Palabras de la Dra. Mar�a Amoretti Hurtado, catedr�tica de la Universidad de Costa Rica, en la presentaci�n del libro El lado oculto del Presidente Mora: resonancias de la Guerra Patria contra el filibusterismo de los Estados Unidos (1850-1860), del periodista e historiador Armando Vargas Araya (Editorial Juricentro, 2007), en la Corte Suprema de Justicia, ante una concurrencia de m�s de 300 personas, el jueves 26 de abril. El libro est� disponible en la Librer�a Internacional y en la Librer�a Juricentro.
Cuando el presidente estadounidense Franklin Pierce comienza a desplegar en 1853 su pol�tica exterior –afirma su bi�grafo– “tiene dos instrumentos a su disposici�n: el filibusterismo y la diplomacia”.
Un peri�dico comenta: los Estados Unidos limitan al este con el sol naciente, al oeste con el sol poniente, al norte con el �rtico y al sur tan lejos como nos d� la gana.
El libro de don Armando Vargas Araya nos cuenta, c�mo un comerciante sin lustres acad�micos, presidente de un peque�o pa�s, tiene la audacia de trazarle la raya sur al gigante del norte, convirti�ndose as� en un fundador de discurso nacional que desencadena todo un movimiento continental de identidad.
M�s que el lado oculto del Presidente Mora, este apasionado estudio de los hechos del 56, nos revela, por el contrario, la fuerza irradiadora de Juan Rafael Mora Porras como estadista extraordinario.
Como lo advierte el Lic. Ra�l Aguilar en su presentaci�n, no se trata ni de una biograf�a del Presidente ni de una aproximaci�n militar de los hechos del 56. �De qu� se trata entonces?
Se trata, como lo dice el Dr. Rodolfo Cerdas en su pr�logo, de un parteaguas hist�rico; es decir, de una investigaci�n hist�rica diferente que da un nuevo enfoque y una moderna comprensi�n de la gesta liberadora del 56.
Y es que, efectivamente, don Armando rompe por primera vez el enfoque localista de la historiograf�a centroamericana, al contextualizar la llamada Campa�a Nacional en medio de las estrategias geopol�ticas de la �poca. Por primera vez podemos ver el tablero de ajedrez completo, la posici�n y vecinaje de las piezas pr�ximas y lejanas, y apreciar con justeza y justicia la inteligencia del gambito moraciano.
La estrategia enunciativa de don Armando no puede ser m�s efectiva al poner frente a frente a San Jos� y Washington en una confrontaci�n que solo tiene correspondencia con el desigual encuentro b�blico entre David y Goliat.
No se trata entonces de la tradicional narrativa hist�rica en que Costa Rica se enfrenta simplemente a la invasi�n de una gavilla de aventureros; sino de la confrontaci�n ante la amenaza de una estrategia pol�tica y diplom�tica que oculta una verdadera guerra clandestina. Se trata del hero�smo de un estadista hispanoamericano que desenmascara por primera vez el diagrama de poder de la doctrina Monroe y el destino manifiesto.
Pero para esto se requer�a m�s que audacia, se requer�a una visi�n comprensiva del entorno internacional y una virtud pol�tica que conjugara la entereza con la prudencia.
As�, cuando por la supuesta colonizaci�n de la Mosquitia por el filibustero Kinney nuestras costas se ven amenazadas, en una nota enviada por nuestro embajador Felipe Molina al canciller estadounidense William L. Marcy, el Gobierno de Costa Rica expresa la siguiente prevenci�n el 13 de diciembre de 1854: “Cualquier intento de invadir el territorio de Costa Rica ser� rechazado con todos los medios que el Gobierno tenga a disposici�n”.
Ante la advertencia, el gobierno usamericano se�ala que no puede interferir con una expedici�n que parecer ser una empresa pac�fica de agricultores, mineros y comerciantes.
M�s tarde, ante las ya contundentes tropel�as y fusilamientos de la expedici�n filibustera de Walker en Nicaragua, el Gobierno de Costa Rica pide nuevamente, en vano, al gobierno estadounidense, la desaprobaci�n p�blica del filibusterismo.
Vargas Araya subraya la estrategia de la neutralidad armada que utiliza inteligente y sabiamente el presidente Mora y lo cita:
“La paz es nuestra gloria y no quiero otra para Costa Rica”, pero a�ade: “La neutralidad no depende solo del Gobierno que se empe�a en observarla, sino del extra�o en que tiene inter�s en que no exista y procura comprometerla por pretensiones inicuas o graves injurias; y llegado este �ltimo caso, os prometo que, a pesar de sus ventajas, la sacrificar�a sin reparos al honor y al inter�s del Estado, porque prefiero los azares de la lucha a una paz indecorosa”,
En consecuencia, Costa Rica advierte sobre su derecho a la leg�tima defensa acudiendo al concepto de neutralidad esgrimido recientemente por Estados Unidos en relaci�n con la guerra de Crimea.
Una vez iniciada la Guerra Patria contra la horda invasora de Walker y despu�s de una victoriosa campa�a militar, las acciones de Mora en defensa de la soberan�a hacen caer la m�scara de Washington, quien comete el error de darse por afrentado ante la derrota filibustera y reconoce, en revancha, al gobierno de Walker en Nicaragua, dejando ver en esta forma que los valores de democracia y libertad no son derechos de igualdad, sino solo privilegios exclusivos de aquellos miembros de la ideolog�a hegem�nica.
La ola de protestas internacionales no se deja esperar porque antes Mora y su equipo hab�an lanzado una ofensiva diplom�tica que hab�a sabido dotar de significado previo el sentido ideol�gico de las acciones militares futuras.
El m�rito del libro de don Armando es justamente mostrar por primera vez en la historiograf�a nacional, que la lucha de Mora es m�s que una campa�a militar: es una lucha discursiva. Mora hiere el discurso utilitarista del expansionismo usamericano en su m�dula al poner en evidencia su absolutismo y las bases �tnicas y culturales de sus sistemas de exclusi�n.
A mi juicio, lo que devela el enciclop�dico estudio de don Armando es la labor valiente y continuamente consistente del presidente Mora y su equipo en dejar al descubierto la l�gica discursiva del utilitarismo ideol�gico y su doble moral. Mora comprende, antes que Ju�rez, que la paz es el respeto al derecho ajeno, principio completamente contrario al absolutismo hegem�nico del sedicente discurso utilitario en el que las relaciones humanas se rigen �nicamente por la raz�n instrumental. La ofensiva del discurso moraciano consiste en respectivizar el discurso del imperio y se�alar la l�gica sacrificial mediante la cual unas culturas deben morir para que prevalezcan otras, bajo el justificativo inadmisible de su superioridad.
La Campa�a Nacional se eleva as� a una dimensi�n superior al poder en evidencia que la lucha es por el derecho inalienable de la existencia de las culturas, de otras visiones de mundo y otros estilos de vida.
Para ese momento ya la voz de alerta de Mora y su acertada interpretaci�n geopol�tica del momento ha sido comprendida y acogida, por todos los pa�ses de la misma base cultural, y la Campa�a Nacional se convierte en una campa�a de humanidad por el derecho a ser en otras opciones ideol�gicas y discursivas.
Paralelamente a los hechos militares, el colimador de don Armando se dirige fundamentalmente a destacar con todas la minuciosidad del caso, la campa�a de concientizaci�n internacional que Mora despliega acerca de los verdaderos alcances del filibusterismo, poniendo en evidencia la �ntima conexi�n pol�tica entre hechos aparentemente dispersos en el tiempo y en el espacio hist�ricos.
Protagonista estelar de una heroica campa�a en defensa no solo de Centroam�rica, sino de la cultura latina, pero sobre todo de unos principios de �tica pol�tica, Mora logra constituirse, en palabras de Vasconcelos, en la conciencia de la Am�rica espa�ola. Esto lo prueba don Armando al demostrar que la campa�a moraciana contra el filibusterismo tiene como consecuencia directa tres importantes iniciativas unionistas en Hispanoam�rica: el Tratado de Uni�n en Santiago de Chile, el Tratado de Confederaci�n en Washington y la Convocatoria al Congreso Iberoamericano en San Jos�.
Estas incidencias nos permiten apreciar de una manera m�s justa la significaci�n hasta ahora oculta de nuestra Guerra Patria como generadora de una serie de eventos discursivos que desencadenar�n, varias d�cadas despu�s, los discursos maestros de la identidad latinoamericana, muy particularmente el del cubano Jos� Mart� y el del uruguayo Jos� Enrique Rod�.
La solidez del enfoque reside, como lo destacan el Dr. Cerdas y el Lic. Aguilar en las p�ginas inaugurales del libro, en el apoyo documental de que se vale el investigador. Adem�s de las fuentes primarias de rigor: archivos y publicaciones oficiales de los diferentes pa�ses concernidos, se utilizaron m�s de 75 diarios y publicaciones peri�dicas, 38 textos de diversos protagonistas, 145 libros como fuentes secundarias, 11 tesis acad�micas, 50 art�culos, ensayos y folletos, y 14 obras de referencia. Un total superior a 400 fuentes consultadas, labor que le tom� a don Armando 40 a�os de su vida.
De ese arsenal bibliogr�fico, se destaca un uso excepcional, un trabajo que yo llamar�a intertextual. Hay un gran valor metodol�gico en el uso del documento como fuente. La consistencia de la trama textual de la narraci�n hist�rica de don Armando estriba en poner a dialogar las fuentes para mostrar las lejanas correspondencias.
As�, por ejemplo, cuando el 22 de junio de 1856, Francisco Bilbao propone en Par�s la creaci�n de un Congreso Federal de las rep�blicas hispanoamericanas para su defensa mutua, no solo hace referencia a nuestra Guerra Patria, sino que utiliza la met�fora de la naci�n-boa, una imagen que hab�a sido creada en 1854 por Emilio Segura, el periodista de la Campa�a Nacional, para referirse a los Estados Unidos en un art�culo publicado en un peri�dico nuestro.
Destaca, adem�s, en el trabajo de don Armando, un prop�sito de justicia hist�rica. Lo mueve el �ntimo prop�sito de reivindicar la figura de Mora, v�ctima no solo de la injuria sino tambi�n del silencio. Por eso, el enfoque tambi�n se dirige hacia el interior, porque Mora tuvo que pelear en dos frentes al mismo tiempo: contra los intereses del Goliat del norte y los liliputienses de casa. Mientras empu�aba el arma a la par del ej�rcito del pueblo, combat�a la intriga diplom�tica de las grandes potencias, hac�a frente a los estragos del c�lera en el pa�s, y se ahogaba en la deuda nacional producida por la guerra, la insidia de la enorme telara�a de la envidia y de los mezquinos intereses de la cafetocracia que se le opuso y que actu� como una quinta columna en el suelo patrio, no ces� en sus conjuras hasta darle muerte.
Es esa misma oligarqu�a la que luego se da como tarea enterrarlo doblemente, conden�ndolo al olvido y minimizando su grandeza de estadista.
En el proceso de invenci�n de nuestra naci�n se quiso efectivamente soslayar la trascendencia de Mora, el verdadero Padre de la Patria. Pero el voluntarismo pol�tico nunca es suficiente para manipular las representaciones de la identidad cultural que viven de manera real y objetiva en la memoria de los pueblos.
En la formaci�n de la identidad costarricense, Mora aporta el n�cleo duro de nuestra identidad: una �tica nacional basada en la paz y el trabajo, �tica que nace no de una proclama sino de una vivencia previa, de algo que ya estaba ah� y que la proclama de Mora descubre y consagra certeramente.
Por eso, a pesar de la posterior y deliberada ingenier�a social de las �lites criollas, hay una memoria popular en la que la campa�a costarricense contra el filibusterismo de William Walker deja huellas indelebles, si no en el intelecto, al menos en el coraz�n. Por eso, como dice Arturo Echeverr�a Lor�a, “Mora es pueblo” y para el pueblo. Aunque no le guste a don Armando, Mora seguir� siendo don Juanito, si quiere, ahora podr�amos agregar, Don Juanito El Grande, pero don Juanito.
A pesar de la infamia, Mora ha sido el pedestal en que se asienta nuestra idea de naci�n. Mataron al hombre, pero no el simbolismo de su palabra que todav�a reverbera nada menos que en el Himno Nacional.
En momentos de crisis, el problema no es cumplir con nuestro deber, sino saber d�nde est�, dice Diesbasch. Mora lo supo. Por eso, cuando Billo Zeled�n escribe el Himno Nacional, se encuentra con la palabra de Mora. Nuestro canto nacional no es otra cosa que una reconstrucci�n del poder revelador de la primera proclama que Mora dirige al pueblo de Costa Rica el 20 de noviembre de 1855.
Pero revivir la palabra de Mora en su justa dimensi�n, como lo hace ahora don Armando Vargas Araya con su libro, es no solo honrar una deuda con el Padre de la Patria sino redescubrir la fuente de toda claridad sobre el destino de nuestra naci�n, de nuestra misi�n en el mundo.
La guerra contra el filibusterismo es un eterno combate. Walker solo fue una manifestaci�n contingente; �l lo tuvo claro cuando dijo: “La semilla est� sembrada, y aunque yo muera, ella producir� su fruto, por m�s que intenten oponerse todos los pueblos hispanoamericanos”.
Quiera Dios que muchos costarricenses lean este libro, porque como dice don Armando en sus palabras conclusorias, son momentos en que necesitamos luz, mucha luz.
Otros tipos de filibusterismo se nos imponen hoy con su infaltable s�quito de colaboradores dom�sticos. Ojal� que la palabra de Mora nos siga iluminando para que no nos arredre nuestra peque�ez y nos reunamos en torno suyo en el instante del peligro, apenas retumbe el primer ca�onazo de alarma, y marchemos junto a �l, una vez m�s, en defensa de la soberan�a, la paz y la dignidad de este suelo que nos vio nacer y en el que descansan nuestros muertos.
Columnista huésped | 28 de Abril 2007
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