de colaboración. Nos conviene abrazar a Panamá: en esta renqueante Centroamérica es la yunta que necesitamos.
(La Nación)
Jorge Vargas Cullel | Mayo 30, 2007
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