A propósito de estos días de Navidad y la proximidad del Año Nuevo, creo oportuno y justo evocar lo que acontecía hace exactamente siglo y medio en las aguas del río San Juan, de indiscutible relevancia para la soberanía y la libertad de Costa Rica.
Agredido el país en marzo de 1856 por el filibustero William Walker, financiado por los poderosos esclavistas sureños de los EE.UU., se les había derrotado el 20 de marzo, en la memorable batalla de Santa Rosa. Y apenas tres semanas después, el 11 de abril, se les había vencido de nuevo en Rivas, Nicaragua, aunque a un insólito y altísimo costo humano. Peor aún, muy pronto sobrevendría la devastadora epidemia del cólera.
Agobiado económica y anímicamente el país, por los gastos de la guerra y la tragedia del cólera, al disiparse la epidemia don Juanito Mora entendió claramente que debía reanudar la guerra, pues Walker no solo había reagrupado y engrosado sus tropas, sino que desde junio se había convertido en presidente de Nicaragua. Es decir, en cualquier momento habría una nueva y más fiera invasión. Ante tan sombrío panorama, y presa de sus poderosos adversarios -que incluso planearon derrocarlo-, don Juanito actuó con gran destreza para que el Congreso autorizara la reanudación de la guerra, así como la obtención de un préstamo del gobierno de Perú.
Con una estrategia muy bien concebida y articulada, basada en el factor sorpresa, esta vez la idea era copar de manera rápida la vía del Tránsito (constituida por el río San Juan y el lago de Nicaragua). Al tomar los puertos de San Juan del Norte (en el Caribe) y San Juan del Sur (en el Pacífico), así como los tres puntos militares claves (La Trinidad, Castillo Viejo y el Fuerte de San Carlos) a lo largo del río, se impediría el abundante flujo de tropas y pertrechos desde ambas costas de los EE.UU., así como el libre desplazamiento de los filibusteros por sus dominios fluviales.
No es del caso relatar aquí los pormenores de la Campaña del Tránsito y sus extraordinarias consecuencias históricas, lo cual hice en artículos previos. Quiero resaltar, más bien, algunos aspectos relativos a nuestros combatientes y sus familias en la época de Navidad y el Año Nuevo.
Cabe indicar que don Juanito había emitido el decreto de guerra el 15 de noviembre. Aunque el general José María Cañas libraría con éxito la primera batalla en el Pacífico, en San Juan del Sur, por un lamentable problema de comunicación, la noche del 23 de noviembre hubo unos 60 muertos y muchos prisioneros, al ser bombardeado allí el bergantín Once de Abril. Ingratas noticias, sin duda, para tantos hogares quebrantados de dolor y luto por aquellos 500 muertos y 300 heridos del 11 de abril, así como por los estragos del implacable cólera, con casi 10.000 víctimas a su haber.
Hasta ese momento la situación no era nada alentadora, pues en el otro frente estratégico de batalla, la vía del Tránsito, a la guerra propiamente dicha se sumaba el desconocimiento casi absoluto de la agreste región de San Carlos, colmada de montañas densas e inexpugnables, ríos caudalosos, fieras y miasmas (y hasta de los huraños indios guatusos, que poco antes habían atacado con fiereza a Pío Alvarado y su tropa, haciendo fracasar su misión exploratoria).
Aún así, bajo persistentes aguaceros torrenciales y ríos henchidos y desbordados, con gran firmeza el mayor Máximo Blanco supo conducir a sus tropas en botes hechizos, a pesar de las correntadas -algunos de los cuales se volcaron, causando muertes- y la amenaza de deserciones. A ello se sumaría la pérdida de una balsa grande con armas, ropa y víveres para 70 hombres, que quedó a la deriva -por fortuna, recalaría en la ribera del San Juan y un nicaragüense la escondería y devolvería a los nuestros-, lo cual hizo que aquéllos tuvieran que atravesar la montaña durante una semana.
El objetivo mayor era tomar el próspero puerto caribeño de San Juan del Norte, refugio de filibusteros y su estación naval, para capturar sus vapores e implementar la estrategia prevista. Pero, como quedaba de camino, era inevitable enfrentarse a los filibusteros en su guarnición de La Trinidad. Trasnochados, ateridos y hambrientos, en la mañana del 21 de diciembre nuestras tropas los atacarían pero, de tan mojados que estaban, apenas cinco fusiles pudieron ser percutidos. Sin embargo, a punta de bayoneta, heroísmo y fervor patrio se les derrotó en menos de una hora.
Favorecidos por las fuertes corrientes, de inmediato cinco balsas se enrumbaron hacia San Juan del Norte, donde llegaron de madrugada. Al amanecer, con sigilo, presteza y sin disparar un solo tiro capturaron el Wheeler, Morgan, Bulwer y Machuca. ¡Por fin tenían vapores para emprender concretar los planes del San Juan! Así se podrían capturar más vapores, y tomar los sitios previstos.
Por tanto, ya el día 22 los vapores avanzaban a contracorriente, aunque poco después se vararían. Dentro de ellos los sorprendería la Nochebuena, que fue celebrada frugalmente, con una caja de sardinas y una botella de coñac. Noche de sencilla alegría y esperanza, sin duda, pero también de gran soledad en medio del río, mientras que en las distantes ciudades sus familiares se congregaban para conmemorar la Navidad, en medio del dolor de tantos muertos de la guerra y el cólera, así como por la incertidumbre por los combatientes acantonados en el río San Juan y el istmo de Rivas.
Al amanecer del 25 de diciembre nuestros compatriotas se desplazaban río arriba, pues no había tiempo que perder. Guiados por la astucia de Blanco, ya a media tarde del día siguiente llegaban a la fortaleza del Castillo Viejo, capturaban el vapor Scott y tomaban dicho fuerte. Al día siguiente, en otra muestra de ingenio de Blanco, capturaron el Ogden, sin mayor confrontación. Y ese mismo día, utilizando dicho vapor, incautarían el Virgen, cargado de rifles nuevos, municiones y víveres. Con siete vapores en sus manos, restaba tomar el fuerte San Carlos, que era el más importante, por estar ubicado en la confluencia del San Juan con el lago de Nicaragua. Sería tomado el 30 de diciembre, con inmensa astucia y sin costo en vidas, de nuevo. ¡Aún más júbilo en nuestras tropas!
Y lo sería aún mayor cuando, en medio de la oscuridad de la madrugada, exactamente a las dos horas de iniciado el año 1857, arribaba al fuerte el general José Joaquín Mora -hermano de don Juanito- con gran parte de la retaguardia de nuestras milicias, que habían salido de la capital dos semanas antes. Lo hicieron en el Bulwer, que Blanco había enviado al río San Carlos, de manera previsora. Ese mismo día se reunió con Blanco para planear la captura del San Carlos, el más preciado vapor de los filibusteros, lo cual ocurriría dos días después cuando, exultante, Mora emitiría una memorable proclama anunciando la toma absoluta de la vía del Tránsito.
Días inicialmente aciagos, pero de júbilo al final. Claro que aún faltaba mucho, pues Walker respondería con mayor poder de fuego, hasta rendirse en Rivas el 1º de mayo de 1857. Pero fue en esos días de fin de año cuando se forjó nuestra inmarcesible victoria, gracias a tan humildes pero aguerridos combatientes, a quienes tanto debe la patria y que hoy evocamos con gratitud infinita.
Luko Hilje | Diciembre 28, 2006
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